Quantcast
Channel: Caminante Wanderer
Viewing all articles
Browse latest Browse all 1493

Los síndromes de la Iglesia

$
0
0

 


En las últimas semanas hemos tratado en el blog sobre un tema recurrente y, si no fuéramos cristianos, desesperante. Me refiero al estado de postración y veloz reducción a la misma nada que está sufriendo la Iglesia en Argentina y en el mundo entero. La situación que describíamos la semana pasada con respecto a la vida religiosa en nuestro país, se replica en la misma medida en todo el orbe católico. Para no ser autoreferenciales, miremos lo que ocurrió en Montreal y todo el Québec. De haber sido una ciudad y una región profundamente católica, con un florecimiento imponente de la Iglesia, en pocos años se convirtió en un erial. Ya casi no hay sacerdotes ni tampoco religiosas, cuando antes abundaban, y lo peor es que ya casi no hay fieles. Las iglesias y conventos que poblaban la ciudad, se derrumban o se venden; el mobiliario se desarma; los ornamentos se queman y los libros de sus fabulosas bibliotecas se depositan en containers para ser reducidos a pasta de papel. 

La catástrofe es de una evidencia brutal; no puede ser negada por nadie que no tenga sus facultades sensibles o espirituales alteradas. El único modo de negarla es con un acto elícito de la voluntad. Y destaco lo de elícito: se necesita un acto que surja de las profundidades de la voluntad que, alzándose contra la evidencia que le presentan los sentidos y la razón, afirme su propio parecer ciego. Ninguna persona honesta, sea de la condición que sea, puede afirmar que la Iglesia está viviendo una primavera, ni que se encuentra en un buen momento, ni siquiera que está saludable. La Iglesia está agonizando; esa es la cruda realidad. ¿Por qué, entonces, se niega la evidencia? Y, al negarse el diagnóstico, no se administran los medios que puedan obrar la recuperación. 

Hace pocos días, leí un escrito iluminador. El autor señalaba la existencia de lo que él llama con acierto el síndrome de Yolanda y el síndrome de Renato. La referencia es, claro, a la ópera Yolanda de Tchaikovsky. Cuenta la historia de una princesa llamada Yolanda, ciega de nacimiento. Su padre, el rey Renato, para evitar que su hija sufriera, decidió que fuese criada aislada de la corte y que nadie le dijera que era ciega, ni hiciera referencia a la luz, los colores o cualquier otra cosa que se pudiese conocer a través de la vista. Cuando Yolanda ya era una bella doncella, un médico árabe llego a la corte y le dijo al rey Renato que tenía una cura para la ceguera de su hija. La condición para poder curarse era que ella conociera su situación y quisiera sanar. El rey temió que el remedio propuesto por el médico fallara y su hija conociera su triste situación y fuese infeliz; por tanto, no aceptó la propuesta. Finalmente, llegó el Conde Vaudémont, quien desconociendo la prohibición del rey, se enamoró de la princesa Yolanda y le habló de la luz y los colores. Yolanda conoció finalmente su verdad, deseó sanar y obtuvo la vista y el amor.

