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Evelyn Waugh y la liturgia VI

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Publicamos ahora las últimas cartas que escribe Evelyn Waugh a personajes de la jerarquía sobre la reforma litúrgica: dos al cardenal Heenan, arzobispo de Westminster, y una a Mons. McReavy, quien se dedicaba a responder las consultas que le dirigían a la revista Clergy Review.
Se observa ya en las palabras de Waugh la profunda tristeza de sus últimos años y el convencimiento de que sería muy difícil modificar lo que él estaba viendo. Y convengamos que, en 1965, había visto todavía muy poco del huracán que sobrevendría a la Iglesia.



Carta al cardenal Heenan

Combe Florey House
3 de enero de 1965.

Querido Arzobispo,
            Le pido me disculpe por molestarlo. He leído en muchas publicaciones que el clero recibe con beneplácito sugerencias del laicado. Lo dudo mucho, pero su amabilidad en nuestro último encuentro me anima a escribirle. Cuando me fui lo hice convencido de que las novedades que estaban a punto de ser introducidas serían grandemente mitigadas. No sé cómo están las cosas en Westminster. En las provincias están tohu bohu [cfr. Gen 1, 2: vacío y desolación, caos, completa confusión] (si me disculpa una cita de una lengua por otra parte desconocida por mí).
Aparte de la aflicción de encontrar nuestros hábitos espirituales desordenados (y sé que este es un punto menor comparado con los más graves peligros a la fe y a la moral planteados en el Concilio) mis amigos y yo estamos totalmente desorientados en cuanto a la comprensión de la nueva forma de la Misa.
Debe desecharse cualquier idea de que atraerá a los Protestantes. Los Anglicanos tienen un tipo de oficio elegante y comprensible. Sólo carecen de las órdenes válidas para hacerlo preferible. Si lo que se deseaba era una Misa completamente inglesa, el primer libro de Eduardo VI con unas pocas enmiendas hubiese sido satisfactorio. En vez tenemos un revoltijo de griego, latín e inglés tosco.
En la antigua Misa un vistazo al altar era suficiente para informarme del preciso punto de la liturgia en que me encontraba. La voz del sacerdote era frecuentemente inaudible e ininteligible. No escribo con la galanura de un erudito clásico. Sé menos latín ahora del que sabía hace 45 años. Pero no requería ningún estado elevado de oración unirse a la acción del sacerdote.
El tener que estar repetidamente parándose y diciendo “Y contigo” dificulta la relativamente íntima asociación y ‘participación’.
Algunas partes de la Misa eran familiares a los menos educados, vgr. el PaterNoster, el Credo, Domine non sum dignus, etc. Sólo éstos solamente fueron traducidos al inglés.
¿Por qué se nos insiste hasta el hartazgo que debemos abonarnos a las escuelas católicas si éstas son incapaces de impartir estos rudimentos?
¿Por qué se traduce el Corpus Christi? ¿Tendremos en el futuro ‘procesiones del Cuerpo de Cristo’?
¿Por qué se nos priva de las oraciones en la comunión, que incluso los anglicanos mantienen: custodiat animam tuam in vitam aeternam?
Recientemente he escuchado un sermón (no por supuesto del admirable Canónigo Iles) donde se nos decía que no tenemos nada que hacer en la Misa, a menos que recibamos la comunión, a menos que estemos en pecado mortal.
Martindale y Knox están muertos. Debe haber jóvenes predicadores. No he tenido la buena fortuna de escucharlos. ¿Por qué todos estos sermones cuando aquí y en el exterior una gran proporción de la concurrencia es foránea?
¿Por qué el Agnus Dei primero se dice en latín y luego en inglés?
¿Por qué el sacerdote recita el Credo, que todos conocemos, desde el púlpito?
Toda asistencia a Misa me deja sin consuelo ni edificación. Nunca, Dios no lo quiera, apostataré pero la asistencia a la iglesia es ahora una amarga prueba.
Presumiblemente en la semana posterior a Pascua discutirá con sus colegas obispos los efectos de los ‘experimentos’. Por favor transmítales cuánta aflicción causan y rece por mi perseverancia.
Sinceramente suyo,
Evelyn Waugh


Última carta al cardenal Heenan
Combe Florey House
14 de enero de 1966.

Mi Señor Cardenal,
            Muchas gracias por su amable carta, la cual me alienta a aferrarme a la Fe a pesar de todo lo que se está haciendo para degradarla.
            Es una alegría que esté de vuelta entre nosotros y que el Concilio haya acabado. No puedo esperar que ninguno de los dos viva como para ver enmendados la multitud de sus males. La Iglesia ha soportado y sobrevivido a muchos períodos oscuros. Nuestra desgracia es vivir durante uno de ellos.
            Por favor rece por mi perseverancia y por la de tantos católicos ingleses angustiados y perplejos por los cambios que se les han impuesto.
            Soy suficientemente afortunado de vivir mitad de camino entre dos admirables parroquias. Mi cuñado se ha hecho Cristiano Ortodoxo.
            Las seguridades que me dio cuando gentilmente me invitó a verlo en Londres se han visto defraudadas, mas no tan desastrosamente como la prensa hace parecer.
Soy el obediente servidor de vuestra Eminencia,
            Evelyn Waugh.


Carta a Mons. McReavy
Combe Florey House
7 de febrero de 1965.

Reverendo Monseñor,
Le ruego disculpe que lo moleste. Lo hago porque se me ha dicho que se caracteriza por dar experimentados consejos a laicos atribulados.
Cuando fui instruido en la fe hace unos 35 años se me dijo que la obligación de oír Misa en los días de precepto a) se aplica sólo a los que viven a tres millas de la iglesia y que la invención del automóvil no ha modificado dicha disposición y que b) la obligación se aplica sólo desde el Ofertorio hasta la Comunión del Sacerdote.
¿Es ésta todavía la normativa?
No pregunto qué es lo mejor para mí; simplemente qué es lo mínimo a lo que estoy obligado a hacer sin cometer pecado mortal. Encuentro que la nueva liturgia es una tentación contra la Fe, la Esperanza y la Caridad pero nunca, Dios no lo quiera, apostataré.
Incluyo un sobre para su amable respuesta.
Su obediente siervo,

Evelyn Waugh

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