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Cartas a un ultramontano en materia de Pontificado (1)

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por Eck


Estimado señor,

Recibí su carta de manos del señor Wanderer y le agradezco su atención a mi escrito a pesar de las discrepancias. El debate civilizado sobre estas cuestiones candentes es imprescindible para poder dilucidar donde se encuentra el problema y sus posibles soluciones. Con la ayuda de Dios podremos aquí aportar nuestro granito de arena como colaboradores de la Verdad y arrojar algo de luz allí donde las tinieblas nos impide ver dónde mora el error que nos encadena a su servidumbre. Hoy, esto es más importante que nunca, ya que el papado de Francisco muestra las fallas de una concepción del pontificado y de la Iglesia que han resultado perjudiciales para atacar el gran problema del modernismo. En nuestros tiempos ya podemos decir que ha sido inútil, a la vista está, y, quizás, y ello ha de ser demostrado, ha ayudado a la victoria del progresismo dentro de la Iglesia. Se torna, pues, necesario contemplar, analizar y, en su caso, desandar el camino equivocado para encontrar la senda correcta, más allá de esa historieta maniquea y simple de la malvada infiltración modernista que se hace con los mandos jerárquicos en el Concilio Vaticano con un golpe de mano y que llega a su cima con el actual pontífice reinante. 

    Sin embargo y a pesar de ser tranquilizadora para muchos, pues descarga a los puros de la responsabilidad en el desastre, no contesta a cuestiones mollares: ¿Cómo pudo suceder esto tan mansamente en la iglesia tras los papados de los Píos y educada en sus universidades y seminarios mientras que la anterior resistió mucho mejor la acometida?¿No tendría algo que ver el debilitamiento de la Iglesia durante su etapa ultramontana el que se propagase tan rápidamente la infección por todo el cuerpo sin apenas resistencias solamente porque vino de arriba? ¿Por qué el proceso fue tan rápido, tan universal y afecto a tantas órdenes y a tantos religiosos, otrora bastiones del ultramontanismo, en los 60 y 70? ¿Acaso eran todos modernistas ocultos y disfrazados? A esto debemos también responder.

    Lejos de nosotros el renegar de la inmensa labor en tantos campos de los autores ultramontanos, aún mucho más lejos el menospreciar su luchas y combates en circunstancias tan difíciles como fue la tormenta revolucionaria y la resaca del liberalismo, pero tampoco podemos compartir la visión idolátrica que tantos tienen de ellos. Por este motivo, nuestro artículo, tan polémico, lo envolvimos de aspectos paródicos, no sólo para divertir a los lectores sino también para derribar a tantos idolillos que tienen muchos en sus corazones y con cuyo incienso tapaban la verdad que tan necesaria nos es y, lo que es mucho peor, podría ser peligrosísima para la futura restauración de la Iglesia y matar tantos brotes esperanzadores al proponer un modelo fracasado, gracias a Dios he de decir, porque su triunfo hubiere sido la pesadilla que vislumbró Leonardo Castellani aunque no se atrevió a plasmar del todo en sus obras apocalípticas.

    Nuestra visión la resumió muy bien un historiador español en el siglo XIX, D. José de Caso, en su traducción de la Historia de Roma de Bertolini: “Hijos que hemos costado la vida de nuestros padres, bien ingratos y despreciables seríamos si no mirásemos con piedad filial sus errores, cuando hasta estos errores, que fueron su desgracia, han hecho nuestra fortuna”.

Nuestra fortuna es que Francisco ha eliminado para siempre la confusión entre la Tradición y el ultramontanismo, ya vislumbrada durante el reinado de Leon XIII, asentada durante el Vaticano II y adormecida durante Juan Pablo II y Benedicto XVI. Nuestra fortuna fue el error de confundir el tradicionalismo y el ultramontanismo en esos autores, que retrasó lo suficiente el triunfo casi inevitable  de este último dándonos un tiempo precioso para prepararnos y evitar el peligro. Nuestra fortuna es que el compendio de ultramontanismo es Francisco, ¿Qué hubiera pasado si se hubiese sentado en la Sede de Pedro un Calvino, un Lutero o un Nestorio modernista con el prestigio de S. Pio X o Pio XII?... 

    Ahora, en nuestros días, el ultramontano y ultramontiniano Bergoglio da lugar a sólo dos posiciones coherentes en lo que he llamado el “Silogismo de Francisco” desde esta concepción:

1. El magisterio del Papa es católico.

El magisterio de Francisco no es católico.

Ergo, Francisco no es Papa. 

En distintos grados esta suposición está en los distintas opiniones que se dan al problema: sedevacantismo, sede impedida, etc.

