
Trauma, en griego, significa “herida” o “daño”. Conviene repasar las heridas o daños nos dejó la larga vigilia de meses durante la que se cernió sobre el país la amenaza muy real del infanticidio legalizado.
Por parte del gobierno: Macri cometió un gravísimo error al habilitar la discusión sobre el aborto, fruto de su liviandad, de su irresponsabilidad, de su oportunismo y de su sumisión al tándem Durán Barba - Peña -que hasta el último minuto maniobraron para que la ley fuera aprobada- y, también, a los organismo de crédito internacionales. Esto no es solamente mi opinión. Lo mismo dice un liberal catolicón con simpatías derechosas como Zuleta Puceiro, y un liberal hebreo como Fidanza. Y esta equivocación le traerá numerosas complicaciones, entre las que menciono
- La creación de otra brecha dentro del mismo gobierno, como si no tuvieran ya bastantes. Las heridas y rispideces que dejaron estos meses no creo que puedan saldarse muy fácilmente. Echaron sal a la herida. Basta escuchar los comentarios personales de la vicepresidente Gabriela Michetti cuando inadvertidamente dejaba su micrófono encendido.
- Dividieron al electorado de Cambiemos, buena parte del cual es católico y de perfil conservador. Para las próximas elecciones no solamente deberán enfrentar al opositor que los peronistas decidan, sino también a millones de votantes que jamás votarían por regresar al mundo de la corrupción y el engaño propio de los gobiernos peronistas, pero que tampoco apoyarán a un candidato traidor y abortista como Macri.
- Incineraron a buena parte de sus cuadros políticos. Me refiero a aquellos diputados, senadores y funcionarios que quedaron fuertemente identificados con la postura verde pro-aborto. Menearlos en una campaña electoral será condenarse a no ser votados por buena parte de la población.
- Instalaron el tema del aborto como central en la próxima campaña electoral. Hasta ahora, se trataba de un tema secundario y que podía eludirse fácilmente diciendo, por ejemplo: “Yo estoy a favor de la vida”. Ya no será así. Los próximos candidatos deberán decir, por sí o por no, si están a favor o en contra de la legalización del aborto. Y eso no le conviene a ningún político porque, necesariamente, le quitará muchos votos de un sector o del otro.
Por parte del país: los Poderes Oscuros que gobiernan el mundo pretendían que Argentina fuera el leading case de América Latina y que, después de la aprobación del aborto en nuestro país, le siguieran en cascada otros países de la región. No se explica de otro modo varios hechos. Por ejemplo, que la contratapa del The New York Times del día anterior a la votación hubiese sido de color verde, diciendo que el mundo estaba expectante por el resultado. Y algunos, sin tapujos ya, hablaban de la Irlanda de Latinoamérica.

A Dios gracias, se les aguó la fiesta y tendrán que esperar. Por cierto, ya encontraron a los culpables de su fracaso que, ¡vaya coincidencia!, son los mismos que provocaron el Brexit y también los que le dieron el triunfo a Trump: ignorantes pescadores del norte de Inglaterra, ignorantes granjeros del Midwest americano y, en el caso argentino, ignorantes habitantes de las provincias del norte. Los periodistas se han desgañitado afirmando que la causa del fracaso fueron las provincias norteñas, que son las más ignorantes, las más pobres, las más agrícolas y las más católicas. Los pobres salteños, jujeños, santiagueños, tucumanos, catamarqueños y riojanos son tan pero tan ignorantes que ni siquiera saben lo que les conviene, como sí lo saben los porteños y los habitantes de las otras grandes ciudades del país que, paternalmente, quieren ayudarlos a que se den cuenta de lo que les conviene. Y creo que hay bastante razón en el análisis periodístico, y no es casual: esas provincias del norte argentino fueron las evangelizadas por la corriente que provenía del virreinato del Perú, que es mucho más antigua y fue mucho más profunda que las otras corrientes que desembocaron en el país. Gracias, entonces, a los norteños que, con su hablar cansino, con sus erres arrastradas y su porte señorial salvaron al país del aborto. Y gracias también y una vez más, a España y a sus hijos que supieron sembrar hace cinco siglos una semilla que aún perdura.
