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Newman, asentimiento real y fe

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Una de las obras más importantes y profundas de John Henry Newman es Ensayo para contribuir a una gramática del asentimiento (1870), editada en español por Encuentro en 2010. Es una obra compleja y ardua en la que desarrolla una teoría del conocimiento muy personal. Lo que busca conocer y definir es cómo se produce el asombroso proceso por el que los hombres asentimos a proposiciones y ese asentimiento termina siendo performativo. Es decir, se trata de diversos tipos de asentimiento que provocan efectos reales en la persona que asiente. 

Newman distingue entre dos tipos de asentimiento: el asentimiento nocional y el asentimiento real. El asentimiento nocional se refiere a la aceptación de proposiciones abstractas y universales. Este tipo de asentimiento está más relacionado con la inferencia lógica y la teoría, y no tiene la misma fuerza práctica que el asentimiento real. Es un tipo de asentimiento que se basa en la comprensión intelectual de conceptos y nociones, pero que no necesariamente involucra una experiencia personal o un compromiso emocional.

El asentimiento real, en cambio, se refiere a la aceptación de proposiciones que están directamente relacionadas con la experiencia concreta y personal. Este tipo de asentimiento es más potente y significativo porque se basa en vivencias y realidades prácticas. Según Newman, el asentimiento real tiene una vertiente práctica que implica un compromiso fuerte con la verdad y una influencia directa en la conducta y la formación personal. Este tipo de asentimiento es esencial para el desarrollo de competencias éticas y la maduración de los planteamientos vitales de una persona.

Uno de los ejemplos más significativos que Newman utiliza para ilustrar estos dos tipos de asentimiento es su propia experiencia de conversión al catolicismo. Durante los años 1843 a 1845, Newman pasó de tener una certeza nocional sobre la verdad del Credo católico a tomar la decisión efectiva de unirse a la Iglesia Católica. Este proceso de conversión ilustra cómo un asentimiento nocional puede transformarse en un asentimiento real a través de la acción y el compromiso personal. Newman describe cómo su convicción intelectual se convirtió en una decisión práctica y vital, lo que demuestra el poder del asentimiento real para influir en la vida y la conducta de una persona.

En mi caso, la comprensión más profunda del asentimiento real la conseguí al relacionarla, como lo hace Newman, con el verbo inglés to realize, que es tan difícil o imposible de traducir en su totalidad al español. Es “caer en la cuenta” y es también “realizar” pero no como dos nociones distintas sino como una sola: es un conocer que se hace realidad. Realizar, en español, no es solamente hacer, aunque sea este el modo habitual en que se usa, sino que es un hacer realidad lo que antes se concibió en la inteligencia. No sé qué dirán los estudiosos de la lengua sobre todo esto, pero es el modo en el que yo lo entiendo y en el que, creo, lo entendía Newman. 

To realize es para Newman un acto de conocimiento que implica la totalidad del que conoce, por tanto es ya un hacer con todo el corazón. Es atribuir realidad a lo que tiene realidad, pero no sólo nocionalmente ni sólo afectivamente, sino con la propia existencia real, con nociones, afectos, palabras y silencio. Por eso mismo, to realize es un acto de conocimiento eminentemente ético, es praxis, es actividad interior y exterior. Implica involucrarse en la totalidad de sí mismo a la verdad que se ha conocido. 

Demos un paso adelante. La fe es también un asentimiento a una proposición, y ese asentimiento puede ser nocional o real. Y, tal como están las cosas en la Iglesia, nos metemos en un problema serio, porque la pregunta que enseguida nos viene es acerca del tipo de asentimiento que prestan a las proposiciones de la fe católica muchos encumbrados personajes que todos conocemos. Ciertamente, nadie que no sea Dios, ni siquiera los ángeles, pueden juzgar del interior de una persona. Nosotros, simples humanos, apenas podemos suponer la calidad de la fe de alguien por sus obras. Ya lo dice el apóstol Santiago: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (St. 2,18). Entonces, si le preguntamos, por ejemplo, al cardenal Matteo Zuppi sobre su fe en la enseñanza moral de la Iglesia, estoy plenamente seguro que nos dirá que asiente a ella pero, ¿con qué tipo de asentimiento? Si afirma públicamente como acaba de hacer que “una familia queer no es más que una de esas variantes del amarse unos a otros” y que es esencialmente una comunidad, en la que no hay roles, despreciados como máscaras que arruinarían la «elección del amor», no pareciera que el suyo se trate de un asentimiento real.

Podríamos multiplicar los ejemplos al infinito. Si le preguntamos al Papa Francisco si asiente a los artículos del Credo y a los cánones de los siete primeros concilios ecuménicos que definieron nuestra fe, dirá que sí. Sin embargo, cuando firma la declaración de Abu Dhabi y afirma que Dios quiere la multiplicidad de religiones por lo que son algo bueno, es un signo evidente e irrefutable que su asentimiento a la fe católica es meramente nocional, en el mejor de los casos, pero no real.

Pero bajemos a cuestiones más cotidianas. Un porcentaje cada vez más minoritario de católicos asentirá con la proposición según la cual Nuestro Señor está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Sagrada Eucaristía. Y defenderán con fiereza este asentimiento los católicos más conservadores. Sin embargo, puedo preguntarme con ciertos motivos acerca del tipo de asentimiento con el que lo hacen. ¿Puede alguien que tiene asentimiento real, es decir, que realiza que en la Eucaristía está verdaderamente presente el Redentor, comulgar en la mano?¿Puede sentarse en el piso con las piernas cruzadas mientras canta canciones pavotas con la guitarra mientras el Señor está expuesto en la custodia? Podríamos multiplicar los ejemplos: hakunos hay en todas las dimensiones del planeta. 

Recuerdo que un amigo, que ahora es sacerdote, me dijo hace muchos años algo que me quedó dando vueltas y no he olvidado. Él se oponía a la exposición frecuente, ¡o diaria! del Santísimo porque, decía, “Frente a Él, lo único que puedo hacer es estar de rodillas”. Me pareció un poco exagerado, pero tenía razón: mi amigo había realizado la verdad de la presencia real. Hoy asistimos a una proliferación de la adoración al Santísimo. El mundo católico conservador y no tanto, pareciera que redescubrió esta práctica de piedad, que era un acontecimiento más o menos extraordinario hasta antes del Concilio, la hicieron cotidiana y terminaron banalizándola. Nadie puede dudar que está muy bien adorar al Señor en la Eucaristía, pero hoy es habitual entrar en una iglesia, y aunque el cura sea progre o aunque sea de los jesuitas, no será raro encontrar en alguna capilla lateral el Santísimo Sacramento expuesto, y solo, pues no hay nadie adorándolo. Quien expone y retira el ostensorio con la hostia consagrada es la sacristana, con la misma actitud con la que pone o quita un florero. Y me amigo decía que lo único que podía hacerse era estar de rodillas…

Se trata de dos tipos de asentimientos: nocional y real. Se trata, en el fondo, de dos tipos de fe. O, mejor aún, de fe católica y de ausencia de ella, pues ha sido reemplazada por una noción que permanece en el ámbito abstracto de la mente pero que no se realiza


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