El lunes de la semana pasada me preguntaba acerca del motivo por el cual muchos católicos son incapaces de ver lo evidente. Y esa pregunta suscita el recuerdo del episodio evangélico narrado por San Marcos (10, 17-27). Se trata del encuentro del Señor con el joven rico, el cual “se marchó triste” de su presencia.
El joven rico tenía un buen corazón y sinceros deseos de acercarse a Dios, y hacía obras buenas que nadie podía negar. Sin embargo, frente a la posibilidad de hacer algo concreto y aún más radical para seguir a Jesús, se marcha entristecido, pues decide que ese nuevo paso es ya demasiado. No deja de ser un hombre bueno, no abjura de sus buenas obras ni de sus intenciones de vivir de acuerdo a la ley de Dios; simplemente no hace nada; se entristece, y se marcha.
Yo conozco, y seguramente será el caso de la mayor parte de los lectores del blog, a muchos buenos sacerdotes y muchos buenos laicos a los que podría denominar “conservadores”. Sus buenas obras están a la vista de todos; su caridad y su servicio hacia los enfermos y los pobres está fuera de duda y su voluntad de servir en fidelidad a Jesús es innegable. Además, son conscientes de la gravedad de la situación en que se encuentra la Iglesia, ven el estado de postración a la que la ha llevado el papa Francisco y no niegan que la debacle comenzó con el Concilio. Buscan celebrar o asistir a misas celebradas con decoro y al modo católico, se horrorizan de los desastres desatados y avalados por la reforma litúrgica e incluso aceptan la superioridad de la misa tradicional por sobre la reformada. Pero ahí se quedan. Como el joven rico, se entristecen y se marchan.
Es una conducta curiosa. La inteligencia ve la situación y asiente a las premisas pero no llegan a la conclusión. Juzgan y elaboran con esos juicios un razonamiento correcto, pero no concluyen. Pero, ¿es posible abstenerse de concluir teniendo la evidencia de los juicios? No soy un especialista en lógica, pero estimo que, en todo caso, lo que es posible es callar la conclusión. Y el único modo de hacer esto es acallando con un acto de la voluntad la evidencia de las premisas. Voluntarismo puro o estupidez insuperable, los únicos modos de seguir repitiendo dócilmente los mismos fonemas que el conservadurismo católico repite desde hace más de cincuenta años y que los acontecimientos no se han cansado de falsear pontificado tras pontificado.
Como bien se dice, los conservadores no son más que progresistas con tránsito lento. Es cuestión de tiempo. Tarde o temprano terminarán aceptando las novedades; todo sea, dirán, por conservar la paz, o por no perder los privilegios. Y tampoco es cuestión de radicalizarse. Lo importante es evitar el conflicto y mantenerse en la sancta (sed non aurea) mediocritas.
Martin Mosebach lo dice mucho mejor que yo:
Conozco a muchos católicos verdaderamente piadosos que sufren bajo la actual decadencia de la doctrina y la liturgia y llenan mis oídos de lamentos por los últimos excesos en las comuniones de niños y Misas de Navidad. Pero mi pregunta siempre es: “¿pero por qué sigues yendo allí”? En muchos lugares hay alternativas - una capilla de la FSSPX o de la FSSP o incluso la misa antigua celebrada por los sacerdotes diocesanos - después de todo es un deber apoyarlos. Y vuelvo a experimentar siempre lo que Nuestro Señor encontró en el joven rico: “se fue triste”. Entre los conservadores alemanes hay un letargo espiritual que todavía logra expresar ira, pero de esta ira no se sacan consecuencias. El compromiso con la Misa antigua les resulta algo extraño, se aleja demasiado de la corriente principal. En el Club Rotario, en la Orden de Malta, en los círculos de compañeros de trabajo en las redacciones, se mira con desconfianza: ¿será este un discurso radical? Y, después de todo, la religión no es nada tan importante como para arriesgarse por ella...