Cuando era adolescente, me aficioné a la lectura de novelas de corte apocalíptico. Leí Juana Tabor - 666, de Hugo Wast; El Señor del mundo, de Benson; El anticristo, de Soloviev, Los papeles de Benjamín Benavides de Castellani, entre otros.
Algunos años después, quise volver a esa literatura pero ya no pude. En todos los casos, los autores pintaban una iglesia apóstata que hacía la mar de disparates; fantasías puras, toscas en algunos casos. Me pareció que Hugo Wast o que Benson no eran más que literatos ingenuos y mediocres que exageraban recursos literarios, y les salía bastante mal. Yo no contaba, claro, con la llegada al solio pontificio de Jorge Mario Bergoglio. El papa Francisco no solo ha superado al Mons. Panchampla de Castellani y al P. Piolini de Peter Capuzzoto, sino también las fantasías más descabelladas y grotescas de los autores apocalípticos.
Hace pocos días, el arzobispo de Mendoza (Argentina), Mons. Marcelo Colombo, emitió un comunicado en el cual se congratulaba por la creación de la primera “eco-parroquia” de su arquidiócesis. Poco después, el eco-párroco, p. Horacio Day, publicaba un corto en Youtube explicando la iniciativa. Las eco-ocurrencias son tan desopilantes que obviarían cualquier comentario, pero es bueno ser conscientes de la profundidad de la caída.
Nadie duda de la importancia del cuidado de la Creación y de la necesidad para todo cristiano de “escuchar” a las criaturas. No sólo lo enseña San Francisco de Asís; mucho antes que él, los Padres de la Iglesia hablaban de la “contemplación de las naturalezas segundas”, es decir, de la contemplación de la criaturas que, necesariamente, exige su cuidado y su escucha. Pero hay un detalle que se le escapa al eco-papa y a los eco-clérigos: para poder alcanzar esa contemplación, es necesario un proceso de purificación espiritual, consistente en desprenderse del pecado y adquirir las virtudes. Solamente será capaz de escuchar lo Creado quien tenga un corazón purificado, o un oído apto, para tales voces, pues los que hablan en las criaturas son los logoi divinos que habitan en ellas. Pretender que cualquier hijo de vecino, cargado de vicios y alejado de Dios, pueda “escuchar” a las criaturas, no es más que un postulado voluntarista que, necesariamente, terminará en fracaso.
Las incoherencias de Mons. Colombo no quedan en el plano teológico. Dice, por ejemplo, “es la hermana madre tierra la que clama”. O es hermana, o es madre; si es ambas cosas, estamos ante un repugnante caso de incesto. Y el eco-obispo atribuye a las desventuras de este hermana-madre, provocadas por sus hermanos-hijos que vendríamos siendo nosotros, la ocurrencia de sequías, inundaciones, huracanes y olas de calor. Le convendría a Su Eco-Excelencia repasar los libros de historia para ver que tales catástrofes naturales acompañan a la humanidad desde siempre. Y resulta extraño que no haya incluido a los terremotos, siendo Mendoza una ciudad muy propensa a los sismos. Será cuestión de esperar su próxima carta pastoral en la que nos dirá que los terremotos no son más que los estertores de dolor de la hermana-madre cuando es herida por alguno de los malditos humanos que la habitan.
Sigue el arzobispo Colombo diciendo: “Además, gritan nuestros hermanos y hermanas de los pueblos nativos”. En su arquidiócesis no hay comunidades aborígenes, por lo que los gritos debe escucharlos en otras jurisdicciones. Aguzado oído el suyo. Pero lo cierto es que, en Argentina como en Chile, los únicos gritos de los “pueblos originarios” que se escuchan, son los que los autopercibidos mapuches emiten cuando incendian casas, iglesias y edificios públicos, o cuando se lanzan a la usurpación de terrenos privados. Y su ulular se escucha también durante sus ceremonias paganas, cuando rinden culto a dioses falsos, esos que tanto le gustan al papa Francisco y que, para desterrarlos, dieron su vida miles de misioneros en la América hispana.