2. El magisterio del Papa siempre es católico.

Francisco es Papa. 

Ergo, su magisterio es católico. 

Si no sigue a los pontífices anteriores es porque los tiempos son otros y sus diferencias son adiaforas sin valor hoy. 

    No se me alegue las definiciones del Detzinger, el magisterio remoto contra cercano y demás, que son meros apaños y engaños para no reconocer el problema, porque sólo el magisterio puede interpretar al magisterio y juzgarlo. Quienes no somos magisterio no podemos juzgarlo porque no hay una regla superior objetiva de la Fe a la que acudir una vez aceptado el magisterialismo moderno. Esto era lo que querían evitar los Concilios y Papas cuando definían los dogmas, los hacían objetivos frente al subjetivismo de los herejes (orto-doxia frente a hetero-doxia) y la labor teológica era objetivar sus contenidos para poder juzgar si era recta o no una doctrina. El cardenal Tucho, en el fondo, tiene toda la razón, desde la actual concepción del magisterio: Quien se aparta de Francisco comete cisma y herejía. ¿Quiénes son ellos para juzgar el magisterio del Papa Francisco si solo el magisterio puede dar razón de sí mismo? 

    ¿Acaso hay mucha diferencia entre lo que ha dicho el Tucho y sus afirmaciones de que el Papa posee “un carisma particular” para la protección del depositum fidei, “un carisma único, que el Señor sólo dio a Pedro y a sus sucesores”, “un don vivo y activo, que actúa en la persona del Santo Padre” y que, por tanto, hoy “sólo el Papa Francisco” está en posesión de esto, y el siguiente párrafo de uno de los representes más eximios del ultramontanismo del siglo XIX?

“No vamos á retratar á un hombre semejante a los demás hombres. El hombre de quien tratamos, no ha nacido para las obras comunes de la vida. En un cuerpo sometido á las enfermedades y á la muerte, tiene, como todos nosotros, un alma sujeta al error, pero no estrechada en todos nuestros límites ni sometida á todos nuestros desfallecimientos. Dios está ligado para con él con un juramento eterno y le asiste de manera especial. Es el hombre á quien el Salvador ha dicho: “Yo estoy contigo”. En él la carne mortal encierra más inmortalidad que en nosotros. Ese hombre es Pedro, que nunca muere (…) Ese hombre enseña, expía, liberta, muere, reina llevando un nombre incomunicable é intrasmisible: es el Papa, el Padre.” Luis Veuillot, Biografía del Papa Pio IX, Imp. La Esperanza, Madrid, 1865; p. 2 y 3. 

    Dice que el alma del pontífice está sujeta al error pero Tucho puede alegar lo mismo, en la teoría claro, pero no en la práctica. No hay imposibilidad lógica de que existan unicornios pero, en la vida real, no existen. ¿Cómo puede estar sujeta al error un alma que no tiene nuestros límites y desfallecimientos?, pregunto. En el fondo, Tucho y los suyos piensan igual que otro de los más grandes ultramontanos, el conde de Maistre, que escribió lo siguiente:

Pero, se dirá tal vez según los disputadores modernos, si el Papa se hiciese hereje, ó se volviera loco, ó fuera un destructor de los derechos de la Iglesia, etc.; ¿Cuál será el remedio? En primer lugar respondo que los hombres que en nuestros días se divierten en hacer este género se suposiciones, aunque no se hayan realizado jamás en el espacio de mil ochocientos treinta y seis años, son muy ridículos ó muy culpables.” Joseph De Maistre, Del Papa, de. Impr. D. José Félix Palacios, Madrid, 1842, . 49.

    ¿Los papas Vigilio, Honorio, Juan XXII jamás existieron? Claro que sí y bien los conoce porque cita el caso del papa Honorio (p. 143-159) pero de nada sirve porque lo niega al parecerle imposible por el silogismo al que hemos aludido. Hasta intenta refutar las condenas de todo un Concilio Ecuménico. Esta ceguera voluntaria a esta pregunta la estamos pagando con creces ahora cuando tenemos un papa destructor de los derechos de la Iglesia y no de un pasado remoto con el que jugar al escondite sin consecuencias.

    Bajo esta concepción del Papado y su palabreja talismán, tan querida por muchos, “magisterio”, se esconde la concepción subjetiva, voluntarista y tautológica de la doctrina de la Iglesia. La confusión en una misma palabra del órgano, la función y el producto (el magisterio del magisterio da lugar al magisterio de la Iglesia con un significado diferente en cada caso, en vez de la iglesia, magistra et doctrix, enseña, docere, la fe, doctrina) da lugar a este monstruo. Y decimos tautológica porque puede dar lugar a esto: es magisterio lo que dice el magisterio actual qué es magisterio.

