Ayer nos enteramos que Mons. Pedro Laxague, obispo de Zárate-Campana, en un comunicado prohibió la residencia en su jurisdicción a P. Javier Olivera Ravasi. Una primera extrañeza es el tono fascistoide del comunicado: ¡se le prohibe la residencia, nada menos! Por el momento, no se conoce decreto alguno, que sería el documento que tiene realmente efecto, con alguna prohibición del ejercicio ministerial. Pero la cuestión no es el obispo Laxague que fue ciertamente presionado por sus hermanos en el episcopado, sino toda la runfla de obispos argentinos que, con los motivos más hipócritas y mezquinos que podamos imaginar, han aprovechado para hacer lo que desde años quieren hacer: callar el P. Javier Olivera, al que siguen centenares de miles de lectores y oyentes, buscando en sus canales la doctrina católica que los obispos y la nomenklatura clerical argentina es incapaz de ofrecer. Y esta afirmación es fácil de comprobar. el vocero de la Conferencia Episcopal, P. Máximo, tiene 1733 seguidores en X; el P. Olivera tiene 81200.
El “pecado” del P. Javier Olivera fue alentar la visita de un grupo de legisladores a una de las cárceles argentinas donde está preso un grupo de condenados por los crímenes ocurridos en Argentina durante el último gobierno militar. Es decir, alentó a un grupo de personas a cumplir una de las siete obras de misericordia de la Iglesia: visitar a los prisioneros. Más aún, los alentó a imitar al Papa Francisco que tiene una particular predilección por este tipo de misericordias, pues visita con frecuencia y publicidad las cárceles italianas y de otros países que visita. Pero pareciera que para los obispos argentinos hay presos de primera y presos de segunda; criminales de primera y criminales de segunda. Los unos, merecen visitas, compasiones y misericordias y hasta lavados de pie; los otros, ni siquiera una mirada. Y lo peor de todo es que los obispos adoptan esta actitud discriminatoria por temor a las críticas mediáticas; por el solo hecho de aparecer como políticamente correctos y despegarse de cualquier olorcillo que haga sospechar de sus adherencias al credo democrático.
Es verdad que, desde la Conferencia Episcopal, aclararon que: “Visitar a quien está preso es un mandato evangélico. Pero el objetivo de esta reunión no pareciera tener que ver con una acción pastoral, sino con cuestiones políticas”. Es decir, los obispos argentinos, en base a su suposición (“pareciera que…”), se abalanzaron contra un sacerdote que a tiempo y destiempo lleva la verdad de la Fe a todos los rincones del planeta. Y peor aún, aducen supuestas razones políticas —entiendo que hacen referencia a la elaboración de un proyecto de ley que propone que los prisioneros ancianos o enfermos puedan cumplir su sentencia en sus domicilios (cosa que se le concede aún a los peores criminales) y que aquellos que están aún procesados puedan esperar la sentencia también en sus casas— para perseguirlo y condenarlo.
Es curioso que en otro tipo de actividades religiosas y litúrgicas que tuvieron un clarísimo e innegable carácter político, sus responsables no hayan sido ni siquiera advertidos por los obispos. Por ejemplo, en junio de este año, se realizó una misa en la iglesia de la Santa Cruz en la que se entonaron cánticos contra Milei y se homenajeó las Madres de Plaza de Mayo. El celebrante, P. Carlos Saracini, no recibió ninguna sanción. Un tiempo antes, había ocurrido un episodio aún peor: la celebración de una misa en memoria del Juan Perón, en la que el celebrante pronunció una homilía claramente militante en favor del peronismo, y tampoco en esta ocasión el sacerdote fue llamado al orden. Su nombre era Jorge García Cuerva y rápidamente fue ascendido a arzobispo de Buenos Aires.
Los obispos argentinos pertenecen a la peor especie humana; viles e innobles, no solamente salieron en manada a “despegarse” del P. Olivera, sino que fueron ellos los que, reservadamente, pasaron información a los periodistas del mainstream a fin de promover su linchamiento mediático. Era esa la excusa que buscaban para castigarlo. Hipocresía y maldad.
“Les aseguro que si ellos se callan, las piedras gritarán” (Lc. 19, 40).