En este blog hemos sido muy críticos del papa Francisco desde el comienzo mismo de su pontificado, incluso cuando muchos otros abogaban razonablemente por dejar pasar el tiempo y ver lo que ocurría. Aquí ya sabíamos lo que iba a ocurrir, y no nos equivocamos.
Sin embargo, no me parece adecuada tampoco la actitud que puede observarse en muchos sitios de una suerte de carrera por ver quién le pega más fuerte a Bergoglio, buscando encontrarle la quinta pata al gato, lo cual es una ficción y termina envenenando las almas. Un ejemplo de lo que digo es la legión de “fatimólogos” que se levantó en las últimas semanas a fin de determinar con precisión milimétrica si la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María cumplía o no con los requisitos necesarios. Quien haya visto la ceremonia desapasionadamente y escuchado la oración del Papa Francisco, no puede tener duda que fue una ceremonia católica, donde se escucharon incorrecciones políticas como mencionar la Inmaculada Concepción o la mediación universal de Nuestra Señora, y que la consagración se realizó efectivamente. Lo reconoció complacida hasta la misma FSSPX, sobre la que no puede haber sospecha de progresismo alguno.
También en los últimos días se han levantado voces y dedos de acusación hacia el papa por el escándalo litúrgico ocurrido en la iglesia del Gesù donde, ataviado con la simple sotana blanca y asistiendo a misa, en el momento de la consagración, extendió el brazo y pronunció la fórmula, concelebrando de ese modo la Santa Misa por fuera de todos los requisitos y condiciones exigidas por las leyes litúrgicas.
Lo que ocurrió es verdaderamente un escándalo: quien es supremo maestro y legislador de la liturgia romana infringe de un modo palmario las rúbricas de ese rito. El papa, como cualquier obispo, puede asistir a una misa “desde el trono”, como dice el rito tradicional, y si no le gusta la palabra, desde un lugar apropiado. Y lo lógico es que lo haga con hábito coral y estola. Bergoglio jamás ha vestido el hábito coral y rara vez usa estola fuera de la misa. Sea. Pero de allí a concelebrar sin ser propiamente un concelebrante, hay un salto muy grande. Por eso mismo, el escándalo producido está justificado.
Sin embargo, me permito algunos comentarios:
1. El papa no se hace más de lo que se hace con mucha frecuencia. Yo mismo he visto hacer exactamente lo mismo (sacerdotes vestidos de calle y ubicados en los bancos de una iglesia), asistir a misa y, en el momento de la consagración, extender el brazo y pronunciar la fórmula, en los años ’90 y en Roma. Hace más de treinta años, al menos, que eso se hace en todo el mundo. Y no me resultaría extraño que el mismo Bergoglio lo haya hecho siendo sacerdote u obispo en Buenos Aires, o haya permitido que sus sacerdotes lo hicieran. No digo que sea una práctica extendida, pero es una práctica bastante habitual, sobre todo en ámbitos religiosos, como residencias o encuentros sacerdotales.
2. Este hecho es una muestra más de lo que hemos dicho invariablemente en este blog: al papa Francisco no le interesa la liturgia, ni la renovada ni la tradicional, y porque no le interesa, no la conoce, ni se preocupa en conocerla. Estoy seguro que cuando hizo lo que hizo en el Gesù, lo hizo con la más limpia conciencia que pueda imaginarse, y nunca se le cruzó por la cabeza que eso no se puede hacer, porque el rito romano, por más renovado que esté, no lo permite. Al pontífice se le escapan estas “minucias”. Su intelecto puramente práctico está abocado a otros intereses, para mayor gloria de Dios.
3. El hecho muestra, además, un daño colateral y que no siempre es percibido, que se ha filtrado en occidente. Al papa Francisco le habrá parecido impropio y extraño asistir a misa sin concelebrar siendo él mismo un sacerdote.
Es que en la cultura católica actual, incluso en la más tradicionalista, no se entiende que un laico asista a misa y se encuentra en estado de gracia, no comulgue. Recibir la comunión ha pasado a ser casi una condición necesaria de la asistencia a misa. Y algo análogo ocurre con los sacerdotes: no se les ocurre asistir a misa sin concelebrar. Y esta actitud, tanto de laicos como de clérigos, es novedosa. Nunca antes fue así, y creo que no debiera ser así. De hecho, la obligación que tienen unos y otros es la de comulgar o celebrar misa solamente una vez al año. No estoy con esto desalentando la comunión frecuente, o la celebración diaria de la misa, sino señalando que no hay ninguna obligación ni precepto en ese sentido, y que la práctica de la Iglesia siempre fue otra. Actualmente, esa práctica ha cambiado y me pregunto si el cambio es positivo. El ejemplo del Gesù me inclina a pensar que no lo es.