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El deletéreo Mons. Ñ

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La agencia AICA publicó la semana pasada una reseña de la homilía pronunciada el domingo de la Santísima Trinidad por el intrascendente y deletéreo arzobispo de Córdoba, Mons. Carlos Ñañez. 
En ella, además de las inoportunas referencias a las medidas que deberían tomarse frente al gravísimo problema de la inseguridad que aflige al país, se refirió a los femicidios. Como otros diminutos obispos argentinos, no podía dejar pasar la oportunidad de mostrar su corrección política días antes de la manifestación popular #Niunamenos, reunida para protestar contra el asesinatos de las mujeres.  
(Nuestros obispos, en vez de plegarse a este disparate ideologizado, podrían iluminarnos. Hasta el mismísimo juez Eugenio Zaffaroni fue más sensato que ellos: "En la Argentina, nadie sale a matar a una mujer por ser mujer. El femicidio es una locura, no existe”, dijo. Además, podrían prever cuál será el siguiente paso: el transcidio, es decir, la tipificación penal del asesinato de un travesti o especímenes similares, por el sólo hecho de serlo).
Pero Mons. Ñ ciertamente fue muy cauteloso al respecto. De su boca no podría salir palabra alguna contra la diversidad que debemos aprender a respetar e, incluso, a valorar en la sociedad.    Y es aquí donde, según mi juicio, aparece la parte más grave del sermón ñañeo, gravedad que se acerca a la blasfemia.
Todos sabemos que la carga semántica de las palabras varían con el tiempo. Por ejemplo, hablar hace cien años de holocausto hacía referencia a los sacrificios de animales que el pueblo judío ofrecía en el Templo; hoy, en cambio, la referencia es a la solución final del nazismo. Hablar hace cuarenta años de desaparecidos, era no más que un adjetivo con el cual se cualificaba cualquier sustantivo; hoy, en cambio, la referencia ineludible es a los jóvenes idealistas de los ’70. Lo mismo ocurre con el término diversidad. Lo diverso siempre quiso decir lo distinto, lo que posee otra naturaleza, figura o característica. Hoy, en cambio, diversidad alude necesariamente al imperativo cultural ideológico según el cual todas las patologías psicológicas y morales, deben tener derecho de ciudadanía, si no privilegios, en la sociedad contemporánea. El respeto a la diversidad es un mandato, a punto de ser tipificado como ley, que impedirá, por ejemplo, a los sacerdotes predicar sobre la primera carta de San Pablo a los corintios en la que el Apóstol declara que minorías tales como los adúlteros, los homosexuales y los pervertidos serán discriminadas del Reino de los Cielos.
Pues bien, el señor arzobispo de Córdoba, no tuvo mejor idea que aplicar el término diversidad, cargado de ideología, a las relaciones intratrinitarias. Dijo: “En la Santísima Trinidad hay una comunión perfectísima y respetuosa de la diversidad”. Y concluyó: “El Padre no es el Hijo ni el Espíritu Santo. Diversidad pero comunión perfecta, modelo para una vida familiar, modelo para la vida comunitaria. Diversos pero, al mismo tiempo, llamados a la comunión”. 
Llamar, en el contexto actual, diversas a las Divinas Personas es, a mi entender, blasfemo. Traduzcamos las palabras episcopales: Así como el Hijo, al que le gusta estar entre los hombres, es diverso al Espíritu Santo, que solamente sabe revolotear en las alturas sin impregnarse de olor a oveja, y aún así se aceptan mutuamente sin discriminarse, así también la sociedad debe aceptar y celebrar la diversidad de sus miembros -sin explicar a qué diversidad se refiere- pues de ese modo se asemeja a la Trinidad Santísima.
¿Qué habría hecho una sociedad cristiana con semejante personaje? ¿Qué medidas habría tomado un pontífice en serio? 

Mientras tanto, entretengámonos con mandarle buena onda al Papa Francisco. El Romano Pontífice acaba de tweetear: "Recen por mi y si no saben rezar entonces tírenme buena onda", concluyó @Pontifex_es antes de retirarse”.

   

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