por Eck
El pontificado de Francisco no será castigado. Es el castigo.
El Francistucho en Capri, nuestra zeitgeist
Una de las cosas más sorprendentes de nuestros días es el pasmo de tantos al ver como pontífice a Francisco y a su fiel Tucho como doctrinero. ¿Qué esperaban, almas cándidas? ¿Acaso los espinos dan higos y las zarzas manzanas? ¿Que un Papa como Francisco nombrase a un decente o un erudito? ¿Que en el actual estado de la Iglesia se sentase un Papa santo y tuviera como mano derecha a un sabio? ¿No era más normal un papa Calígula y un asno al cual nombrar cardenal en vez de senador? Milagro sería y ya ocurrió con Benedicto, y no creo que vuelva a ocurrir en mucho tiempo... Si ambos personajes han llegado a la cúspide junto a toda esa Corte de los Milagros que los rodean, es por ser la viva imagen del estado hodierno de la Iglesia con su triple corrupción: de gobierno, de inteligencia y de moral.
Un Papa tirano y dictador, un defensor de la fe rijoso y mediohereje y una corte depravada repleta de corruptos, politiqueros, depredadores sexuales y otras malas hierbas ponzoñosas que tan bien conocemos. No es una casualidad; la corrupción del pecado infecta a todas las realidades y si una empieza a pudrirse profundamente, las demás acabarán por hacerlo si no se ataja a tiempo: la mentira con la verdad, la tiranía con el bien común, la inmoralidad con la pureza, el pecado con la santidad. Cosa dura y difícil porque desde la Caída, si algo cuesta a los hijos de Adán, es la humildad de sabernos caídos en el pozo y de la necesidad de la gracia divina para salir del hoyo, una gracia que nos dé fuerzas para luchar en pro de la justicia, la verdad y la caridad. En definitiva, el único bálsamo, la única medicina es la santidad, el amor a Dios y a los hermanos.
Ya nos hemos centrado en la figura del Papa, ejemplo de tiranos en el terreno espiritual, y ya se ha hablado mucho de esa corte corrupta durante décadas. Es hora de centrarnos en la corrupción de la inteligencia, encarnada en la figura de Victor cardenal Fernández, alias Tucho, capaz de mezclar lo más alto y lo más bajo, la mística y el sexo en una coyunda gnóstica, repugnante y naturalista. Degeneración, inversión y herencia del puritanismo protestante y de la devotiomoderna. Las tiranías bergoglianas pasarán con su deceso y la corrupción de la corte puede ser limpiada con derecho y justicia por un Papa honrado, pero el daño intelectual y espiritual de este gnosticismo modernista, y su hermano gemelo y contrario, el gnosticismo reaccionario, seguirán envenenando la Iglesia y consiguiendo el rebrote sucesivo de estos males: sin contemplación perecen los pueblos y sin verdad mueren las naciones. Para hacer el bien es importante pensar bien. Y para pensar bien es necesario ver bien.
Francisco y el Tucho son el espíritu de nuestro tiempo en la Iglesia y el Mundo; por eso han llegado a lo más alto sin oposición y por eso gobiernan hasta sobre sus enemigos más implacables. Lo tienen todo a favor, hasta a los moderados y neocones. Son la encarnación del Zeitgeist y al espíritu del tiempo sólo lo puede detener el Espíritu Santo.
