El documental de Wim Wenders sobre el Papa Francisco: un caso de pornografía religiosa
por Maureen Mullarkey
Jorge Bergoglio encontró a su propio Leni Riefenstahl en la persona de Wim Wenders. Fui a ver “Papa Francisco: un hombre de palabra” anticipando una hagiografía. Pero lo que vi se parece mucho más a la pornografía. Resultó ser la pornografía de la nuda propaganda, esa conocida llave del “corazón de las masas”. La libido dominandi está disfrazada de una semblanza de piedad; la avaricia de fama se encuentra iluminada y puesta en escena para que parezca humildad.

Contrariamente a lo que sostienen los aduladores medios masivos de comunicación, recientemente Damon Linker le atribuyó al Papa Francisco tener “agudeza psicológica y astucia maquiavélica”. Y tiene razón. Pero a Linker le interesa que la Iglesia Católica se conforme a las costumbres modernas, especialmente a la legitimización de la homosexualidad. Y sin embargo, hay un asunto más amplio e interesante: la sacralización de ciertas políticas mediante la persona del papa mismo. Francisco no pretende reformar la Iglesia sino que la está desnaturalizando, reduciéndola a una herramienta social.
Comisionado por el Vaticano, el documental constituye un caso de feroz papolatría. Su diluvio de imágenes glorificando a Bergoglio, estimula la devoción a su persona, el papa del mundo. Un halo quasi-erótico domina por sobre el todo. Es el eros de la rendición ante un libertador, un defensor contra los cucos ideológicos: “la globalización de la indiferencia”; “plata ensangrentada”; “temor al extranjero”. El viejo credo proclamaba la resurrección de Cristo. El nuevo credo bergogliano engalonando la cúpula de San Pedro durante la fiesta de la luz de 2016, proclamaba: “Primero está el Planeta Tierra”.
Occidente debe “ser un poco más pobre” y arrepentirse de haber depredado a la hermana Planeta. Francisco lanza invectivas contra “la cultura del desperdicio” de un Occidente rapaz que se aferra a los bienes que nos pertenecen a todos. Como si estuviese diciendo algo nuevo, Francisco declara que “la pobreza es un escándalo”. Y que incluso un “yanqui endurecido” puede llegar a conmoverse al comprobar “cómo hemos saqueado la madre tierra.” Acto seguido Francisco apela al regreso a la original, inmaculada, “armonía de la Creación”.
Un nebuloso regreso a la figura de San Francisco
Los plagios cinematográficos de Wender son tan torpes como el izquierdismo de Francisco. “El triunfo de la voluntad” se inauguraba con un nebuloso regreso en el tiempo donde vemos las ruinas de la Grecia antigua. De la misma manera, este documental comienza con un nebuloso regreso a las sierras de Umbría de San Francisco de Asís. La voz de Wender acompaña el viaje con una glosa acerca del misterio del tiempo.
Las estatuas griegas de Riefenstahl se metamorfoseaban para convertirse en bailarines vivientes. Por su parte Wender toma el fresco de San Francisco de la capilla Scrovegni para metamorfosearla en una cinta muda en blanco y negro que nos revela a un actor viviente haciendo las veces de un santo enternecedor. Un viejo truco de cámaras, de tanto en tanto se convierte en una moderna película en tecnicolor para enfatizar que Bergolgio no es sino una reencarnación de su patrono del siglo trece.
El resto es predecible, sorprendente sólo en su deriva cinematográfica. Como un eco de las extasiadas escenas de las convocatorias de Nüremberg, el rugido de las muchedumbres constituye un tema tan importante como el del propio papa. Wenders recurre a tomas donde se lo sigue de cerca a Francisco: la cámara corre detrás de la cabeza del Papa mientras está de pie sobre un vehículo que pasa raudamente en medio del gentío que lo adora. El audio es emocionante; es que se oye el júbilo de las masas.

Nos enteramos de bien poco acerca del hombre en sí mismo, más allá de su imagen así establecida. De su vida antes del papado, sólo hay un clip de archivo en el que se dirige a una muchedumbre en los años ’90: más que como un arzobispo, habla como cualquier líder sindical peronista o cualquier político en plena campaña.