    ¿Y qué es sino esta concepción de la autoridad, de la potestad y de la doctrina sino un modernismo pero no de un individuo, el creyente, no de una colectividad, la asamblea de la Iglesia, sino de su mayor cargo, el Papa? Es más y aunque escandalice a más de uno, tenemos el firme convencimiento de que el ultramontanismo en la variante mas sutil del modernismo, revestido de angel de luz(II Cor. XI, 14), que engañó a todos con sus errores. No en balde se concibe al Papa como oráculo de Dios, hipostasiado del Espiritu Santo y más parece que, en vez de a San Pedro y sus sucesores, tengamos la Primera Presidencia mormona disfrazada con ropajes católicos. La Fe ya no es una regla objetiva transmitida por Cristo a los apóstoles sino lo que subjetivamente diga e interprete el Magisterio, es decir, el Pontífice, pues son uno y lo mismo. 

    El ultramontanismo es el modernismo de un solo sujeto: el Papa.

    Las únicas diferencias con el modernismo mayoritario se encuentran en el sujeto de la soberanía, la persona del papa y de los jerarcas asociados a él, y en que los papas y la mayoría de sus partidarios creían en la Tradición materialmente aunque las formas fueran formalmente revolucionarias o modernistas, dando lugar a la confusión que llega hasta nuestros días. Esto explica los casos antitéticos pero gemelos de Lanmenais y De Maistre. El francés comenzó como absolutista partidario de Carlos X y ultramontano para pasar a modernista y acabar como agnóstico,  mientras el saboyano perteneció a la masonería, martinista y algo gnóstico para acabar como el mayor reaccionario y absolutista papal; pero ambos estaban atrapados en la misma forma mentis de la modernidad introducido por la asunción del estatalismo hodierno, pues no en balde se ha dicho que el liberalismo es el protestantismo adaptado a los católicos post-tridentinos, pero esto lo veremos en la segunda carta.

    Como conclusión a esta primera parte, creo poder establecer los siguientes puntos objeto del debate:

1. El estudio y la crítica a la iglesia ultramontana es necesaria para corregir los errores modernos, y no porque sea su origen, sino porque la reacción especular representó una gran ayuda a la extensión del mal del modernismo a largo plazo. 

2. Esta reacción especular introdujo el modernismo donde menos se podía esperar: en una concepción del papado que ha subvertido las relaciones entre Revelación (S. Escritura y Tradición) y Autoridad eclesiástica, ahora concebida como Potestad voluntarista y relativista: Magisterio, al cual se somete todo. Es un típico caso de simetrización neomodernista. Sucedió como en un negativo fotográfico, es lo contrario al positivo pero muestra la misma imagen.

3. Otro punto es que la confusión entre ultramontanismo e iglesia tradicional se dio, por circunstancias históricas, en tres países y allegados: Francia, Italia y Alemania, mientras que otros o no llegaron o se acogió de forma tardía y con fuertes resistencias, como España e Inglaterra. 

4. Esta confusión duró mientras en el papado hubo un papa intransigente, como Pio IX, pero con pontífices más acomodaticios como León XIII y Pio XI dio lugar a colisiones entre dos lealtades absolutas. No es casualidad que se dieran justamente durante estos pontificados algunos quiebres morales de estos choques: el Ralliement y el caso de la Acción Francesa en Francia, y el hundimiento de la causa cristera en México, donde ganó el ultramontanismo frente al tradicionalismo, mientras que intentos similares en España se abocaron al fracaso.

5. Que la labor de zapa del ultramontanismo y su extensión universal dio resultado como lo vemos en la mínima resistencia al Vaticano II y a los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI. El papa ordenó y la iglesia obedeció perinde ac cadaver.

6. Tras los paréntesis tranquilizadores de Juan Pablo II y Benedicto XVI, que fue el que mas hizo por restaurar el verdadero papel del pontífice romano tanto en la teoría como en la práctica, el ultramontanismo volvió por sus fueros más autodestructivos y disolventes con Francisco. Y es que el ultramontanismo tiende al modernismo de forma natural por compartir los mismos principios aunque no el mismo titular. Y así tenemos a Tucho, el prefecto de Doctrina de la fe, con frases dignas de autores ultramontanos del siglo XIX y siendo más lógicos que todos ellos. 

7. Por todo lo expuesto, juzgo como un grave error los intentos de restauración del ultramontanismo dentro del tradicionalismo. Es volver a una de las concausas para combatir las consecuencias.



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