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¿Rebaños sin pastor? II

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por el Padre Ducadelia


Mandar a pasear el episcopado y esforzarse por repetir concienzudamente las verdades de siempre es un camino más fácil. No es sin embargo el que dejó nuestro Señor. Tal vez porque si sólo se repiten las verdades dejan de ser las de siempre y dejan también de ser verdades.

Por ejemplo, centenares de monjes de Palestina repetían las fórmulas con que el gran Cirilo había defendido la divinidad de Cristo. Su celo los llevó a rechazar el concilio de Calcedonia y expulsar de la sede al obispo que había firmado -atacando la villa y masacrando a los defensores-. Lo que no querían aceptar era que Cristo tenía dos naturalezas, una divina y otra humana… porque San Cirilo había dicho que tenía una naturaleza, la del Verbo de Dios.


Wanderer dijo en una entrada ya vieja para la velocidad digital que muchos fieles pueden encontrarse en un cisma jurídico y no ontológico. Se mantienen en la fe de siempre y se distancian en algunos aspectos más bien legales. Están unidos a la Iglesia por el deseo de permanecer fieles y en comunión con ella, aunque no obedezcan ciertas formalidades. De este modo la unidad propia de la Iglesia (porque la Iglesia es una) queda asegurada cuando se tiene la misma fe y se rompe cuando se la adultera.

Por supuesto que cuando se cambia la fe se rompe la unidad, pero no es el único modo de rasgarla. La fe debe obrar por la caridad y es ésta la que logra la paz de la unidad, al menos así lo piensa Santo Tomás, para no ir a San Agustín que cansó la otra vez. Esa caridad obra ordenadamente, obra sujeta a los legítimos pastores. La autoridad y la ley no son externas a la sociedad, no se agregan a un todo ya hecho. La autoridad y la ley emanada de ésta fundan las sociedades y permanecen siempre como su alma, como su forma. Separarse de ellas es dejar de pertenecer a esa sociedad, es amputarse. El adolescente participa de su familia acatando la autoridad y los mandatos de su padre, no obedecerá si le ordena escupir a su madre, pero seguirá respetándolo y uniéndose al resto de la familia en su gobierno.

San Basilio se esforzó hasta la extenuación en mantener la unidad del Ponto. Combate contra los obispos arrianos y contra los sabelianos que reaccionaban en sentido opuesto. Sufre también la desconfianza y ataque de los que sostienen la misma fe y sin embargo forman partidos para socavarle la autoridad: “En cuanto a la profesión de fe, la mayoría de nosotros estamos unidos pero de hecho no actúan conmigo ni siquiera en los asuntos más ínfimos”. Y cuando la costa del Ponto se separa de Cesarea acusándola de hereje, Basilio se les queja diciendo: “Resulta empero que nosotros -hijos de los padres que han decretado que las pruebas de nuestra comunión, por medio de breves notas, sean publicadas desde un extremo al otro de la tierra, y que ente nosotros, todos debemos ser ciudadanos y familiares-, nosotros ahora nos separamos del resto del mundo, sin avergonzarnos de nuestro aislamiento y sin temor a que nos caiga aquella terrible profecía del Señor: “Por causa de la desobediencia que abunda, se enfriará el amor de muchos”. Desde occidente tampoco encontraba mucho apoyo, a pesar de que lo requería constantemente al papa. San Dámaso quería una condena a la herejía demasiado rigurosa que habría terminado por alejar hacia el arrianismo a muchos otros obispos. Además exigía que se reconociese como obispo de Antioquía (había tres) uno que, si bien era el único que defendía el credo niceno, no había sido ordenado según los cánones y que además no gozaba de prestigio en la zona. Se opuso Basilio a ambas presiones, pero jamás rompió con el sucesor de Pedro.

¿Por qué este esfuerzo de San Basilio por la comunión con el resto de los obispos y con Roma? Porque la Iglesia es una y es apostólica, y se sostiene por la fe en el misterio de Cristo, misterio que testimonian los apóstoles y sus sucesores. El Verbo hecho carne es visto, tocado y creído por los que están con Él desde el principio. El Verbo se hace historia y permanece en la historia por el testimonio, también histórico, de los que creyeron y creen. Ellos y el Espíritu Santo son los testigos del Señor.

La sucesión apostólica es la consagración por la que se recibe el envío de Jesucristo a través de los obispos que recibieron la potestad de Él, y de la cual dependen también los sacramentos. Pero la sucesión hacía referencia en primer lugar a la procedencia desde los apóstoles, así la entiende San Ireneo. Las diócesis poseían listas con los obispos que las habían ocupado remontándose hasta los apóstoles. Esa procedencia desde los apóstoles y las cartas de comunión a las que hace referencia San Basilio eran las que permitían discernir la ortodoxia de las enseñanzas. Las verdades que administra el obispo de Bitinia son las de Jesucristo porque ese obispo las recibió desde los apóstoles y porque son las mismas que sostienen los de las otras sedes que también fueron fundadas por aquéllos que vieron al Señor y recibieron su potestad. El misterio del Señor no ha sido encomendado a un libro, los Evangelios o el Denzinger, sino a un pueblo y dentro de ese pueblo a hombres enviados con autoridad.

Por última vez San Basilio: “Lo bueno sería ser juzgado, no por uno o dos de los que no andan correctamente en la verdad, sino por todos los obispos del mundo que a mí están unidos por la gracia de Dios. Preguntad a los de Pisidia, Lycaonia, Isauria, las dos provincias de Frigia… los de la parte sana de Egipto y lo que de sano queda en Siria, todos los cuales me envían cartas y a su vez de mí las reciben. Quien rompe la comunión conmigo, él mismo se corta de toda la Iglesia”.

Agustín, Basilio, Cirilo, Atanasio han dado esta batalla y en ella debe encontrarnos el Señor cuando vuelva. Unidos a los pastores que unidos entre sí defienden el depósito, testimonian y comunican el misterio de Cristo. Ese cisma difuso seguirá secando ramas del árbol. Es deber nuestro discernir para no ser arrastrados por él, deber nuestro seguir bebiendo de canal separando la basura. ¿Habrá buenos pastores hasta el final? Estarán porque Jesús es el Buen Pastor y no abandona su rebaño. Estarán porque el Señor lo ha prometido, porque el Señor ha orado por Pedro y aunque el demonio va a zarandearlo será confirmado, y él nos confirmará. Y en tiempos apocalípticos será mucho más difícil pero no será otra la Iglesia y no será otra la fe.

¿Y monseñor Lefevre? “¿Quién soy yo para juzgarlo?” Sí me parece claro que la Fraternidad perseverará en la Iglesia Católica tanto cuanto sienta como un mal la separación actual y tienda con fuerzas a la plena comunión con el resto de los obispos en unión con Roma, si por el contrario se instala en su posición de emergencia o peor aún se considera el resto fiel en medio de una apostasía general se parecerá cada vez más a esos monjes palestinos que aún hoy conservan la sucesión pero han perdido las cartas de comunión.

¿Qué hacemos con los obispos que nos han tocado? Cada uno que se tape con su poncho, que bastante corto tengo el mío. El consejo de San Atanasio a las quejas que recibía constantemente contra los obispos de otras diócesis era: “Traten de entender rectamente lo que dicen torcido”, o algo así. Hoy como siempre hay que estar despiertos para no perderse con sus errores ni ser aplastados por su autoritarismo. Y ya que me metí a consejos de cura, digo también que hay que estar más atentos a la viga del ojo propio. Se debe mantener muy viva la fe y activa la caridad porque con mechas humeantes no se va a poder discernir, ya no se discierne.


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