El sábado de la semana pasada fuimos testigos de un espectáculo patético e indignante. Una misa pontifical celebrada por el arzobispo de Mercedes-Luján, en la basílica de Nuestra Señora, para el gobierno kirchnerista. La iglesia es una vez más utilizada, y se deja utilizar, con fines partidarios. Mientras Santo Tomás Becket se entregó voluntariamente al martirio para defender la independencia y autonomía de la iglesia con respecto al poder político, Mons. Jorge Scheinig entregó voluntariamente a la iglesia al poder político para que la use e instrumentalice como quiera.
El arzobispo Scheinig, conocido por sus compañeros de seminario y de presbiterio en San Isidro como “Carapa”, cometió todas las torpezas que uno pueda imaginar, políticas y litúrgicas. Logró reunir una galería integrada por los facinerosos más notables de la Argentina sentados en el primer banco del templo; dio la comunión a pecadores públicos y pertinaces, como el presidente Alberto Fernández, que vive en adulterio y promueve el aborto, o la intendente de Quilmes Mayra Mendoza, defensora de los peores vicios que imaginarse pueda, y fue secundado por un diácono de aspecto inquietante y mirada torva, que lucía una ancha estola con la figura del cura montonero Carlos Mujica. Recordemos, por otro lado, que Scheinig es persona de confianza del Papa Francisco y que nada que tenga cierta importancia se hace en Argentina sin su aprobación explícita. No me cabe duda que fue el mismo pontífice quien autorizó y animó la celebración de esta misa escandalosa.
Pero no me interesa comentar lo obvio. Veamos más bien algunas reflexiones que podemos sacar de lo sucedido ad usum de los que nos reunimos en este blog.
En primer lugar, lo que hemos visto una vez más es la utilización de la liturgia para fines políticos. Estoy seguro que todos condenarán el hecho, pero me pregunto si somos conscientes de las veces en que, aún en los medios más conservadores, se utiliza la liturgia con fines pastorales. Por ejemplo, se utiliza la misa para que los fieles se sienta involucrados en la vida parroquial, para que los niños del catecismo lean las lecturas —sin casi saber leer y pronunciar el español— o para que un matrimonio que cumple sus bodas de plata lleven las ofrendas; para la finalización de un campamento de jóvenes o cuando las señoras de Cáritas terminaron de tejer una colcha. Por supuesto, se aducirán razones muy válidas para esta instrumentalización de la liturgia pero, en el fondo, se trata de una postura utilitarista.
El utilitarismo de Jeremy Bentham y de John Stuart Mill enseña que utilidad es todo aquello que produce felicidad. De esta manera, todo lo que promueve la felicidad en una sociedad se considera como un principio moral. La búsqueda de felicidad a nivel social terminará dictando las normas éticas. En el caso que estamos analizando, lo que se busca es la felicidad de la comunidad parroquial; que todos se sientan integrados y contentos, que no dejen de asistir a misa y que se alejen del pecado —objetivos todos buenos y deseables—, y será la consecución de estos fines lo que determinará las normas éticas o litúrgicas que se aplicarán en la vida parroquial. Por eso, serán muy bien vistas las misas en las que la mayor cantidad posible de fieles esté involucrado en algún tipo de tares y de las que todos salgan contentos: la señora porque lució su modelo durante la procesión de ofrendas y la abuela cuya nieta leyó la segunda lectura. Se alcanzó el objetivo; la comunidad está feliz. Y se utilizó la misa para llegar a la meta.
Nadie cuestiona que los fines perseguidos sean buenos e, incluso, que sean los propios de la vida parroquial y, por tanto, los que debe buscar el párroco. Lo que cuestiono es utilizar, en un sentido utilitarista, a la liturgia para alcanzar esos fines. Y esto es sencillamente no entender de qué se trata el culto y la liturgia.
