por Eck
Introducción
El que escribe estas líneas no es experto en la Historia de la Iglesia de los siglos XIX y XX y mucho menos en la cuestión ultramontana, en el Vaticano I o en los comienzos del movimiento modernista más allá que un conocimiento somero. Sin embargo, no puedo dejar de ver numerosas confusiones en torno a un tema donde es necesario distinguir muchos aspectos para poder resolver la clave principal, la potestad papal, su ejercicio y sus límites dentro de la Iglesia. Si algo caracteriza esta disputa es lo densamente entrelazada que está con todos los demás problemas contemporáneos de la Iglesia desde la Contrarreforma y aun antes. Tanto que en medio de ellos nos puede ocurrir, si no se tiene mucho cuidado, lo que cantaba un viejo romance: "Entre tanta polvadera, perdimos a don Beltrán".
¿Qué es el ultramontanismo papal? Una posible definición
Se puede decir que el ultramontanismo papal es la creencia de que todos los hechos, palabras y la misma persona de un Papa son inspiradas directamente por Dios y tienen el aura de infabilidad en la práctica aunque no se acepte en la teoría. En resumidas cuentas, el Papa no se equivoca nunca en nada y decir lo contrario es atacar la institución, poner en peligro a la Iglesia y blasfemar de Dios que no impediría tales problemas en la cabeza de Su Iglesia.
En el fondo el ultramontanismo no tiene nada que decir de los contenidos de la Fe más allá de la inspiración divina e infalibilidad total del pontífice. Es más un cómo que un qué de la enseñanza de la Iglesia y llevado al extremo se caería en dos errores muy graves: el primero es concebir al Papa como una especie de encarnación de Dios en la tierra o un andante y parlante Oráculo de Delfos de la divinidad y el segundo es mucho más sutil, el profundo relativismo en que se basaría la Fe, a la manera del mormonisno, donde su inspirada presidencia puede cambiar los dogmas a su gusto según el aire que le dé. ¿Por qué no? Lo único verdaderamente fundamental sería el del origen divino de esa infalibilidad, lo demás se basa en lo que diga el Papa, que no puede equivocarse jamás.
La confusión entre tradicionalismo y ultramontanismo: las apariencias engañan
Como se puede ver, no estamos en la eterna pelea entre el tradicionalismo y el modernismo ya que el verdaderamente ultramontano será tradicional o modernista según lo sea el Papa de turno que le toque. Una de las confusiones tiene su nacimiento aquí y se explica por la historia del siglo XIX en la que el papado se constituyó en uno de los bastiones del Antiguo Régimen porque le iban en ello los Estados Papales y el sometimiento de la Iglesia a los estados liberales. Con León XIII y su política del ralliement se vio que no eran lo mismo sino ¿por qué el catolicismo francés tuvo dos veces que tragar la píldora de aceptar por obligación la III República en contra de sus íntimas convicciones monárquicas en vez de mandar al pontífice a esparragar en una cuestión opinable sobre la forma de gobierno y de competencia exclusiva del pueblo galo como era su forma de estado?
Por otra parte y como sucede con la devotio moderna esta concepción de la potestad papal absoluta es una gran inflamación tumoral de la infabilidad tradicional que siempre tuvo la Sede de Pedro desde Cristo pero que, unida a las influencias de la Reforma y del Estado Moderno, ha llegado a constituirse en la metástasis actual. Es otra de las confusiones que atacan a la Iglesia, confundir la tradicional infalibilidad papal con ultramontanismo, y que explicaría hechos con apariencia tan contradictoria como los casos de Newman, tradicionalista, y Lamennais, ultramontanista. Consecuentes hasta el límite, sus finales muestran la conclusión final de sus concepciones.
Las raíces ocultas del ultramontanismo: los movimientos modernos
Sagazmente alertaba Nietzsche del peligro de combatir a los monstruos porque nos podemos convertir en uno de ellos. Esto ocurre, sobre todo, cuando se hace mecánicamente el agere contra sin gran discernimiento, pudiendo caer en el error diametralmente opuesto, como en un espejo donde la izquierda es la derecha y viceversa. Desde nuestra humilde opinión se puede rastrear el problema en esta reacción mecánica pero manteniendo la forma mentis de los tres problemas que tuvo la Iglesia en Occidente: Nominalismo, Protestantismo y Estado Moderno, muy relacionados entre sí puesto que cada uno es hijo del anterior y su secularización sucesiva.
1) Nominalismo
De sobra es conocido que en este movimiento filosófico la Voluntad desbanca al Entendimiento como la potencia más alta del hombre. Con ello el poder y la obediencia adquieren suma importancia para determinar si se tiene fe y se pertenece a la Iglesia así como la diferencia tajante entre la fe y las obras. Según donde se ponga el foco de la obediencia, en el interior o el exterior, se decidirá entre una y otra.
2) La Protesta
Con el protestantismo, las tendencia anteriores llegaron a una nueva cota. Los herejes se centraron en la obediencia interior voluntarista y así atacaron los fundamentos de la Iglesia visible al negar su jerarquía, cayendo en el subjetivismo de la Sola Scriptura y la anarquía en sociedades basadas en la fe, que necesitaron un Estado todopoderoso para evitar la disolución de todos los vínculos (Leviatán). Así emergió la cuestión de la soberanía, quién debía tener este poder total, en Europa y dio nacimiento al totalitario Estado moderno.
