No había leído la obra de Manzoni. Por su título - Los novios- imaginaba una novela de desencuentros amorosos y lágrimas nupciales. Pero aprovechando el encierro, me decidí a leerla y admito que tiene muy bien ganado el galardón de clásico de la literatura italiana. Las desventuras amorosas de Renzo y Lucía son apenas una tenue excusa para retratar la sociedad italiana del siglo XVII.

Manzoni dedica varios capítulos hacia el final del voluminoso libro, a describir la peste de Milán de 1630. Se trató nuevamente de la peste bubónica que llegó a la ciudad portada por soldados alemanes que se dirigían a tomar la ciudad de Mantua. Duró dos años: de 1629 a 1631, y murió casi la mitad de la población de Milán. En otras ciudades lombardas y del Véneto, las cifras fueron similares o aún mayores. Esas sí que eran pestes.
Comparando con la situación actual, encuentro una serie de similitudes y diferencias.
Similitud: No fue fácil a los milaneses admitir que tenían nuevamente la peste. La anterior, la de San Carlos Borromeo (y de la que hablamos aquí), ya se había borrado de sus memorias. Primero la negaron, luego dijeron que era solamente una gripe un poco más fuerte que las habituales, y cuando se decidieron a cerrar la ciudad, ya era tarde.
Similitud: Se impuso una cuarentena muy estricta. Nadie podía salir de sus casas. Los únicos que recorrían la ciudad eran los encargados de llevar los cadáveres a la fosa común, y los enfermos al lazareto.
Similitud: Hasta el fin mismo de la peste existió un grupo de conspiranoicos que, sin poder negar lo evidente, le adjudicaban una causa tortuosa. En ese caso los culpables no fueron Bill Gates o el doctor Fauci. Eran los “untadores”. Se afirmaba que la peste había sido esparcida en el milanesado por los enemigos de ese ducado, que “untaban” las casas con una sustancia venenosa, o arrojaban polvos emponzoñados a los transeúntes.
Similitud: Las “libertades personales” estaban más limitadas aún que las actuales. No solamente no se podía circular por la ciudad, sino que para aventurarse fuera de ella, o para entrar a cualquier otro pueblo, debía portarse, en ausencia de un chip, el “certificado de sanidad”, que atestiguaba que el portador estaba sanado o inmune por haber contraído el virus y haberse curado.
Similitud: El culto público estuvo suspendido durante meses, casi los dos años que duró la peste. Más aún, cuando la ciudad comenzó a darse cuenta de la gravedad de la situación, no tuvieron mejor idea que organizar una gran procesión rogando la finalización de la peste. Como una especie de 8M madrileño, la romería provocó que los días siguientes las muertes y contagios aumentaran exponencialmente.
Similitud: El sistema sanitario estuvo saturado durante meses. Los enfermos eran conducidos quisieran o no, al lazzaretto, un gran hospital construido en las afueras de la ciudad y que se fue agrandando con cabañas y barracas. Llegó a albergar a diecisiete mil enfermos. Los familiares sabían que cuando alguien iba allí, lo más probable era que nunca más lo vieran: nadie podía ingresar a visitarlos, y los muertos eran conducidos en carros a fosas comunes, donde se perdía su registro.
Diferencia: El cardenal arzobispo de Milán era Federico Borromeo, primo de San Carlos. El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina es Mons. Oscar Ojea. La diferencia es cósmica. Así como el primero se preocupó, tal como lo había hecho su tío, que todas las almas que le habían sido confiadas recibieran los auxilios espirituales, el segundo, nuestro Ojea Quintana, se preocupa que “todos los argentinos puedan lavarse las manos”.
Diferencia: Una de las primeras decisiones que tomó el cardenal Borromeo fue formar una especie de “cuerpo sacerdotal de elite”, destinado a atender a los enfermos. La gran mayoría de ellos fueron capuchinos, que estuvieron a cargo de la gestión del lazareto. En nuestros días, los capuchinos se enorgullecen del P. Puigjané y de haber tenido varios años entre sus filas a quien luego sería Mons. Zanchetta, no conocido por sus desvelos en favor de los desahuciados, sino por sus acosos a jovenes seminaristas salteños.
Diferencia: El cardenal arzobispo dispuso que los sacerdotes que quisieran, visitaran las casas y, desde la puerta, confesaran y dieran de comulgar a los fieles. Mons. Ojea y buena parte de los obispos argentinos, prohibieron a sus sacerdotes administrar los sacramentos, aún cuando se respetaran todos los protocolos de seguridad y se tuviera el permiso de las autoridades civiles.
Similitud: Uno de los protagonistas de la novela es don Abbondio, el cura del pueblecito donde vivían Renzo y Lucía. Cómodo, cobarde y melindroso, cuando llegó la peste solamente pensó en no enfermar, despreocupándose de su rebaño. Lo mismo que hoy ha hecho buena parte de los sacerdotes que conocemos.
¿Similitud?: Relata Manzoni que la peste terminó abruptamente. Luego de un fuerte aguacero que duró varios días, los contagios comenzaron a disminuir, los nuevos enfermos presentaban síntomas leves y se curaban rápidamente, y pronto el virus bubónico desapareció. Quiera Dios que también sea el caso del Coronavirus. Eso es al menos lo quese está observando en el sistema de salud italiano.