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Imbeles

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Hay una antigua palabra castellana que ha caído en desuso —ella, pero no lo que denota—, y encontramos con dolor que es la que mejor cabe a la jerarquía eclesiástica. Me refiero a imbele, cuyo origen es el vocablo latino im-bellis, y significa “incapaz de guerrear o defenderse”. Y en este caso la incapacidad se extiende también a la fe y a los fieles que les han sido confiados.
La semana pasada, la Conferencia Episcopal Italiana se plantó con fuerza ante el gobierno exigiendo que en la nueva etapa del confinamiento se permitiera el regreso del culto publico. Y algunos obispos, como Mons. Ercole, de Ascoli, lo hicieron con fuertes palabras, impensables en un obispo argentino. Sin embargo, al día siguiente —y, según se dice, luego de una llamada del primer ministro—, el Papa Francisco desautorizó públicamente a los obispos, exigiendo la obediencia a las disposiciones del poder político. Imbele.
España también comienza una nueva etapa de la cuarentena, y los obispos peninsulares se apresuraron han elaborar un protocolo con las modalidades que adquirirán las celebraciones litúrgicas en cada una de las fases. Un experto lector español de este blog me envió un documento, cuya lectura aconsejo, en el que muestra las inconsistencias, o más bien incoherencias de las disposiciones episcopales. Allí se concluye: 1) que el Gobierno, que no podía prohibir el culto, le dijo a los obispos que eran ellos los que tenían que hacer de ejecutores y prohibir el culto público para que el decreto del estado de alarma no entrase en «inconstitucionalidad». 2) Que la inmensa mayoría de los obispos de España se plegó a ese deseo del Gobierno y, en total complicidad con él, y 3) que esto, que debió suponer división en el seno de la Conferencia Episcopal a la vista de la falta de unanimidad de criterio, se ha hecho a espaldas de los fieles, con mentiras, con engaños deliberados.
Algo peor ocurrió en Argentina, donde al gobierno peronista le importa un bledo el orden constitucional y ordenó el cierre de los templos. Luego de más de un mes, nos pareció que los obispos se movían. Mons. Tucho Fernández publicó una carta y enseguida sus colegas de la Conferencia Episcopal oficializaron el pedido al gobierno nacional a fin de permitir la reapertura "administrada" de los templos. Previsiblemente, se respondió que no hacía lugar a la requisitoria. Los obispos, bajaron la cabeza calladitos y nos hicieron saber la mala nueva. 
Me parece una ingenuidad pensar que los obispos argentinos hayan realizado el pedido al gobierno nacional tout court. Cualquier persona que haya estado en puestos de gobierno o dirección sabe que, antes de hacer público un pedido, se sondea, y cuando es posible, se arregla la respuesta. No me extrañaría entonces, que nuestros pastores se hayan limitado a hacer una pantomima: explicaron sottovoce a los funcionarios del gobierno la delicada situación por la que atravesaban puesto que estaban quedando como cobardes ante sus fieles, que ya se estaban impacientando. Ellos harían un pedido pour la gallerie sabiendo que la respuesta sería negativa —ci mancherebbe altro! Todo sea por la salud de la población…— y de ese modo, sus ovejitas quedarían conformes. 
Imbeles. 
Y aún tienen cara para pedir ayuda. Que se la pidan a la Madre Tierra. 
Y si la Pachamama, aún después que le tributaron honores en los jardines vaticanos bajo la complaciente mirada del Vicario del Cristo, no les hace caso, les propongo otra solución. En todas las diócesis hay varios colegios perteneciente a congregaciones religiosa. Se trata, en general, de institutos de monjitas que se encuentran en un proceso irreversible de extinción: el promedio de edad supera los 70 años y no tienen nuevas vocaciones. Hace años, o décadas, que han entregado los colegios a laicos que los gestionan como una pequeña empresa, y pasan dividendos a la congregación propietaria y al obispado. 
Estos colegios dejaron de ser católicos hace mucho. Les queda sólo el nombre y el lustre. Ahora, por ejemplo, aceptan mansamente, y en algunos casos lideran, los cambios que imponen las autoridades educativas para pervertir a niños y adolescentes.
Si los obispos necesitan dinero, podrían sincerar la situación y vender esos colegios. Se trata de edificios generalmente muy bien ubicados por los que se pagarían fortunas. Con dos o tres que venden, tienen para vivir un par de años. 





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