por Peter KWASNIEWSKI
Carta a un sacerdote que brega por la mejora gradual de la nueva liturgia en lugar del simple retorno o restauración del auténtico rito romano.
Estimado Padre,
Si bien sabe que aprecio su solicitud paternal y siempre considero lo que tiene que decir con gran respeto, en este caso nuestros desacuerdos no pueden resolverse fácilmente.
La inconcebible cantidad de innovaciones y arqueologismos de Pablo VI, impulsadas por el ejercicio abusivo de su poder, no pueden sino ser dañinas para la identidad, la coherencia y la misión de la Iglesia. No hay futuro para una liturgia que ha cortado sus lazos con el pasado, su vínculo con la Fe de cada generación a lo largo de los siglos.
El sacrificio sacramental realizado por la doble consagración es siempre agradable a Dios en sí mismo. Sin embargo, en la medida en que el nuevo rito no respeta los dones de la tradición que Nuestro Señor mismo inspiró en su Iglesia y no le da, aquí y ahora, el honor y la reverencia que le corresponde en nuestro culto público, en esa misma medida desagrada al mismo Señor de la historia y de la santidad, y no debe seguir existiendo.
Como ya se ha demostrado demasiadas veces (Pristas, Cekada, Fiedrowicz y Hazell son nombres que vienen rápidamente a la mente), la lex orandi moderna es deficiente en sus textos, rúbricas y ceremonias; no encarna adecuadamente ni comunica claramente la lex credendi completa de la Iglesia Católica. Esta es una herida objetiva en el Cuerpo de Cristo y no se puede tapar con intenciones caritativas o mejoras subrepticias.
Cabe señalar que la revista Notitiae, que ha proporcionado pautas oficiales para la celebración del Novus Ordo durante décadas, afirmó repetidamente que nunca fue pensado que los elementos del antiguo misal se incorporasen al nuevo, y que el celebrante no debía hacerlo. Esto fue en los días en que la ruptura se admitía sin tapujos, antes de que se convirtiera en política durante un tiempo negar que existiera la misma. Por supuesto, ahora nos encontramos nuevamente en el mismo lugar:
No se debe olvidar nunca que el misal del papa Pablo VI, a partir del año 1970, ha reemplazado al que se llama impropiamente “misal de san Pío V” y que lo ha hecho totalmente, ya sea en cuanto a textos o rúbricas. Donde las rúbricas del misal de Pablo VI nada dicen o son poco específicas, no se debe inferir que deban seguirse las del antiguo rito. En consecuencia, no se deben repetir los muchos y complejos gestos de incensación según las prescripciones del misal anterior (cf. Missale Romanum, TP Vaticanis, 1962: Ritus servandus VII et Ordo Incensandi, pp. LXXX-LXXXIII). [Notitiae 14 (1978): 301–302, n. 2]”
“Como se dijo en la respuesta n. 2 del Comentario Notitiae 1978, p. 301: donde las rúbricas del misal de Pablo VI no dicen nada, no debe por tanto inferirse que es necesario observar las antiguas rúbricas. El misal restaurado no complementa al antiguo, sino que lo reemplaza. Es cierto que el misal antes indicaba que en el Agnus Dei debía golpearse el pecho tres veces, y al pronunciar el triple Domine, non sum dignus, lo mismo. Sin embargo, dado que el nuevo misal nada dice al respecto (OM 131 y 133), no hay razón para suponer que deba agregarse ningún gesto a estas invocaciones. [Notitiae 14 (1978): 534–535, n. 10]”
“Como sucede generalmente, [la forma en que un sacerdote levanta las manos y las vuelve a unir en el Prefacio o en la bendición final] es un hábito que proviene de las rúbricas del misal anterior. Las indicaciones del OM, sin embargo, deben ser observadas... Por lo tanto, el antiguo ritual no debe mantenerse... [ Notitiae 14 (1978): 536–537, n. 12]”
Si bien estoy completamente preparado para cuestionar la credibilidad de la Congregación para el Culto Divino e incluso la posición canónica de sus decisiones, no hay duda de que citas como las anteriores expresan acertadamente la intención dominante de ruptura litúrgica que generalmente ha animado al Vaticano hasta el día de hoy, con un breve y parcial respiro bajo Benedicto XVI. Para lo que no veo lugar es para una “tridentinización” gradual del nuevo rito, porque esto no es consistente con sus rúbricas ni es posible en última instancia dadas sus extensas mutaciones genéticas. La especie eucarística puede ser la misma pero la especie litúrgica es diferente, y no hay camino evolutivo de una a otra.
