En los comentarios uno de los post que publicamos la semana anterior afloró una vez más el problema de la formación sacerdotal. No es una cuestión que atañe solamente a obispos y clérigos. Nos atañe a todos, porque dependemos de los sacerdotes para recibir los sacramentos y para regir la Iglesia.
No hay duda que la formación sacerdotal actual es pésima. El hecho de que, quien fuera durante años el rector del seminario para importante y representativo del país -Devoto- y actualmente rector de la Universidad Católica Argentina, sea Mons. Tucho Fernández, un don nadie en todos los ámbitos posible del ser y del entender, habla por sí mismo.
No creo, sin embargo, que el problema se reduzca a nuestro país. Habrá otros casos peores, y otros mejores, como habrán también seminarios mejores y seminarios peores.
En esta bitácora hemos tratado varias veces el tema, y desde hace varios años: El mejor seminario (3/6/2007); El freezer (12/12/2011); ¿Son necesarios los seminarios? 7/4/2010); Aún sobre la vocación. Castellani y Locke (9/4/2010).
Creo que es un tema discutido lo suficiente. Dejo como última reflexión un texto de Mons. Benson sobre el tema:
Apenas después de su conversión a la Iglesia católica, quien luego sería Mons. Robert Hugh Benson, autor de El Señor del Mundo, se trasladó a Roma donde vivió durante algún tiempo hasta su ordenación sacerdotal. Son muy interesantes sus observaciones de ese periodo y el modo en el que percibe su "nueva casa" porque, efectivamente, él decía que había alcanzado la perfecta paz espiritual luego de su conversión.
No hay duda que la formación sacerdotal actual es pésima. El hecho de que, quien fuera durante años el rector del seminario para importante y representativo del país -Devoto- y actualmente rector de la Universidad Católica Argentina, sea Mons. Tucho Fernández, un don nadie en todos los ámbitos posible del ser y del entender, habla por sí mismo.
No creo, sin embargo, que el problema se reduzca a nuestro país. Habrá otros casos peores, y otros mejores, como habrán también seminarios mejores y seminarios peores.
En esta bitácora hemos tratado varias veces el tema, y desde hace varios años: El mejor seminario (3/6/2007); El freezer (12/12/2011); ¿Son necesarios los seminarios? 7/4/2010); Aún sobre la vocación. Castellani y Locke (9/4/2010).
Creo que es un tema discutido lo suficiente. Dejo como última reflexión un texto de Mons. Benson sobre el tema:
Apenas después de su conversión a la Iglesia católica, quien luego sería Mons. Robert Hugh Benson, autor de El Señor del Mundo, se trasladó a Roma donde vivió durante algún tiempo hasta su ordenación sacerdotal. Son muy interesantes sus observaciones de ese periodo y el modo en el que percibe su "nueva casa" porque, efectivamente, él decía que había alcanzado la perfecta paz espiritual luego de su conversión.
Esto no lo privaba de criticar lo que veía de negativo. Por ejemplo, lo fastidiaba mucho el ambiente concentradamente clerical que había en Roma y que se mostraban, por ejemplo, en las reuniones en los salones de nobles pontificios en los que diariamente cardenales y monsignorini se dedicaban al cotilleo. O bien, que a fin de que alguna afirmación tuviese algún peso o autoridad, debía ser antecedida con la expresión: "El Padre Tal dice que...".
Era particularmente crítico de los seminarios a los que consideraba una perversa máquina picadora de inteligencias. El 6 de dicembre de 1903 escribe a un amigo:
Estoy en un lento proceso de recibir impresiones, y todas son instructivas. ¿Te aburre si te comento algunas?
1) Todos los sacerdotes, primero que nada, poseen una intensa fe y comprensión de lo sobrenatural, y expresan todo esto francamente en palabras y conductas, con mucha naturalidad y devoción.
2) También son, por tanto, muy frecuentemente son superficiales. Y este es costado escandaloso de la fe. Hacen bromas que me hacen parar lo pelos. Pero lo hacen no porque no crean, sino porque creen intensamente.
3) Son más bien sonsos (stupid, en inglés). Y esta es una falla del sistema de seminarios. Enseñan sus temas y su fe admirablemente, pero no les enseñan nada más que eso. Pero cuando, como ocurre con los grandes directores espirituales, conocen la naturaleza humana, la conoce mejor que cualquier otro en el mundo. Si me fuera encargado educar a un muchacho para el sacerdocio, primero lo protegería con una gran cantidad de religión atractiva dirigiéndome a su corazón, y de religión dogmática dirigiéndome a su inteligencia, hasta que tuviera catorce años. Entonces, lo enviaría a Eton o Winchester hasta que tuviera dieciocho, luego el seminario por un año o dos, luego a la universidad de Oxford o Cambridge, hasta que tuviera veinticuatro, y luego al seminario nuevamente por tres años. Y creo que sería un espléndido sacerdote después de todo esto".