Al papa Fracnsico le resulta antipático, en cambio, el nuncio apostólico en Italia, Adriano Bernardini: “Es hielo. Jorge Mario Bergoglio lo conoce bien y no se la perdona. Cuando Bernardini era nuncio en Argentina, entre 2003 y 2011, comandaba las filas de la oposición del arzobispo de Buenos Aires”. Bernardini discutía con Bergoglio acerca de sus “valores no negociables” (“Nunca entendí qué era eso de valores no negociables”, ha dicho el papa en una de sus últimas entrevistas). Antipatiquísimo le resulta también el cardenl de Milán Angelo Scola, su competencia en el cónclave: no es casualidad que le multiplique los desplantes, no acuda a las citas y le cancele los encuentros oficiales con él en el Vaticano. También el presidente de la CEI, monseñor Bagnasco, no le gusta para nada, y de hecho lo intervino con Galantino, obispo de una diócesis secundaria, lenguaraz y ventrílocuo del Papa. El error imperdonable de Bagnasco es el de haber querido ser el primero, a la finalización del cónclave, en felicitar a Scola, a quien creía que habían elegido pontífice.
Simpatías públicas le despiertan, por ejemplo, el cardenal Kasper, a quien alabó en su primer Angelus desde San Pedro, urbi et orbe: “un buen teólogo”. Quienes conocían las ideas de Kasper ya empezaron a darse cuenta de cuál era la teología implícita de Bergoglio. La intención de dar la eucaristía a los divorciados y vueltos a casar viene de él. Y es de allí que, frente a la resistencia y argumentaciones de muchos y serios opositores, Bergoglio dijo: “Si mañana llegara una expedición de marcianos, por ejemplo, y algunos de ellos vinieran y nos pidiera… y digo marcianos, de esos verdes, con la nariz larga y las orejas grandes, como son dibujados por los niños, y uno dijera: Yo quiero el bautismo. ¿Qué cosa ocurriría?”
La respuesta es más simple de lo que parece. Desde hace dos milenios la Iglesia bautiza “marcianos”, aztecas, chinos, caníbales, excazadores de cabezas… lo hace, sin embargo, luego de haberlos instruido en el sentido del sacramento y de haberle transmitido la doctrina católica. Pero con el chiste de los marcianos es justamente a la doctrina católica a la que quería declarar inútil, aludiendo no a los marcianos sino a los divorciados que exigen la Comunión porque sufren discriminación. En efecto, a continuación el Papa explicaba: “El Espíritu sopla donde quiere, pero una de las tentaciones más recurrentes de quien tiene fe es la de embarrarle el camino y de pilotearlo hacia una dirección más bien que hacia otra”. ¿Entendieron? Esto es lo que quiere decir: ciertamente, la Comunión a los divorciados será aprobada, y el Cristo real le será dado a pecadores habituales y no arrepentidos, que se supone que hoy son el Cuerpo social de Cristo, entre el aplauso de los obispos.
De hecho, el obispo de Novara ya se ha descargado contra uno de sus sacerdotes que había explicado que no se puede dar la comunión a los que conviven porque “viven en una continua infidelidad. No se trata de un pecado ocasional, como sería un homicidio, puesto que en este caso falta el deber de emendarse a través de un arrepentimiento sincero y el propósito verdadero y firme de alejarse del pecado y de las ocasiones que conducen a él”. Como era previsible, el diario La Reppublica, del querido Scalfaro, interpreta: “Para el párroco de Cameri, convivir es peor que asesinar”, y se desata el escándalo. Inmediatamente, el obispo del pobre párroco, Mons. Giulio Brambilla, se precipita a comunicar a las agencias “una clara toma de distancia sea del tono como de los contenidos del texto por una inaceptable equiparación entre convivencia/situaciones irregulares y el homicio”. Pero todavía más. Interviene hasta el cardenal Baldisseri, nada menos que Secretario del Sínodo para la Familia quien, para expresar todo su desprecio hacia el pobre párroco de Novara, declara a las agencias: “Es una locura. Se trata de una opinión estrictamente personal de un párroco que no representa a nadie más que a sí mismo”.