La Iglesia, o mejor aún, la mayor parte de la Iglesia, sobre todo seglares, sufren el síndrome de Yolanda. Son parte de una institución agonizantes; la muerte está a la vuelta de la esquina, o de los años. Pero no lo saben. Nadie se lo ha dicho. Más bien al contrario, le dicen que todo está regio, que las perspectivas son promisorias, que tenemos viento de popa y las velas desplegadas. Y lo desconcertante es que esto ocurre también en los ambientes considerados conservadores, herederos tardío del juanpablismo. Y como ilustración de lo que digo, les sugiero que vean este breve video de la celebración de pentecostés en la iglesia de Santa Inés de Barcelona, una de las consideradas más conservadoras y vivas de la Ciudad Condal. La impresión primera es, para muchos, positiva: hay adoración al Santísimo, hay muchos jóvenes, hay siete velas encendidas, hay incienso… El ambiente es similar al que se puede ver en misas y reuniones de grupos tales como Cursillos de Cristiandad, Emaús, Éffeta, Hakuna, y toda la retahíla de movimientos e iniciativas de ese tipo. Cada país tiene los suyos, y todos cortados con la misma tijera. No juzgo yo el bien que individual y que circunstancialmente puede ocasionar este tipo de movimientos; Dios es libre de tocar el alma de cada hombre como quiera. De lo que yo dudo es de la catolicidad de estos movimientos que pasan por ser conservadores, y que entusiasman a cientos de sacerdotes y obispos. ¿Hasta dónde es católico, por ejemplo, organizar una vigilia de Pentecostés con la adoración al Santísimo que se asemeja mucho a un concierto de rock? Es muy curioso. La Iglesia celebró durante mil quinientos años la vigilia de Pentecostés, que era muy similar a la vigilia pascual (bendición de la fuente bautismal, canto de las profecías, letanías, Gloria con campanas, etc.) y la reforma de Pío XII la eliminó, y Pablo VI eliminó la octava. Y, en los últimos años, cada cura “inventa” su propia vigilia, quitando y poniendo ceremonias y malabares según sus ocurrencias (una tira de led en la custodia, como vemos en el video) e ignorando, o despreciando, la tradición de la Iglesia. Eso no es propio de un católico; eso es propio de los protestantes: cada maestrillo con su librillo. 

    Pero más allá de lo litúrgico, este tipo de parroquias que muchos consideran "vivas" -las otras parroquias, en las que no hay jóvenes, sino apenas las misas diaria, son parroquias "muertas"- viven en la ilusión de que el jaleo juvenil es vida cristiana. No caen en la cuenta que recurren a artilugios sentimentales y emboscadas emotivas para arrimar jóvenes a esas ceremonias de dudosa ortodoxia. Pero la cuestión es si se trata de una verdadera conversión, y si esa tal conversión a la fe se ha edificado sobre roca y no sobre la arena de las emociones. Lamentablemente, todos sabemos que la efectividad emotiva de este tipo de artilugios dura pocos meses, o pocos años. 

Como Yolanda que, siendo ciega, estaba convencida y feliz en ese mundo a oscuras que consideraba el único existente, así estos católicos, cuya intención no juzgo en absoluto, creen que están viviendo el mejor momento de la Iglesia cuando, en realidad, la Iglesia está muriendo y lo que ellos están viviendo es cualquier cosa menos católico.

Pero más grave y más triste que sufrir el síndrome de Yolanda, es sufrir el síndrome de Renato. Es el que sufre buena parte de la Curia Romana, de los cardenales y obispos, y también muchos sacerdotes. Callan y ordenan a sus subordinados que callen, que no le digan a Yolanda que está ciega y que el mundo en que vive es un mundo disminuido. Se niegan a relatarle que el mundo real es otro; que el esplendor de la Iglesia no se consigue con luces de colores, guitarras y bombos; se niegan a revelarle la gravedad de su enfermedad y la cercanía de la muerte. 

Y, a la vez, y muy coherentemente, persiguen con saña a aquellos que, como podemos, advertimos al enfermo la gravedad de su estado. En la última reunión de la Conferencia Episcopal Argentina se dedicó una tarde entera a hablar del “problema” de los blogs y canales de Youtube y otras redes sociales conservadores y tradicionalistas. Los obispos, afectados del síndrome de Renato, están muy alarmados por la impresionante cantidad de suscriptores y lectores que poseen; en cantidades inimaginables para ellos, que son seguidos por tres monjas y cinco viejas, a lo más. La consigna es callarlos. Y la consigna es también impedir a toda costa las celebraciones tradicionales. Por eso mismo será tan difícil que algún instituto con este “carisma” pueda fundar una casa en Argentina: atraería a miles de personas y cosecharía decena de vocaciones. Serán el Conde Vaudémont que, volens nolens, revelarán a Yolanda no solamente su ceguera sino que ayudarán a su curación. Y no se les escapa a los obispos que con esa curación quedará en evidencia su propia enfermedad: el síndrome de Renato o el pecado contra el Espíritu.


Viewing all articles
Browse latest Browse all 1493

Trending Articles