Los señores obispos argentinos nos piden que convirtamos la procesión de Ramos en una marcha de protesta contra el aborto (o de compromiso por la vida, como prefieren llamarlo).
Lo disonante no es sólo que el niño-por-nacer y la entrada a Jerusalén no parecen tener una sintonía muy lineal... sino que el asunto delata algo mucho más hondo, como distorsión profunda de la Liturgia: siguen creyendo que los ritos celebrativos son para la gente y no para Dios. Que los ramos en alto son para manifestarnos entre nosotros y al mundo nuestra Fe, y no un acto de latría al Dios Eterno que ingresa a morir por nosotros.
Partiendo de ese trastocado paradigma litúrgico, es que cobra sentido que, ya que manifestamos una cosa, manifestemos dos (y el día de mañana, una docena de asuntos más, por qué no)...
En cambio, si la procesión es para el Señor, avisarle (a Él) que "vale toda vida" es un poco innecesario si no improcedente. Raro, por decir lo menos.
En todo caso, no molestaría un estandarte que leyera: Vale, O valde in toto, Christe Vita nostra ( Salve, oh inmenso Todo, oh Cristo Vida nuestra ).
Ni los pobres, ni los enfermos, ni los pueblos en guerra, ni los desnutridos, ni los por-nacer tienen derecho a interferir en un acto de adoración. Sólo a Cristo, sólo al divino Hijo de David, montado sobre el asno, nuestros Hossanas todos, nuestros ramos todos, nuestra piedad entera. ¡Sólo a Él! Y aunque el cansino inmanentismo intente impedirlo mil veces, inútil será: las piedras mismas gritarán: ¡Gloria, Honor y Poder al Dios Único y Trascendente!