Entre los asuntos que generan alguna expectativa de cambio radical en el papado de Francisco se encuentra el celibato obligatorio para los clérigos del rito latino. En realidad, el mismo Papa no se expresa favorable a tal medida. Más bien suele ponderar lo positivo que significa esa disciplina. Aunque no desconoce las dificultades que tiene su vigencia práctica (sobre todo con la información que recibe ahora en su tarea universal). Pero sigue viendo el celibato como un desafío de espiritualidad y de entrega pastoral. El Papa ha dado señales claras de no tener la intención de promover él mismo la modificación de esa norma secular.
Sin embargo tampoco es partidario de la estrategia que, a todas voces se sabe, se usó en dos oportunidades de sínodos anteriores. Una fue previamente al Sínodo de 1971 sobre el Sacerdocio Ministerial. Se lo precedió de una encuesta al clero diocesano de modo generalizado. Como las respuestas tendían a pedir que fuera optativo, los resultados se modificaron por "indicación superior" y no se tuvieron en cuenta. Era tiempos de Pablo VI. Luego, en oportunidad del Sínodo de 1991 muchos padres sinodales querían que se discutiese abiertamente la norma celibataria. Pero la conducción de la asamblea cerró toda posibilidad. De allí surgió la Pastores dabo vobis de Juan Pablo II.
El papa Francisco prefiere mantener la norma general para el rito latino, pero haciendo lugar a pedidos puntuales y fundados de conferencias episcopales que soliciten la posibilidad restringida de ordenar los llamados viri probati(es decir laicos de edad pasada los cincuenta años, que ya estén casados y muestren vocación pastoral, preparación a tal efecto y una trayectoria de vida familiar que sea un buen testimonio). Se comenta que un primer pedido (leading case) sería de los obispos brasileños de la Amazonia.
A ello se suma que, por decisión de Benedicto XVI, desde 2009 los pastores anglicanos ya casados que adhieren a la fe católica pueden permanecer en ese estado hasta el grado de presbíteros (no de obispos, aunque ya lo fueren en el anglicanismo).
En días pasados se autorizó de modo universal, sin necesidad de permisos particulares, que sacerdotes católicos de rito oriental ya casados puedan ejercer su ministerio ordinariamente en territorios de la iglesia latina. Curiosamente a fines del siglo XIX esa práctica había sido cerrada porque en EE. UU. se la consideraba un gravissimum scandalum para los fieles latinos norteamericanos. Recientemente desde 2008 se fueron autorizando casos particulares. Ahora desde este mes de noviembre de 2014 se libera totalmente, como dijimos.
Hay un detalle no menor en el análisis de la cuestión del celibato. Si, siguiendo un método muy ignaciano, se ponen a la par en columnas las razones a favor (abundantemente reiteradas en los documentos del magisterio y certificables por la experiencia secular de la Iglesia, accesibles a las vivencias de cualquier feligrés) y las razones en contra (dificultades para su observancia, sobre todo en sociedades materialistas e hiperhedonistas), quedan todavía dos observaciones. Una es que carece de fundamento su incidencia en el número de vocaciones (iglesias cristianas occidentales que no tienen la exigencia del celibato están en peores condiciones en materia vocacional; en esto va la fe, la caridad y el testimonio de los pastores). La otra es que, llamativamente, las campañas más fuertes por la abolición del celibato provienen de sectores ajenos a la Iglesia y hasta de enemigos de ella: lo que hace pensar que su propósito abolicionista no está en función de favorecerla, de ayudarle a su crecimiento, sino de quitarle una fortaleza suya.
Este último razonamiento se corrobora con un interesante dato histórico, que se encuentra recogido en un dossier de la Congregación para el Clero. Pero de esta perla histórica les voy a contar en otra entrega de esta corresponsalía.
Dall´ombra der Cuppolone
Corresponsal en el Palacio Apostólico