La lujuria, la crueldad y el suicidio; todo queda en familia
No es baladí la obsesión tuchana por el sexo y las gónadas, nada extraña en tiempos del pontificado dictatorial de Francisco. Decía Belloc que temía al futuro no tanto por su lujuria como por su crueldad. Y es que van a la par. Se le olvidó que uno de los seres que mejor encarnó a ambas en un grado más puro fue también filósofo, ilustrado, revolucionario ejemplar y escritor inmoral, criado entre el pompierismo, el rococó y el sentimentalismo roussseauniano, cubiertas de la mayor escoria. Muchos ya habrán adivinado su nombre: el Marqués de Sade, el develador no reconocido de nuestros desgraciados tiempos. La fácil y justa condena de sus escritos —sentina y orgullo del infierno—, nos hace olvidar muy a menudo lo que nos puede enseñar sobre verdades olvidadas. ¿Cuantas veces no habremos escuchado con retintín y mofa la advertencia de los antiguos moralistas e historiadores que vinculaban vicio, libertinaje y lujuria con tiranía, opresión y crueldad? Al revés, la verdadera libertad está en la bragueta, nos dicen. Sin embargo, Donaciano Alfonso, marqués de Sade, les desengaña. Ateo coherente, materialista consciente lo afirma sin ambages llegando a la conclusión, a la raíz, a la destrucción como base de su lujuria, el otro como instrumento de los deseos y lo justifica:
… lo que hacemos al entregarnos a la destrucción, sólo equivale a operar una variación en las formas, pero que no puede extinguir la vida y supera entonces las formas humanas la tarea de probar que no puede haber crimen alguno en la supuesta destrucción de una criatura, de cualquier edad, de cualquier sexo o de cualquier especie que la supongáis…será por último necesario convenir en que, en vez de perjudicar la naturaleza, la acción que cometéis, al variar las formas de sus diferentes obras, es ventajosa para ella, ya que le proporcionáis mediante esta acción la materia primera de sus reconstrucciones, cuya elaboración se le volverá impracticable si vosotros no aniquilarais.
Esto fue escrito en su novela filosófica, Julieta o las prosperidades del vicio, y es que el buen marqués negaba a Dios, y sin Él todo esta permitido, y como única ley es la que estableció Aleister Crowley en su vida y obras: “Hacer tu voluntad será el todo de la Ley”. En el fondo late la primera tentación de nuestros primeros padres: Seréis como dioses. La lujuria está al mismo nivel en el cuerpo que el ateísmo en el intelecto y el voluntarismo en el espíritu, la triple negación de Dios, de la verdad y del hombre como su imagen y semejanza. Sin el Altísimo y el amor no se puede crear nada, su única forma de parecerse a la divinidad es la destrucción, la crueldad y, al cabo, el suicidio. Nuestro Señor habló de que el Diablo fue el primer homicida pero también fue el primer suicida. Por envidia, por querer ser un dios, se negó a sí mismo al querer ser el que no era y se odió por no serlo tanto como a Nuestro Señor por serlo. Un intelecto que no está abierto a la verdad, una voluntad cerrada a hacer el bien y un amor onanista y egoísta sin don, solo pueden estar abocados al odio, la soledad y la muerte. Así que hay un profundo vínculo entre las expresiones de lujuria pornográfica del Tucho, la tiranía, crueldad y destrucción del papa Francisco y el suicidio de la Iglesia, la negación de su pasado, su legado y su misión. No hablamos de las debilidades inherentes a todo ser humano caído o al desorden de la naturaleza humana por la concupiscencia, sino de algo más profundo, pues no sólo se cometen los pecados sino que se defienden.
Hemos citado al diabólico marqués, pero su filosofía atea y materialista flaquea en un punto importante, y es que la voluntad es la negación pura del materialismo tanto como del entendimiento. Así acabó; décadas encerrado en la Bastilla y otras tantas internado en un manicomio. Se quedó a medio camino y traicionó su propia moral con una contradicción esencial: tuvo la honradez de defender sus ideas a capa y espada públicamente más allá de su utilidad personal, cuando su propia ética no le obligaba para nada. Fue a calzón quitado en vez de corromper de matute a los demás. Se sacrificó altruistamente por su idea cuando ésta fundamentaba un egoísmo absoluto. La podrida sociedad moderna podía escandalizarse hipócritamente con sus orgías mientras disfrutaba con sus narraciones; podía quemar sus obras farisaicamente mientras las leían morbosamente en secreto, pero no podía aguantar reflejarse en ese espejo: Troppo vero!!! Era el retrato oculto de Dorian Grey.
Y es que el marqués no era un depravado sino un perverso.
Perversidad y depravación
El marqués de Sade pagó muy caro sus cantos honrados y sinceros a la lujuria y la crueldad porque descubría el secreto que debía ser guardado celosamente y, además, negaba el principio espiritual de la Revolución. Reveló la luz a los no iniciados con su anarquismo escritural de cama y de crimen, y fue hereje del mal al negar el alma y lo espiritual cuando sus propagadores querían más la servidumbre del espíritu que la libertad de los instintos. Y nos preguntamos hasta dónde se asemejan el marqués y el Tucho. Sade era un pervertido y, como tal, se diferencia del depravado en que tiene una espiritualidad corrompida; en nuestro caso, una mezcla de sexualidad y mística religiosa o política. Ambos creen en esta mezcolanza con fe de carbonero y celo apostólico, son devotos y tienen deliquios del espíritu. Son, para mal de todos, generosos mientras que los perversos tienen una espiritualidad invertida, son demonios encarnados y condenados, odiadores y envidiosos de Dios y de todo bien, que laboran por la destrucción de todo y todos.
