A la ambigüedad, a las imprecisiones, al general desorden en sus expresiones, a los frecuentes oxímorons, a las contradicciones (a veces incluidas en un mismo párrafo), a los insultos vagamente apuntados hacia nosotros—a todo esto, agréguese la cantidad de cosas que este Papa viene diciendo desde que asumió su pontificado: su verborragia es también cosa de notar.
De tal modo que cualquier intento de sistematizar o resumir lo dicho y hecho por este Papa constituye un desafío que supera mi capacidad (supuesto el caso de que eso habría que hacer). En efecto, ¿cómo clasificaríamos las incontables gaffes, faux pas y tonterías dichos por este tipo? ¿Cómo agruparíamos sus expresiones plebeyas, sus quasi-herejías (o herejías, simplemente), sus dichos anti-estéticos, sus pleonásticos neologismos, sus redundantes puerilidades, su afición por la retórica más barata (famosamente, “¿Quién soy yo para juzgarlo?”), su infalible instinto por lo políticamente correcto, su manifiesta aversión por la elegancia en la expresión, la precisión de la lógica, el buen gusto y la claridad de un lenguaje correctamente articulado.
Y eso sólo referido a lo que el Papa ha dicho, no hemos mencionado siquiera todo lo que ha hecho (y aún así, todavía queda por referirnos a todo lo que no ha dicho y todo lo que no ha hecho, que es lo que presumiblemente indujo al Cardenal Burke a decir, en curiosa expresión, que la Iglesia es una nave sin timón).
Y finalmente sus gestos, sus actitudes, sus sonrisas y sus expresiones de enojo.
Es demasiado para tratar en un post de Internet, es demasiado difícil, como ya he dicho, hacer una síntesis de tanta cosa… fea.
De modo que, dicho brevemente, ¿cómo picarle el boleto a este hombre?
Pues nada, se me ha ocurrido intentarlo siguiendo el orden jerárquico de las peticiones incluidas en el Pater, la oración dominical, el Padre Nuestro, la oración que Jesucristo mismo nos enseñó.
Y la primera petición, la más importante de todas, es que el nombre de Dios sea santificado, una obvia referencia a la necesidad de un culto reverente, decoroso, digno de Dios.
De eso, Bergoglio, ni mú. O, mejor dicho, gestos en contrario, como colocar la pelota de las JMJ sobre el altar, y no arrodillarse jamás cuando celebra misa (algunos atribuyen eso a un problema fìsico, pero no: cuando tiene que lavarle las patas a una musulmana, no hay ningún problema). Y perseguir a quienes quieren ejecutar el “Motu Proprio” de su antecesor.
Se va la segunda, que es pedir que Cristo vuelva en Gloria y Majestad, pedir que se adelante la Parusía, el Marán Athá y toda esa clase de cosas.
De eso Bergoglio, ni mú. Esta segunda petición del Pater lo tiene perfectamente sin cuidado, y claramente subyace en todos sus discursos y prédicas una melodía suavemente anti-parusíaca como puede detectar cualquiera que preste mínimamente atención. (Sus referencias al “Señor del Mundo” de Benson esquivan, justamente, el asunto principal de aquella novela).
La tercera petición, que se cumpla la voluntad de Dios, es cosa a la que Bergoglio se refiere bien poco: de la ley de Moisés, de los preceptos evangélicos, de los preceptos de la Iglesia, casi nunca dice nada, casi nada (aquí me puedo equivocar, que tampoco lo sigo tan de cerca, mi estómago no aguanta tanto).
Ahora lo que sí hace todo el tiempo es atribuirle a la voluntad de Dios cosas que nunca habíamos oído antes: Bergoglio inventa nuevas leyes, nuevos preceptos, nuevos pecados, la corrupción es peor que el pecado, las mafias son pecaminosas y no sé yo cuántas estupideces por el estilo (y luego, recientemente, que la eutanasia es un pecado contra Dios: no sé yo qué pecado no es contra Dios, ni cómo podría no serlo y ser pecado, l.p.q.l.p. cómo impacienta este hombre). Y luego está el “decálogo” ese de la felicidad con su “vivir y dejar vivir”, etc…
La cuarta petición del “Pater” que todos los Padres interpretan como primeramente referida a la Eucaristía, ¡bueh!, para qué vamos a hablar… ¿qué le importa a él eso? ¿Y cuándo le importó? Esto, claro está, enlaza con el modo en que celebra la misa y el “odium theologicum” contra los que la dicen, como ya hemos señalado, siguiendo el “vetus ordo”. Luego, no recuerdo que hable nunca de la Providencia, sino que tiene una fuerte sensibilidad socialistoide, con toda la carga retórica del “rumbo de la historia”, del “cambio de estructuras” de “liberación o dependencia” y otras antigüallas de los queridos ’70.
Pero de la Providencia de Dios, creo yo, hasta donde recuerdo, ni mú.
(Más le gusta a él hablar del “Dios de las sorpresas”).
Ya hemos señalado que las peticiones de esta oración siguen un orden jerárquico, de más importantes a menos importantes: estas últimas tres, que perdonemos a los demás que así Dios nos perdonará a nosotros, que nos libre Dios de la tentación, del mal y del Malo, aparecen referidas por el Papa aquí y acullá (siempre con sus modos desordenados, un lenguaje más o menos confuso y expresiones impropias).
¿Y bien? ¿Qué has demostrado con esto?
No mucho, lo sé.
Pero si el Papa no quiere hablar o no puede hablar o no sabe hablar sobre las peticiones del “Pater” es claro indicio de que estamos en el horno.
Y que él mismo se dirige hacia allí, con pasos agigantados.
A menos que se detenga y se convierta y crea.
Y rece el Padre Nuestro como Jesucristo, Él mismo, nos lo enseñó.
(Nosotros, en el mientras, hagamos otro tanto).
Jack Tollers