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Nosotros ¿qué haremos?

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¿Qué haremos cuando las cosas empeoren? Porque las cosas en la Iglesia, a no ser por una prodigiosa intervención divina, empeorarán. No hay modo de que así no sea. La ley de aceleración de la gravedad parece que se cumple también en las instituciones, y la caída y el deterioro de la fe católica promovidas durante todo el pontificado francisquista se ha acelerado a velocidades proporcionales a su masa…

Quisiera comentar dos hechos ocurridos en los últimos días. El primero, que ha circulado entre las redes, es preocupante. Uno de los nuevos cardenales nombrados por el papa Francisco es Mons. Américo Aguiar, obispo auxiliar del patriarcado de Lisboa y organizador de las JMJ. Ha declarado recientemente, en un acto de brutal sinceridad que solamente puede comprenderse por la impunidad de la que goza, refiriéndose a las JMJ: “Nosotros no queremos convertir a los jóvenes a Cristo ni a la Iglesia Católica ni nada de eso, en absoluto”. Me parece importante detenerse a calibrar la gravedad de estas palabras, pronunciadas por un cardenal electo —es decir, que goza de la total confianza del pontífice y que seguramente, una vez pasadas las JMJ, ocupará un puesto de relevancia en la Iglesia— pues se trata, en mi entender, de una especie o una clase de apostasía. Se renuncia explícitamente a Cristo como único salvador y redentor de la humanidad. El único motivo por el que puede ser irrelevante que los jóvenes se conviertan a Cristo, es porque Cristo mismo es irrelevante, y vale lo mismo que Mahoma, Buda o Greta Thunberg. ¿Qué sentido tienen, para qué sirven entonces las JMJ? Terminan siendo un Lollapallooza con colorido plurireligioso. Como el mismo Mons. Aguiar dice en una entrevista televisiva, lo importante es estar juntos en la mayor diversidad posible. Esa es la riqueza de la JMJ; esa es la riqueza del cristianismo.

El segundo hecho tiene que ver con Mons. Víctor Fernández. En los último días se ha dedicado a documentar su ignorancia por medios periodísticos del mundo entero con declaraciones que dan vergüenza ajena y que justifican sobradamente las prevenciones que desde este blog levantamos contra él [de antología la entrevista concedida a Republicca: a fin de demostrar que él no es progresista, afirmó: “Entre Hitler y San Francisco, prefiero a San Francisco aunque es de la Edad Media”. ¡Desopilante!]. A un medio americano, Crux, dijo: «Me tomo muy en serio lo último que dice la carta [del papa]: que debo garantizar que tanto los documentos del dicasterio como los de los demás “acepten el Magisterio reciente”. Esto es esencial para la coherencia interna del pensamiento en la Curia Romana. Porque puede ocurrir que se den respuestas a determinadas cuestiones teológicas sin aceptar lo que Francisco ha dicho de nuevo sobre esas cuestiones. Y no es sólo insertar una frase del Papa Francisco sino permitir que el pensamiento se transfigure con sus criterios. Esto es particularmente cierto para la teología moral y pastoral». En pocas palabras: Tucho, como prefecto del dicasterio de Doctrina de la Fe, no condenará a nadie sino que dialogará con todos los herejes y herejuelos que aparezcan aquí y allá. Sin embargo, será un severo comisario político para todos sus colegas de la Curia romana. Ningún dicasterio, ningún cardenal podrá pasarse de la raya porque todos sus documentos y escritos, antes de ser publicados, será cuidadosamente censurados por la comisaría política establecida en la palazzo del Sant’Ufficio. 