No es este el sitio para explicar tales profundidades. Solamente digamos que el culto, tal como lo enseñan autores como Joseph Pieper, Odo Casel o Rudolf Otto, por nombrar solo a algunos contemporáneos y alejados de cualquier sospecha de tradicionalismo, es lo más ociosos que hay. Y me refiero, claro, al ocio en el sentido griego del concepto. El culto es un homenaje gratuito que el hombre puede y debe ofrecer a Dios. Pero es ocioso, es gratuito; es decir, no se busca en él un beneficio, no se utiliza para conseguir algo, por más bueno y loable que ese algo sea. Entonces, ¿el culto y la liturgia para qué sirven? No sirven para nada. Es ofrecimiento puro del hombre al Dios Omnipotente. Esto no significa, por supuesto, que no se reciban muchos beneficios a través de la liturgia. Hace poco reseñábamos un libro sobre los convertidos por la liturgia, pero esos beneficios los da Dios a quien quiere, como quiere y cuando quiere. No los distribuye el párroco según sus criterios participativos y comunitarios.
Está muy bien escandalizarnos de la misa celebrada por Mons. Scheinig en Luján, pero también es importante bucear en lo profundo de ese escándalo, que no radica solamente en los sacrilegios que allí se cometieron sino en la concepción misma de culto y de liturgia que el prelado hace suyas.
En segundo lugar, si bien todo el episcopado argentino tomó distancia de lo actuado por Mons. Jorge “Carapa” Scheinig, lo cierto es que tomaron distancia de las implicancias políticas de la misa. Dicho de otro modo, cualquier obispo argentino habría celebrado una misa con el mismo diácono montonero y cometido los mismos sacrilegios si esto no hubiese supuesto una claudicación a las pretensiones peronistas. El rechazo episcopal no fue a la intrumentalización litúrgica sino a la intrumentalización política.
Esto nos da la pauta —una más— del estado en que se encuentra el episcopado. Por eso, conviene insistir en lo que hemos dicho varias veces en este blog: el papa Francisco ha hipotecado el futuro de la iglesia católica argentina por al menos para las tres próximas décadas. Desde su llegada al pontificado, se ha dedicado a reproducir obispos de un modo descarado (y después nos viene hablar de las familias conejiles), y todos ellos cortados por la misma tijera. Uno de sus primeros elegidos fue Mons. Gustavo Zanchetta, encarcelado por abusar sexualmente de sus seminaristas y poco después fue el caso del “Chino” Mañarro, quien celebró la misa sacrílega en las playas caribeñas. Y la semana pasada eligió a un nuevo obispo auxiliar de San Juan, una pequeña y secundaria arquidiócesis argentina que tiene tres obispo auxiliares, un despropósito que sólo puede explicarse si aceptamos que la finalidad de Bergoglio es, como decíamos, hipotecar el futuro de la iglesia en nuestro país.
El perfil de los elegidos es siempre el mismo: curas mediocres. No son necesariamente progresistas en lo ideológico; son nada, mediocridades que sólo vinieron al mundo para hacer número, y que se empeñarán en engendrar nuevos curas y nuevos obispos tan mediocres como ellos. Como bien apunta un amigo, esta es una característica indiscutible del peronismo y de Bergoglio: el odio a la excelencia. Todo el que sea superior —intelectual, social o económicamente— es odiado y anatematizado. Por eso, el buen peronista y el buen obispo bergogliano se refocila con mediocres como ellos y procura por todos los medios que no ingrese entre sus filas nadie que aparezca como superior y que, en algún momento, pueda hacerle sombra. Si Castellani puso el grito en el cielo y en la tierra en los años ’40 cuando veía obispos como Caggiano, Copello o Lafitte, qué no diría si se topara con Braida, Robles o Baliña.
Una de las virtudes integrales de la prudencia es la circunspección, que permite el acto prudente. Creo que conviene no olvidarlo. Ser circunspectos es saber analizar las circunstancias en las que nos encontramos a fin de tomar las decisiones más acertadas. Los sacerdotes y los fieles argentinos debemos ser conscientes de estas terribles circunstancias, más allá de lo dolorosas y disruptivas que sean. Trato de ser optimista y pienso que el futuro y cada vez más cercano sucesor de Francisco enderezará un poco la deriva en la que se encuentra la Iglesia universal. Sin embargo, nada podrá hacer con la iglesia argentina. En nuestra patria estamos perdidos; esa es la verdad, y debemos aceptarla.
Harán bien los que habitan desde hace décadas en Corea del Medio en hacer los preparativos para la mudanza, porque dentro de poco, y si son fieles a sus principios, se verán obligados a cruzar algunas de las fronteras.