Por otro lado, la discusión terminó con el mito según el cual el peronismo es mucho más cercano a los principios cristianos que los otros partidos políticos. Lo cierto es que en el Senado, votaron a favor de la ley veinte peronistas y trece lo hicieron en contra. Por el lado de Cambiemos, ocho votaron a favor y diecisiete en contra. Además, el mascarón de proa del peronismo abortista no fue un kirchnerista; fue el ofídico Miguel Pichetto, un peronista clásico. Los grupos católicos que parasitan del peronismo y se alzan con cargos políticos cuando ese partido gana las elecciones, aclarando por cierto que lo hacen ad maiorem Dei gloriam, deberían tomar nota.

Por parte de la Iglesia, fue indudablemente un triunfo que demostró que aún tiene un fuerte e ineludible poder de presión, es decir, que es un factor político que puede ser determinante. La votación se habría perdido si los obispos no se hubieran puesto al frente y no hubiesen instruido a todos sus cuadros que pelearon fuerte contra el aborto. Esto es un realidad que no puede negarse. Sin embargo, no creo que haya mucho espacio para el optimismo y muchísimo menos para el triunfalismo. Y por varias razones:
- Los obispos argentinos no se convirtieron de pronto, por la acción milagrosa de la Virgen de Luján, en valientes caballeros. Siguen siendo tan pusilánimes y tan melindrosos como siempre. Su actitud aguerrida se debió a dos factores externos a ellos: la orden terminante que bajó del Vaticano y la presión por parte de los fieles y de muchos sacerdotes que se los llevaban puestos. Los obispos no actuaron por convicción o valentía; actuaron por coacción.
- ¿Y el Papa Francisco? Es evidente para todo el mundo que el pontífice es un cotidiano defensor de la vida de los inmigrantes musulmanes, de las cucarachas, madreselvas y de la mismísima madre tierra, a lo cual dedicó un encíclica. Sobre la vida del niño por nacer, en cambio, es más discreto, casi silencioso. Él dice que ya todos saben lo que pensamos los católicos y no es necesario andar pregonándolo porque eso causa muchas divisiones, y todos sabemos que la misión de la Iglesia es alcanzar la fraternidad universal. Para el Papa Francisco, lo ocurrido en Argentina se trató de una cuestión eminentemente política: no podía perder contra Macri. Y le ganó. Y le pegó una buena trompada, que bien merecida se la tenía.
- Por este motivo es que insisto en que no hay razones para los triunfalismos. Los obispos lideraron una buena causa y los argentinos salieron masivamente a las calles a defenderla. Y eso es bueno, y nos alegramos que así haya sido, pero no olvidemos que se trató de una causa biológica y, una vez más digo, la Iglesia no es Greenpeace. ¿Los prelados y los católicos hubiéramos reaccionado del mismo modo y las calles se hubieran coloreado de celeste si lo que se discutía era, por ejemplo, la prohibición del culto público a Dios? No lo creo. Y mejor no pensemos si lo que el Congreso hubiese tratado hubiera sido una declaración negando la divinidad de Nuestro Señor. No estamos frente a un triunfo de la fe. Estamos frente a la manifestación -potente, es cierto- de los rescoldos de una fe que se perdió hace mucho. Seamos conscientes que son apenas algunas brasas, pero no hay fuego. Lo acontecido en todo caso demuestra en el mejor de los casos que Argentina aún conserva restos del antiguo orden, pero de ninguna manera que Argentina es un país católico.
- Hay un hecho que no puede pasarse por alto. El sábado pasado, las iglesias evangélicas más conservadoras (no adhirieron las evangélicas históricas como las luteranas o metodistas) reunieron en Buenos Aires a seiscientas mil personas para manifestarse contra el aborto. Yo me pregunto si la iglesia católica, convocando como tal, sería capaz de reunir esa multitud. Me temo que tantos aggionarmenti, tantas reformas litúrgicas, tanto aperturas y tanto olor a oveja, lo único que ha logrado es convencer a muchos que no vale la pena cumplir los mandamientos porque, si no se cumplen, está Francisco que te recibe su hospital de campaña. ¿Para qué, entonces, hacer el esfuerzo? Las iglesias evangélicas son directas, aguerridas, con pocas o ningunas concesiones. Eso seduce más. El número de los evangélicos que se movilizaron y el hecho en sí es un dato que los obispos no debieran pasar por alto.