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La impaciencia de Jack Tollers

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Evidentemente, Jack Tollers, ha perdido la paciencia. Y es esa pérdida de paciencia (y espero sea sólo eso) la que lo ha llevado a publicar semejante post en su blog,

Y lo hace acusando de impaciencia a “muchos de los nuestros” (no sé bien a qué se refiere ni  con lo de “muchos” ni con lo de “nuestros”), por una visión, digamos así, excesivamente “apocalíptica”. 

Resulta curioso que el biógrafo del más grande apokaleta que tuvo no ya la Argentina, sino el siglo XX, quien nos alertó hasta el cansancio que “la enfermedad mental específica del mundo moderno es pensar que Cristo no vuelve más; o, al menos, no pensar que vuelve”, apunte sus dardos contra quienes, según él, están apurados e impacientes, como si la Venida del Señor estuviera cerca, a semanas, meses o años. Para ello, cita un texto de su biografiado, y lo hace mal, muy mal. Y esto tienen que saberlo quienes lean el post.


Porque allí, Castellani, precisamente se dirige a dos posturas que han perdido la visión parusíaca, “cuando parece que los cimientos del mundo ceden y se descompagina totalmente la estructura íntegra”. Es entonces cuando “el sabio lee el Apokalypsis y dice: “Todo esto está previsto y mucho más. ¡Atentos! Pero después de esto viene la victoria definitiva. El mundo debe morir. Aunque de muchas enfermedades ha curado ya, una enfermedad será la última”.

Y las dos categorías heterodoxas que señala allí Castellani, no se refieren ciertamente a una actitud apocalíptica o antiapocalíptica, sino a la posición eufórica o agorera que dominan el aire del tiempo, en el que “perdido en las masas occidentales en gran parte el fermento de la verdad cristiana, y, peor aún, falsificado en parte y convertido en fermentum phariseorum, el pensamiento moderno y el hombre de hoy  han disociado e invertido los dos términos de la consigna cristiana” (Se refiere, claro, a aquello que pone en el epígrafe: “Hay que trabajar como si el mundo hubiera de durar siempre; pero hay que saber que el mundo no va a durar siempre”).

Y sigue:  “Si el hombre no tiene una idea de adónde va, no se mueve; o si se sigue moviendo, llega un momento en que su motus deja de ser humano y se vuelve una convulsión”.

De modo que, estimado Tollers, esas dos posiciones heterodoxas que señala Castellani (e insisto, quizás su propia impaciencia lo hizo verlo así) no son entre los que dicen que el mundo no puede acabar y entre los que están impacientes por la venida del Señor. Y si  no, vea los ejemplos que pone de una y otra heterodoxia. La dicotomía que pone Castellani es la misma que pone en el “Sermón del Polvo”, ambas hijas de la Gran Apostasía del Mundo Moderno (artículo que, como bien sabe, está también publicado en ‘Cristo ¿vuelve o no vuelve?’). 

En todo caso, de lo que trata principalmente el artículo que usted cita es de lo que hay que hacer o no hacer, en qué consiste ese “trabajar como si el mundo hubiera de durar siempre”, en aquellos (los de Castellani) tiempos aciagos. Y bien sabe, Tollers, y lo ha puesto por escrito de modo muy ilustrativo, la cantidad de cosas que han aparecido desde entonces a hoy.

Y, bien mirado, lo que propone Castellani como conducta a seguir frente al mundo que se viene, es más bien conservar lo que queda.

Siga hasta el final el artículo.

“La unión de las naciones en grandes grupos, primero, y, después, en un solo Imperio mundial, sueño potente y gran movimiento del mundo de hoy, no puede hacerse, por ende, sino por Cristo o contra Cristo. Lo que sólo puede hacer Dios –y que hará al final, según creemos, conforme está prometido- el mundo moderno febrilmente intenta construirlo sin Dios; apostatando de Cristo, abominando del antiguo boceto de unidad que se llamó la Cristiandad y oprimiendo férreamente incluso la naturaleza humana, con la supresión pretendida de la familia y de las patrias” (siguiéramos analizando la realidad actual, y no podríamos no concluir que nuestro profeta, otra vez, acertó).

Pero, ¿qué de nosotros?, ¿qué nos toca “hacer”? (¿se acuerda, Tollers, cuando nos reíamos de alguno que después de una conferencia de no recuerdo quién, preguntó ‘entonces, ¿qué tenemos que hacer?’).

Bien, dice Castellani que “nosotros defenderemos hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios; con la consigna no de vencer sino de no ser vencidos”.

Todo esto está en ese mismo artículo. 

De modo que pregunto a Tollers: ¿a quién se refiere? No, no me dé los nombres, que ya me los conozco. Le pido nomás que me diga a qué actitud impaciente se refiere. Porque, como sé los nombres, sé muy bien (y usted también lo sabe) que, quien más, quien menos, esos “impacientes” intentan contra viento y marea, y con éxito desigual,  “defender hasta el final esos parcelamientos naturales de la humanidad, esos núcleos primigenios”. (Porque si usted no lo sabe, ahí sí que no sé a quién se refiere)

Más allá de que los “impacientes” dogmaticen, en “materia opinable” (afirmación por demás “dogmática”), lo que se les cante respecto de Trump, Bolsonaro, Maradona, Tinelli, Matera y toda la sarta de “cuestiones opinables” con que nos atosigan los medios (y con las que nos dejamos atosigar, “enredándonos en los negocios de la vida”).

Y finalmente, para no extenderme más, me hubiera gustado que siguiera con la cita que encabeza el post. Porque inmediatamente, el gran Newman (otro impaciente), agrega: “Es cierto que muchas veces, a lo largo de los siglos, los cristianos se han equivocado al creer discernir la vuelta de Cristo, pero convengamos que en esto no hay comparación posible: resulta infinitamente más saludable creer mil veces que Él viene cuando no viene que creer una sola vez que no viene cuando viene”.

De modo que, impaciencia por impaciencia, yo sé con cuál me quedo.

Con lo que… no, de ninguna manera me parece aburrida la cuestión, que se las trae.

Con todo afecto,


Sixto Mihura


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