La comunicación oficial del arzobispado finaliza refiriéndose a “la parroquia San Vicente Ferrer que, desde 2021, bajo la gestión del Padre Horacio Day, ha marcado la diferencia en aspectos ambientales, cambiando la luminaria de la iglesia a luces LED; incorporando mobiliario fabricado a partir de plásticos reciclados; colocando un contenedor de recepción de Botellas de Amor y Puntos Verdes en distintos sectores del edificio”. Sugiero al ocurrente eco-párroco que escriba el tercer tomo del clásico tratado de Mons. X. Barbier de Montault (Traité pratique de la contruction, de l’ameublement et de la décoration des églises selon les règles canoniques et les traditions romaines), editado en París por Louis Vivès en 1878. Eso de tener bancos fabricados con botellas de amor recicladas es un must que cualquier parroquia paqueta debe tener. Una paquetería que las parroquias pobres no pueden costearse y deben contentarse con bancos de madera de roble o de pino.
El p. Day afirma que quiere tomarse en serio la “invitación del papa Francisco a la conversión ecológica”. El problema no está en tomarse en serio esa invitación sino en tomarse en serio al papa Francisco. Debe ser él uno de los pocos que lo hace. Basta ver las declaraciones del cardenal Müller y la escalofriante imagen de una plaza de San Pedro vacía (literalmente) durante la misa de beatificación de Juan Pablo I para caer en la cuenta de la desaprensión universal por la palabra del pontífice. Pareciera que los eco-clérigos no quieren poner un oído en el pueblo, que ya no sigue, ni le interesa el pontífice romano. Más aún, el p. Day podría dar una vuelta los domingos por la mañana a unas pocas cuadras de su parroquia donde vería que la capilla de la FSSPX tiene cuatro misas, todas ellas repletas de gente. ¿Cuántos son los eco-fieles que van a sus eco-misas?
El párroco, además, nos dice que sus preocupaciones pastorales, siguiendo el magisterio francisquista y el ejemplo de San Francisco de Asís, consiste en que sus fieles sean capaces de escuchar el canto de los pajaritos. Imprescindible referencia al inolvidable Mario Sánchez y sus ochentosos sketches. El p. Day también debería recordar que, según cuentan sus más antiguos biógrafos, el Poverello de Asís “gustaba de celebrar las Navidades con un almuerzo a base de carne y decía: «Cuando es Navidad, ¡no hay abstinencia que valga! Y si las paredes pudieran comer carne, ¡habría que dársela también a ellas!”. Escuchaba el canto de las avecillas pero, cuando era el caso, se comía a varias de ellas asadas a la parrilla.
Finalmente, y antes de dedicar un largo y emotivo abrazo a su eco-perro, el párroco nos comenta que cuenta con un grupo de jóvenes empeñados en la conversión ecológica pedida por Francisco. Se sabe que no es la única parroquia mendocina donde lo que antaño era los grupos de jóvenes que se dedicaban a misionar y a llevar, con medios más o menos adecuados, el mensaje evangélico a los demás hombres, ahora se dedican a hacer excursiones a la montaña los días sábado a fin de recoger residuos y plásticos. Los eco-jóvenes vuelven cargados de botellas de amor. Un espectáculo de grotesca ficción, que ninguno de los novelistas de temas apocalípticos hubiera jamás imaginado.
Nota bene: ¿Por qué Mons. Marcelo Colombo y el p. Horacio Day hacen lo que hacen? Ninguno de los dos es estúpido; más bien al contrario. Ambos son formados e inteligentes. Según la maledicencia del venerable clero mendocino, hacen lo que hacen porque Mons. Colombo quiere ser el próximo arzobispo de Buenos Aires, y el p. Day quiere ser obispo de donde sea. Se non è vero…