Por lo tanto, si bien simpatizo con los sacerdotes que desean hacer todo lo posible para ofrecer el Novus Ordo lo mejor que se pueda, con la intención y el espíritu correctos, es difícil encontrar bases históricas o teológicas objetivas para apoyar ese enfoque como una política formal o como principios en los que basar un proyecto, que es lo que entiendo que significa la frase “Reforma de la Reforma”: una manera de reconectar el Novus Ordo con el Vetus Ordo, o para hablar más francamente, de reconectarlo con la tradición litúrgica de Occidente orgánicamente desarrollada, de la que se distanció in toto por el simple hecho de que todo estaba sometido al escrutinio de los expertos y filtrado a través de su sistema ideológico. El resultado es completamente moderno, incluso los elementos que vienen del pasado.
Si la liturgia no es tratada como un obsequio de la tradición que recibimos con humildad, se convierte en un producto que fabricamos, algo que validamos y otorgamos derechos, y que con la misma facilidad podríamos desechar. Me parece que esto es parte de la razón por la cual algunos sacerdotes, como el P. Bryan Houghton y el P. Roger-Thomas Calmel, dijeron desde el primer momento que no podían, en buena conciencia, celebrar el Novus Ordo Missae.
¿Pienso que un sacerdote peca al celebrarlo? No, si en su mente y en su corazón lo considera un rito digno y aceptable para ofrecer el siempre digno sacrificio de la Cruz. Solía pensar como usted sobre este asunto, como se puede encontrar en muchos de mis artículos (por ejemplo, este, este, este), pero mi cambio de pensamiento y las razones para ello las he articulado con la misma claridad (por ejemplo, aquí, aquí y aquí).
Lo que he escrito arriba sin duda le parecerá una exageración, un error en hacer varias distinciones. Como tomista, soy capaz de hacer muchas distinciones, pero las distinciones no son mágicas; no pueden superar ciertos tipos de dificultades fundamentales. No estoy de acuerdo con la suposición (¿neo?)escolástica de que la Iglesia nunca puede errar en materia de disciplina universal, al menos en el sentido de imponer al pueblo algo que ocasionaría daño y perjuicio, aunque esté, estrictamente hablando, libre de herejías. Deducir la inerrancia en lo disciplinar a partir de la doctrina de la infalibilidad papal requiere de varias presunciones y mucho optimismo; su negación no pone en juego la indefectibilidad de la Iglesia. Hay una presunción en particular que merece ser rechazada, a saber, que la liturgia es una cuestión meramente disciplinar y reformable sobre la cual los papas tienen completa disposición. En la medida en que cualquier papa haya hablado o actuado como si tuviera poder absoluto sobre la tradición acumulativa, está socavando la naturaleza de su propio oficio. Seguramente tampoco estaríamos de acuerdo respecto a la infalibilidad de las canonizaciones.
Creo que un gran nivel de desorden es compatible con el gobierno humano y la asistencia divina de la Iglesia, siempre que el acceso a los medios de salvación, especialmente la gracia sacramental, permanezca disponible para aquellos que la buscan, y que la tradición de la Iglesia continúe manteniéndose sin deformaciones en algún lugar, sea donde sea. No hay duda de que la tradición perdura, no solo aquí o allá, sino en muchos lugares, en muchas mentes y corazones. Incluso si ha sido alcanzada por bárbaros, saqueada y mutilada, la barca no naufragará. Pero se necesitará un cambio completo en la dirección y tripulación antes de que haya alguna esperanza real de que la liturgia sea restaurada a su forma inmemorial y venerable, de acuerdo con la ley soberana de la Providencia cristiana.
No debería sorprenderle que hayan enormes diferencias de opinión sobre cómo interpretar la extraña situación litúrgica en la que los eclesiásticos del siglo XX han llevado a la Esposa de Cristo en la tierra.
Suyo en Cristo nuestro Rey,
Dr. Kwasniewski
Fuente: New Liturgical Movement
Traducción: Agustín Silva Lozina