por Ludovicus
Sin Iglesia católica no hubiera habido Montoneros.
Ceferino Reato, Padre Mugica, Planeta, Buenos Aires, 2024.
El aniversario redondo del asesinato de Carlos Mugica, y sobre todo, la publicación del excelente libro de Ceferino Reato son suficiente motivo para abordar a este personaje trágico, cuya actuación más seria probablemente haya sido morirse.
¿Es simplemente el caso de la “burden of the white man” transfigurado en socialismo redentor? Los 60 fueron el clima ideal para que el viejo colonialismo cultural europeo se disfrazara de blanca doncella que de visita a los africanos se convierte en sensación de la tribu, un poco al estilo de la buena de Leni Riefenstahl, que pasó del Horst Wessel Lied a los cantos Luba. O el caso de ese predicador belga que llega un día a la ciudad de San Luis (la San Luis de Loyola Medina del Río Seco) con un gran cartel que decía “Venimos a evangelizarlos”.
Pero lo que se trasluce del libro de Reato es precisamente el complejo de la carga, pero sin culpa. Mujica no tiene culpa, simplemente asume su superioridad ética y estética de clase y decide que ésta lo impele a salvar a los pobres. Y muestra una alergia clínica a la actividad intelectual o sapiencial, compensada por la actividad campamentera donde forma a Ramus o a Firmenich.
Mientras tanto, viaja, vive en la oligárquica casa paterna, practica deportes, es capellán del Colegio Mallinkrodt en Retiro. En definitiva, un hombre de pocas luces pero instalado en su propia superioridad de clase, sin mayores dotes salvo la buena presencia cinematográfica y esa pátina cultural que Aristóteles cifró en que un caballero tiene que saber tocar la flauta, pero no demasiado bien. El arsenal dialéctico de Mujica era muy pobre, lleno de lugares comunes del progresismo sesentista “El socialismo es el régimen que más se parece a cómo vivían los antiguos cristianos”. Sorprendentes elogios a la revolución cultural china, por que usaba el adjetivo “cultural” y en la que encontraba resonancias evangélicas: los millones de muertos del Salto Adelante, además de los gorriones, no pensaban lo mismo. Da igual: hoy hablaría del calentamiento global y de los derechos LGBT.
Pero siempre la frivolidad ponía sus límites: llegó entusiasmado a Cuba, y salió enfriado después que le ofrecieran comprometerse a fondo como agente de inteligencia. En este sentido, Mugica es paradigma del cura/obispo ingenuo en política, que termina usado por políticos de otra jerarquía y habilidad. Mugica reunía en sí la ingenuidad y la superficialidad: una combinación mortal en época de crisis. Y una tercera nota fatal: era entusiasta y se creía más vivo. Sería un buen tipo, quería ayudar a la gente, nunca renegó del sacerdocio, pero la ingenuidad, la frivolidad, y la falta de estudio le hicieron e hicieron mucho daño.
Por ese tiempo —¡qué tiempo, 1968!—, su empaque de señor lo lleva a La Paz a reclamar el cuerpo de Guevara y liberar a Régis Debray llevando una carta de Podestá, como quien va a poner orden entre los criados bolivianos. Lo sacan con cajas destempladas, y para disipar los malos ratos se va a Europa, a ver jugar a Racing y a vivir en París.
No debemos olvidar lo que citamos de Reato en el epígrafe: de algún modo, Mugica contó con la desidia o el silencio de la jerarquía de la Iglesia, que no supo o no pudo o no quiso embridarlo, protegerlo. Y eso que, como señala Reato, la mayoría abrumadora de los curas no era tercermundista. Ni siquiera pudieron evitar que se convirtiera en lo que años después se llamaría una estrella mediática, gracias a su pinta de galán y su capacidad de comunicación, inversamente proporcional a su baja densidad intelectual.
Cuando su líder se dio vuelta [Perón], los guerrilleros, después de matar a Rucci, pasaron a ser, en palabras de Mugica, “pequeño burgueses intelectuales que juegan con el pueblo y le quitaron al pueblo la alegría de tener a Perón”. El problema no es que eran marxistas, sino intelectuales y pequeños burgueses. Otra vez. Y desempolva la verba bíblica para proclamar que era hora de envainar la espada y empuñar el arado, “ahora que volvió Perón”. Y que el Evangelio prohibía matar. Se hubiera acordado antes. También en ese entonces aceptó ser asesor del ministro López Rega, lo que previsiblemente duró poco.
Repito que fue un buen tipo, básicamente inconsciente del problema en que se metía, que avanzaba a barquinazos porque no entendía nada de política. De algún modo, su muerte, sea a manos de las mafias lopezreguistas (lo menos probable) o de sus discípulos montoneros, constituye la Némesis perfecta a su superficialidad. En todo caso, ésta había coadyuvado a toda una generación a morir y a matar. Lo habían usado los montoneros, lo usó López Rega, lo usaba ahora Perón, se convirtió en descartable.
Y para mayor ludibrio, medio siglo después de muerto, siguen usándolo como idiota útil, no sólo el kirchnerismo sino el cardenal Jorge García Cuerva.
Su muerte lo redime, pero no lo hace mártir.