¿Cómo se permite decir esto el señor cardenal? Pero no se puede dudar: cuando los obispos y hasta los cardenales se ponen a insultar, con la baba en la boca, a un pobre párroco culpable de haber dicho una cosa verdadera, lo hacen porque se dan cuenta que eso agrada al Papa, que es coherente con el sistema a-dogmático y a-teológico implícito e in fieri con el cual pretende renovar a la Iglesia. Sienten que pueden hacer esta felonía porque el pobre párroco es uno de aquellos a los que Bergoglio acusa de “tender de una manera exagerada a las seguridades doctrinales, en una visión estática e involutiva”. También ellos se hacen ventrílocuos del Papa, sabiendo que atacar a un débil puede incluso ayudarlos en la carrera, visto el nuevo clima.
Es cierto que esta gran pasión y benevolencia para con los que están lejos, el rechazo a juzgar y a castigar, toda la bondad y l comprensión para los Eugenio Scalfari, toda la cálida misericordia para los gay y los divorciados, la bella y santa disposición para poner entre paréntesis la ortodoxia a fin de no irritar a los no creyentes, en definitiva, toda esta delicadeza, tiene luego consecuencias violentas, vilmente represivas y repugnantes: que los obispos se sientan con el derecho a insultar y vilipendiar a sus sacerdotes fieles, que ordenes religiosas sean sofocadas, y en general el resultado es una formidable voluntad de odio, persecución y censura que se ejercita hacia el interior de la Iglesia y contra una parte del pueblo fiel.
Extraños resultados de la teología progresista y que no se quiere “estática e involutiva”, desvinculada de la “excesiva seguridad doctrinal”, pero abierta y dinámica, pastoral y caritativamente sin límites. Y paciencia, si a este precio se atraen multitudes y masas de nuevos cristianos venidos de afuera, de la incredulidad y de las periferias existenciales, atraídos por la reforma a-dogmática, del “quien soy yo para juzgar” (los maricones). En cambio, sucede esto: cierra Ad Gentes, una histórica revista misionera, porque no vende más, y porque, como escribe el querido padre Gheddo en el último número “las misiones a los gentiles está perdiendo su identidad e interesa cada vez menos, al menos en Italia: parroquias, diócesis, seminarios y el pueblo de Dios. Es difícil encontrar un seminario que acoga voluntariamente a un misionero y le permita hablar a los seminaristas. Los seminaristas son pocos, muy ocupados y las misiones casi no interesan. Hasta el Concilio Vaticano II estaba clara la afirmación de nuestra identidad: ir a los pueblos no cristianos, donde nos mandaba la Santa Sede, a anunciar y testimoniar a Cristo y su Evangelio, del cual todos tienen necesidad. Es cierto que se hablaba también de caridad, de instrucción, de salud, de promoción, de derechos y obras de justicia para los pobres y los oprimidos. Pero sobre todo, emergía el entusiasmo de ser llamados por Jesús para llevarlo a los pueblos que vivían sin conocer al Dios del amor y del perdón. Había entusiasmo por la vocación misionera gozosamente manifestado y por tanto mucho de catequesis, catecumenado, conversiones a Cristo, oraciones y sacrificios por las misiones, del por qué los pueblos tienen necesidad de Cristo, etc. Sobre todo se hablaba de vocaciones misioneras, porque el misionero es un privilegiado que llega hasta los confines de la tierra para cumplir el testamento de Jesús cuando subió al cielo”.
Todo esto desapareción después del Concilio. Hoy, instruidos por la a-teología y la a-dogmática, por los ventrílocuos y por los exégetas de Bergoglio, podemos entender mejor el por qué. Por una parte, si ya la afirmación de la ortodoxia es una “violencia metafísica” con el prójimo no creyente, pensemos qué cosa puede llegar a ser la pretensión de convertir a un pagano. Además, ¿convertirlo a qué cosa? ¿A qué contenidos?