No porque buenos y malos hayan sufrido las mismas pruebas vamos a negar la distinción entre ellos: la desemejanza entre los atribulados se compadece perfectamente con la semejanza de sus tribulaciones.
Ahora bien, aunque estén sufriendo el mismo tormento, no por ello son idénticos la virtud y el vicio.
Así como por un mismo fuego brilla el oro y humea la paja, así como bajo un mismo trillo se tritura la paja y el grano se limpia, así como no se confunde el alpechín con el aceite al ser exprimidos bajo la misma almazara, de igual modo un mismo golpe, cayendo sobre los buenos, los somete a prueba, los purifica, los afina, en tanto que condena, arrasa y extermina a los malos.
De aquí que, padeciendo idénticas pruebas, los malos abominan y blasfeman de Dios; en cambio, los buenos le suplican y no cesan de alabarle.
He aquí lo que interesa: no la clase de sufrimientos, sino cómo los sufre cada uno.
San Agustín
(La Ciudad de Dios, Libro I, Cap. VIII)