Como reacción en el catolicismo se intensificó la obediencia exterior a los mandatos de la jerarquía y el Papa iba escalando en la inflación de sus poderes sobre la Iglesia, desvinculados cada vez más de la Tradición, y como casi único interprete (magisterio) de las Escrituras. Solo la restauración de la escolástica de raíz tomista y de las órdenes contemplativas además del humanismo retardaron este movimiento. Con las revoluciones del XIX y a causa del hundimiento de las iglesias nacionales y la casi desaparición de las órdenes contemplativas, el Papado se volvió el Arca de Noé de una Iglesia casi anegada por el maremoto pero reforzó aún más los problemas de fondo, agravados con el calco de la organización del Estado moderno en su interior:
3) Estado Moderno
El gran problema del Estado moderno está en la cuestión de la soberanía, que da plenos poderes a su titular para hacer todo lo que quiera y donde la tradición, la razón y los fines legítimos han sido sustituidos por la mera voluntad fundante. Hija legítima de la Reforma, daría lugar a tres desarrollos sucesivos cada vez más radicales y rupturistas: la monarquía absolutista, donde la soberanía está en el rey; el liberalismo, donde la soberanía está en la nación y el socialismo, donde está en el pueblo. Cualquiera que haya estudiado las ideas políticas de la Antigüedad, la Edad Media y en la doctrina clásica de la monarquía hispánica, su heredera, verá el gran abismo que hay con estas ideas revolucionarias. El primero en verlo fue Sto. Tomás Moro y explica la gran conmoción que supuso en las monarquía europeas varios libros publicados sin ningún problema en España: la Defensio fidei de Suárez y el De rege et de regis institutione de Mariana.
Poco se reflexiona que Pío IX (1792-1878) fue el primer Papa criado después de la Revolución y la introducción en Italia del Estado moderno. Eran ampliamente conocidas sus ideas liberales antes de su elección y que aplicó tanto al Papado como a los Estado Pontificios hasta las revoluciones de 1848. A partir de aquí virará completamente el rumbo pero mantendrá hasta su muerte los modos y las formas del Estado Moderno en la Iglesia sólo que mudando la soberanía del pueblo a la del Papa como representante de su titular, Dios. Arrasamiento de los estamentos intermedios, centralización y burocratización en Roma, concepción de obispos y arzobispos como prefectos del pontífice, juridicismo en las relaciones, atomización de la sociedad eclesiástica con intervención del papado hasta en la sacristías, omnipotencia de cada nivel sobre sus súbditos, irrelevancia de las tradiciones centenarias, decretos educativos, etc. fueron su consecuencia. Se mantuvo, en cambio, los contenidos de la Fe y la Tradición pero cada vez más convertidos en artículos de un código, resecos y de obediencia cada vez más exterior. El significado de la Lex orandi que le da Francisco I es prueba palmaria de ello.
Conclusión
La gran crisis, ya profetizada por muchos estalló en los 60. El cambio radical del papado hacia el progresismo dividió el ultramontanismo en dos: el conservador y el oficialista. La diferencia estaba en un solo punto: si había un único modelo ideal de la perfección de Papa en la historia. Así quienes creían que sí, el de Pio IX a Pio XII, discurrieron con el silogismo siguiente:
-el Papa es perfecto, Juan XXIII y sucesores no son perfectos, ergo no son Papas. En distintos grados: sedevacantismo, sede impedida, etc. se puede ver que si subiera al trono petrino uno de su cuerda, inmediatamente volverían por los fueros antiguos de su ultramontanismo latente.
En cambio los oficialistas, mas ultramontanos y coherentes en el fondo, siguen el siguiente silogismo basado en que los Papas son perfectos para el tiempo en que rigen:
-el Papa es perfecto, Juan XXIII y sus sucesores son Papas, ergo son perfectos. Si no siguen a los anteriores es porque los tiempos son otros y sus diferencias son adiaforas sin valor hoy.
Como se puede ver el fermento erróneo sigue incólume y operante en sus malsanas influencias sobre ambos grupos pero esto es harina de otro costal. El Papa no es perfecto y debe recuperar la función y lugar que le asignó Cristo eliminando las confusiones y adherencias históricas que lo deforman.
Apéndice sobre Lamennais.Éste, desencantado de que el papado y la monarquía absoluta no fueras perfectos en su tiempo pero atrapado por su ultramontanismo radical, traspasa la perfección y obediencia absoluta del Papa a la iglesia como conjunto de creyentes. Idéntico proceso que los revolucionarios de 1789: de la soberanía absoluta del rey a la nación. Por lo tanto, no sorprende su trayectoria tanto política como religiosa pues son totalmente coherentes con su forma de pensar y la de los que le siguieron hasta hoy. El ultramontanismo es relativismo puro en los contenidos pero férreo en los modos como los sistemas políticos actuales, sus hermanos gemelos.