La carta que publiqué en el artículo anterior es una muestra más de la clase de obispo que tenemos en Argentina. El p. Xavier Ryckeboer fue basureado por su obispo, es decir, humillado, descalificado y burlado, por el solo crimen de hacer circular un breve video en el que un grupo de familias pedían el retorno de la celebración de la misa.
La iglesia en nuestro país está gobernada por una chusma mitrada —la “Cámpora de Francisco”— de la que ni siquiera la crueldad del coronavirus podrá librarnos. Hay excepciones, y me consta que algunos obispos han hecho saber a varios de sus fieles su desacuerdo con las decisiones de sus hermanos en el episcopado. Pero poco y nada pueden, o quieren, hacer.
Bajo ellos, tenemos a los curas de campanario, como el padre Xavier, y muchísimos más en todo el país, que sin temores a virus ni a obispos —éstos más peligrosos y temibles que aquellos—, han continuado con la celebración de los sacramentos en sus iglesias cuando podían, visitando enfermos, confesando o cumpliendo las múltiples facetas de su ministerio. Otros, holgazanes y escuchimizados de ánimo, han preferido entregar en algún viejo copón o en una jícara (esperemos que no en un envase plástico), algunas decenas de Formas consagradas a los laicos comprometidos de sus parroquia para que las conserven en sus casas y den de comulgar a sus familiares y amigos. Ellos no pueden hacerlos —dicen—, pues sus padres son mayores y temen contagiarlos… Otros, ni siquiera esa excusa: desaparecieron literalmente (¿Alguien sabe qué es de la vida del cardenal primado Mario Poli?).
Nosotros, los laicos, poco podemos hacer. En una institución jerárquica como la iglesia, y más allá de las declamaciones conciliares, los seglares ni siquiera somos actores de reparto; somos extras, a los que llaman a figurar en algunas pocas escenas según sean las ocurrencias del director. Podemos hacer videos, podemos escribir cartas como ésta y pocas cosas más. Algunas le producen escozor a nuestros prelados, como los videos; y otras, risa. Sin embargo, hay una que puede tener un efecto mayor, y con la que podemos hacernos valer. Y toca a lo que más les importa a los obispos, y no me refiero a la fe, sino al dinero. Veamos.
El principio: Todos los seglares debemos contribuir al sostenimiento del culto. Es un precepto de la Iglesia y es un deber de estricta justicia, puesto que son los ministros del culto los que nos administran los sacramentos. Pero desde hace cuarenta días no tenemos culto y no se nos administran los sacramentos. Consecuentemente, y así como cuando no hay misa los domingos, estamos dispensados del precepto dominical, cuando no hay culto estamos dispensados de sostenerlo. Análogamente, si no se administran los sacramentos, el deber de justicia desaparece.
Las finanzas: En Argentina, los únicos miembros del clero que tienen un salario por parte del gobierno nacional son los obispos y los párrocos de frontera, que apenas reciben de tanto en tanto algunos mendrugos. El resto de los sacerdotes viven principalmente de la limosna de los fieles.
Las iglesias hacen sus colectas, que son más sustanciosas en las misas de los sábados y domingos. Casi todos los meses una de esas colectas es imperada por el obispo (generalmente la del segundo domingo de cada mes, que es cuando más dinero ofrecen los fieles). Es decir, el prelado impera con algún fin determinado la colecta de todas las parroquias y capillas, que deben enviarle íntegramente lo recolectado en el cepillo, para el sostenimiento del seminario, o de la curia, o Cáritas, o Más por Menos, u otras del mismo tipo.
En muchas diócesis, además, el obispo grava todos los ingresos de las parroquias con un porcentaje determinado (10% o 20%).
En Argentina, el dinero que se recibe por intenciones de misa es ínfimo, y suele destinarse a pagar el sueldo de la secretaria parroquial, o los gastos de sacristía.