Los pervertidos en su aspecto proselitista son peores que los depravados pues son los que extienden el mal, pudriendo con su labor, ejemplo y predicación a los demás, tentándoles más fácilmente al tener todavía rastros de bien, generosidad y bondad que justifican el mal que anida dentro. Son instrumentos, los tontos útiles de los depravados, que no se engañan acerca de sus doctrinas, hechos y principios. Estos se ocultan y necesitan de los perversos para su supervivencia, para su control y su poder sobre los demás. La corrupción que siembran los pervertidos es la base de los iniciados, sus cadenas, su potencia, su dominación. Por eso los que están entre bambalinas los promocionan a altos puestos y les dan influencia, apoyo y publicidad siempre que no crucen ciertos límites que les descubran antes de tiempo.
Podemos ver la diferencia en esas vidas paralelas: el depravado era Voltaire y el pervertido Sade. Acertó de lleno Hugo Wast al mentar los manes de François-Maie Arouet —Voltaire— en sus novelas apocalípticas. Demasiado sagaz e inteligente y amplio conocedor de las entretelas del Mundo y de su príncipe para caer en la propagación del ateísmo racionalista y materialista de D´Holbach, Diderot y Hume, cándidos, pervertidos y sinceros filósofos. Y por eso prefirió difundir al ramplón del padre Meslier por su anticlericalismo, su verdadero punto de interés, pues no negaba lo espiritual ya que, por otro lado, estableció lazos fuertes con la masonería y fue iniciado oficialmente en 1778... Hipocresía pura en el mayor apóstol de los hermanos. Su labor depravada la extendió por todo el continente y unió a toda una serie de pervertidos como a Rousseau, al que abandonó cuando no le fue útil. Hizo que Federico de Prusia despreciase al devoto Euler, uno de los mayores genios matemáticos de la humanidad, por su defensa del cristianismo y ridiculizó bufonescamente por toda Europa al religioso Leibnitz, uno de los mayores talentos científicos de la historia, mientras se vestía con coturnos de filósofo y científico para atacar entre bromas y befas a la religión por ser enemiga de la razón. Sofistería y mentira pública pura de un enano frente a gigantes. ¿Qué descubrimiento hizo, qué nueva reflexión filosófica profunda escribió, que aportó a la ciencia y el saber? Nada. Eso sí, murió rico, con honores y reverenciado por toda Europa y nunca se la jugó por sus ideas. Su risa sardónica, su ironía vitriólica, su falsía egoísta prepararon la gran Revolución totalitaria y sanguinaria tras su muerte y que él mismo previó con sumo placer, relamiéndose los labios. Así se vengó de los jesuitas que le educaron en su juventud. Écrasez l’infâme!
Conclusión
Así que no nos puede extrañar que vayan hermanados los escándalos sexuales, teológicos y políticos. La lujuria, la tiranía y la crueldad tiene la misma raíz como bien vieron los moralistas antiguos, la hybris, la desmesura de un hombre endiosado, sin fe ni corazón, déspota de sí mismo y de los demás, esclavo de sus deseos y sus apetitos, sirviente de su voluntad desaforada. Siempre pecó el hombre pero en épocas más sanas se reconocían límites y no se justificaban los crímenes; era la hipocresía el último homenaje que el vicio rinde a la virtud. La nueva hipocresía es lo contrario y mucho peor: “Antes, los deshonestos procuraban desesperadamente ser considerados honestos. Hoy, los honestos procuran desesperadamente ser considerados deshonestos” (Guareschi, D. Camilo y los jóvenes de hoy)
Este es el contexto que explica al Tucho y nos puede hacer entender por qué ha subido tan alto un pornógrafo a lo divino gracias a un papa dictador y a una jerarquía corrupta. Es una de las faces de nuestro Zeitgeist: la lujuria espiritualizada de un alumbrado.