En cada uno de sus viajes, desde las Filipinas hasta los campos de refugiados de Medio Oriente, la cámara se aproxima para mostrar cómo el Papa trabaja a las multitudes, deteniéndose morosamente en los rostros extasiados o llorando de la gente. Luego se mantiene vigil mientras una anciana se lleva la mano de Bergoglio a la boca y allí la deja durante demasiado tiempo. La cámara se mantiene bien cerca cuando los hombres lo besan y acarician, algunos clamando “¡Nobel! ¡Nobel!” Después hay tomas de exuberantes banderas y pancartas (“¡Grazie, Papa!”). Francisco goza con la adulación.
Una serie de imágenes escenificadas
¿Quién no recuerda las imágenes escenificadas del presidente Clinton, solemnemente y en perfecta soledad, recorriendo las playas de las playas de Omaha? ¿O aquellas otras del presidente Obama haciéndose fotografiar, solemnemente y en perfecta soledad, recorriendo las playas del golfo donde ocurrió el derrame de petróleo de Deepwater Horizon? Wenders repite la apuesta una y otra vez a lo largo de este documental.
Aquí está Francisco, solemnemente y en perfecta soledad, contemplando el río Jordan, de pie frente al Muro de los Lamentos, o mirando hacia una calle en ruinas. Filmado desde atrás, este toma en particular no trae a la memoria a Gary Cooper dirigiéndose a pie hacia el centro de Hadleyville. Donde quiera que haga pie Francisco, siempre estamos en “A la hora señalada”.
Aparecen cintas apocalípticas de Hiroshima. Por entonces Bergoglio apenas si aprendía a caminar. Pero se presenta como el protagonista del “Canto a mí mismo” de Walt Whitman: “Yo soy el hombre, he sufrido, estuve allí”. La pose resulta completamente inútil si se trata de entender las complejidades detrás del bombardeo de Hiroshima o las necesidades trágicas de una guerra defensiva—cosa que papas anteriores trataron de entender en medio de su angustia.
La cámara vuelve a viajar en el tiempo para dejar que la distancia en el tiempo dramatice adecuadamente cómo el Papa se aleja en soledad después de la recorrida del campo de Auschwitz. Después salta hasta el rostro de Francisco, siempre solemne y en perfecta soledad, sentándose, la cabeza gacha, en una oscurecida celda del campo—una evocación de Jesús llorando sobre Jerusalén. Escenificado por la cámara y tras una serie de horrorosas escenas de archivo sobre el campo, este constituye uno de los episodios más desvergonzados de este deshonesto documental. La escena en que contempla a Israel le quita todo contenido salvo un muy bergogliano suspiro por los contrafácticos que hubieran podido ser.
Contradicción entre la imagen y la acción
Las viñetas de lugares comunes se suceden una tras otras como las cuentas de un rosario. El humilde Francisco besa pies; el paternal Francisco se divierte con los dibujos de los niños, el tierno Francisco le da unas palmadas a los enfermos. Échenle una ojeada al papa al lado de Stephen Hawking. Admiren su dulce sensatez cuando está en compañía de jefes de estado. Maravíllense como se gana las ovaciones de inmensas muchedumbres en el escenario del mundo.
Un lance revelador ocurre en un hospital africano. Una paralítica yace inmóvil en cama cuando Francisco se agacha para tocarle la cabeza. De repente un empleado se lanza hacia adelante para retirarle la frazada exponiendo ante la cámara la mano temblorosa del paciente, para destacar el patetismo de la escena. Ella le echa una ojeada a la cámara. Después de todo, no es más que un montaje.
Vinculando el caleidoscopio de escenas, siempre está la voz de Wenders. En un segmento auto-adulador, Francisco sobreactúa. Cuenta una anécdota sensiblera de un llamado telefónico, efectuado a pedido de la madre, que le hizo a un chico de ocho años que se moría de cáncer. Después de varias intentonas fallidas, Francisco deja su mensaje en el contestador telefónico y, mirabile dictu, el niño murió “reconciliado con su propia muerte”. Pero, no habiendo hablado con el niño, ¿cómo podía saberlo! En la ficción de Dickens, la muerte de la pequeña Nell resultaba risible en el esforzado intento de conmovernos hasta las lágrimas. En la vida real, y de parte de un papa que se auto adula desvergonzadamente, su replay resulta obsceno.
Pero la preocupación de Francisco por una sola niña condenada a muerte no se extiende aquí a los aún no nacidos. Francisco guarda silencio ante la campaña en favor del aborto en Irlanda, un tema decidamente definitorio de nuestro tiempo. Presentado justo antes del voto, el documental no tiene ni una sola palabra en favor de la vida de los niños en el vientre materno.