Los párrocos deben arreglarse entonces con las tres colectas mensuales para pagar los gastos y mantenimiento del templo —o de la fábrica, como se decía antiguamente— y de la casa parroquial, la manutención de la comunidad sacerdotal, el salario mensual propio y el de cada uno de sus vicarios.
Algunos afortunados tienen alguna capellanía de monjas, o de colegio, o de hospital que les permite un ingreso extra. Otros, se deben dedicar a hacer algunas changuitas como bendiciones de casa, visita de enfermos o cosas por el estilo, para incrementar aunque sea mínimamente sus ingresos.
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Durante la cuarentena, es claro que buena parte de los sacerdotes han visto disminuidos drásticamente sus ingresos, como muchos de sus fieles. No es el caso de las parroquias más paquetas —como lo muestra la imagen de iglesias top de Recoleta y Palermo—, que reciben donaciones on line de parte de sus copetudos feligreses, acostumbrados a manejarse con transferencias bancarias y pagos QR. Pero no ocurre eso con la mayoría de las iglesias y sacerdotes.
No es necesario que diga, entonces, que hay que ser más que generosos con los buenos sacerdotes que continúan cumpliendo su ministerio abnegadamente. Pero a veces no es suficiente, y no a todos le llega esa ayuda. Una buena opción es la que ya propuso el p. Javier Olivera en su blog hace algunas semanas: encargar misas gregorianas. Narra San Gregorio Magno en sus Diálogos que en el monasterio de San Andrés del que había sido Abad, había un monje llamado Justo, que ejercía la medicina. En una oportunidad había aceptado tres monedas de oro y las había conservado, faltando al voto de pobreza. Pero luego se arrepintió y fue tal su dolor por el pecado que enfermó. Cuando los monjes buscaban un medicamento para Justo encontraron el oro. San Gregorio Magno, ya siendo Papa, se enteró el caso y llamó al nuevo Abad ordenándole la pena de confinamiento solitario para Justo, a pesar que estaba gravemente enfermo. Al poco tiempo Justo murió y el Papa lo hizo sepultar fuera del cementerio, en un basural, enterrando sus tres monedas con él, para inculcar en sus religiosos el horror al pecado. Sin embargo, a los pocos días Gregorio recapacitó que quizás había sido demasiado duro y encargó al Abad que celebrara treinta misas seguidas, sin faltar un solo día, por el alma de Justo, para librarlo del purgatorio. Más tarde, el santo fue confirmado en una visión que el monje codicioso había salido del purgatorio luego de la treintena.
La tradición aconseja, entonces, pedir por cada uno de nuestros difuntos misas gregorianas. La condición indispensable es que deben ser celebradas durante treinta días seguidos, sin interrumpir ninguno. Esto implica que el sacerdote que las recibe queda “embargado” durante un mes para recibir otros estipendios pues no puede añadir otra intención a su misa diaria. Este el motivo por el que son misas “caras” (entre U$ 300 y 500, según el país). Se trata de una obra de caridad no solamente para el difunto que podrá salir del purgatorio según la visión de San Gregorio, sino también para el sacerdote.
Advierto que a pesar de sus orígenes medievales, se trata de una práctica vigente en la iglesia, confirmada por Pablo VI en 1967.
Después de la cuarentena, no debemos olvidarnos de lo ocurrido. Nuestros obispos cobardes y nuestros sacerdotes cobardes, que pretendieron que nos conformáramos con el companaje de las misas en streaming privándonos de los sacramentos, no deberían recibir un solo peso de los seglares. Y por eso propongo lanzar una campaña denominada #Enunsobre. Consiste en concientizar a los fieles a que entreguen su limosna semanal o mensualmente al sacerdote que saben que es un buen pastor, porque en épocas de necesidad lo demostró, en un sobre y personalmente. Y en cambio, no poner nada, o apenas unos céntimos, en la canasta, puesto que todo lo que cae allí debe ser compartido con el obispo. De este modo, estaremos cumpliendo con el precepto, haciendo una obra de justicia y contribuyendo al sostenimiento de los buenos sacerdotes.
Los obispos argentinos no merecen nuestra ayuda.