Una simulación de intimidad personal
Wender utiliza efectivamente un “Interrotron” el invento de Errol Morris: se trata de un ingenioso dispositivo que crea la ilusión de que uno está accediendo a la vida emocional del entrevistado. Bajo la hipnótica luz de la pantalla cada espectador tiene la sensación de que hace contacto visual íntimo con la persona de Francisco.

Dirigiendo su mirada al “Interrotron”, Francisco le habla al rostro de Wenders que está en la pantalla que tiene en frente. En realidad, Wenders estaba a unos 20 metros usando auriculares. El dispositivo reproduce cambios en la expresión facial y otros gestos que no se advertirían si el entrevistado fuera filmado de manera convencional.
En verdad, el medio se ha convertido en el mensaje. La simulación de intimidad personal que se logra con este dispositivo tiene una eficacia que no puede compararse con los medios de filmación convencionales. Le confiere una apariencia de solvencia a untuosas banalidades y a los lugares comunes de la ideología.
El propósito del Papa Francisco no es el de informar, sino el de crear un aura. Francisco es un paternal mesías que nos recuerda que tenemos que bajar un cambio y jugar con nuestros hijitos. Tengamos sentido del humor. Y no nos olvidemos de sonreír: “¡Una sonrisa es la flor del corazón!” Las puerilidades hechas de dulce de leche con miel apuntan a la sensiblería de la gente del común que Francisco corteja y alienta.
Todos somos “hijos de Abrahán”. Adoramos al mismo Dios; somos todos parte de una sola familia y Jesús es “nuestro hermano mayor”. Las verdades más molestas no tienen lugar en este equivalente religioso de la ópera bouffe. Francisco reproduce el tema de los musicales de Gilbert y Sullivan: “¡Nada importa el por qué y el por tanto / El amor puede nivelar los rangos, y por tanto…! (“Los piratas de Penzance”)”. Lo que nivela los rangos, bien puede nivelar los dogmas. Y a eso estamos jugando. Francisco no está restaurando la Iglesia sino que la está descristianizando.
El Papa Francisco planeó esto ni bien asumió el pontificado
“El Papa Francisco” es un documental inquietante, no sólo por su exaltación de la figura de Francisco y sus políticas, sino por haber sido planificado desde el comienzo de su ascensión al papado.
La página Biography.com declara que Wenders recibió una invitación por escrito para “colaborar” con el Papa Francisco en la producción de un documental sobre su papado en el año 2013, el año en que empezó su reinado. Wikipedia fija la fecha como del año 2014. (La oficina de prensa del Vaticano se mostró veloz: ni bien se presentó, el documental ya tenía una entrada en Wikipedia, como si fuera un clásico en la historia del cine).
De entrada, Bergoglio se concentró en documentarse a sí mismo como el héroe de su propio pontificado
Dario Edoardo Viganò, un sacerdote italiano dedicado a la semiología del cine y de los audiovsuales, estableció el contacto entre Francisco y el productor de cine. Amigo personal de Wenders, desde que se conocieron en el Festival de Cine de Venecia en 2004, Viganò fue el primer enviado del Vaticano al Festival de Cine de Cannes del año 2015. En ese año, Francisco fundó el Secretariado para las Comunicaciones del Vaticano, designando a Viganò como su primer prefecto. Esto es crucial: de entrada, Bergoglio se había propuesto documentarse a sí mismo como el héroe de su propio pontificado. Así las cosas, el documental subordina la substancia de su papado a la personalidad de Francisco y sus tiquismiquis secularistas: “Él es el pastor del mundo entero. Su vida misma es como una homilía”, le dice un viejo amigo a la cámara.
¿Cómo termino? La Secretaría para las Comunicaciones es una mala copia del Ministerio de la Verdad. Todo está en cómo se dicen las cosas. Lo demás es puro espectáculo, llevándonos en andas de las olas de las sucesivas imágenes. Emociones inducidas a fuerza de imágenes triunfan por sobre las palabras y las razones. Pensado para promover el culto de su personalidad, “El Papa Francisco” hace un ídolo del Papa y reduce el cristianismo al nivel de cualquier ideología.
(Fuente: https://thefederalist.com/2018/05/30/wim-wenders-pope-francis-documentary-political-pornography/
Tradujo Jack Tollers)