En realidad, esta es una función que siempre tuvo ese dicasterio. Donde debemos detenernos es en observar cuáles son los criterios de aprobación o censura de los documentos curiales y que Tucho explicita: no ya el respeto y acuerdo con la doctrina de la Iglesia enseñada por los Padres, doctores y concilios, y expresada en el Magisterio, sino de acuerdo a lo que “Francisco ha dicho de nuevo sobre esas cuestiones”. Tenemos configurada gracias a la bocaza de Mons. Fernández (insisto en mi augurio que será la causa de su desgracia) la nueva iglesia: ya no es la que sigue a Cristo sino la que sigue al papa de turno. Una iglesia populista que no responde a una doctrina sino a un caudillo. El criterio de verdad y de ortodoxia no lo determina la Tradición, que no es otra cosa que la Revelación, sino las ideas y ocurrencias del mandamás de turno que ostenta el título de papa o Sumo Pontífice. Mons. Víctor Fernández, futuro cardenal y prefecto del dicasterio de la Doctrina de la Fe se  ha convertido en el exponente máximo del ultramontanismo. Ni siquiera Pío IX habría imaginado tener un cardenal tan fiel como Tucho. Él se las tenía que ver con el bravo cardenal Filippo Guidi, maestro del Sacro Palacio. 

En este blog nos dedicamos durante mucho tiempo a pensar sobre el enorme peligro y desatino que significaba la doctrina sostenida por el ultramontanismo y por los sectores más extremos del integrismo. Y, también, a la inoportunidad de la declaración del dogma de la infalibilidad pontificia, y no por lo que se declaraba en sí —que siempre había sido sostenido por la Iglesia—, sino por el peligro que entrañaba. Eran las reservas que tenía al respecto San John Henry Newman y que se cumplieron escrupulosamente. Porque debemos ser sinceros: creo que varios lectores de este blog estarían muy contentos con las palabras e intenciones de Tucho si el papa, en vez de ser Francisco, fuera San Pío X. El problema a solucionar, si es que queda tiempo para hacerlo, es el papado romano, que debe retornar al lugar que le corresponde y que fue el que ocupó durante el primer milenio de la historia de la Iglesia.

Pero hay otro detalle en la entrevista emanada por el neo-prefecto. Él considera que su labor de comisario político del caudillo gloriosamente reinante será “particularmente cierto para la teología moral y pastoral”. ¿Por qué no para la teología dogmática? Porque el dogma, la doctrina, no existe. Para Mons. Fernández como para el papa Francisco, los dogmas y la doctrina teológica no son más que nombres y palabras por los que no vale la pena pelearse. “Que discutan los teólogos todo lo que quieran sobre esas cuestiones pero que a nosotros no nos hagan perder tiempo”, son palabras textuales del pontífice pronunciadas en 2014. Si alguien quiere decir que Jesús no es el Hijo de Dios, o que el Espíritu Santo no es persona divina, o que en Jesús hay dos personas y una naturaleza, pues que lo diga. ¿Qué problema hay? En todo caso, lo llamarán a dialogar. Lo importante es la moral y la pastoral; lo que a la gente realmente le importa. Lo demás, son fantasías de intelectuales.

Por eso, cuando el sínodo sobre la sinodalidad concluya el año que viene sus deliberaciones y allí se incluya, como sin lugar a dudas se incluirá, el pedido de que la Iglesia otorgue la bendición a través de un rito litúrgico a las uniones de personas homosexuales; y cuando el cardenal Fernández, prefecto del dicasterio de la Doctrina de Fe dictaminé que tal bendición puede ser otorgada siempre que no se confunda con el sacramento del matrimonio, cosa que sin lugar a dudas hará pues ya lo ha dicho; y cuando el papa Francisco o sus sucesor, en la exhortación post-sinodal lo autorice de un modo explícito o a través de una nota a pie de página como hizo con Amoris laetitia, cosa muy probablemente ocurrirá, ¿nosotros qué haremos? 

Sabemos lo que hicieron un buen números de anglicanos cuando hace unas décadas ocurrió lo mismo en su iglesia: pidieron ser admitidos en la Iglesia católica. ¿Nosotros qué haremos?

¿Será ese el signo de que la sede romana apostató de la fe? ¿Será el signo de que defeccionó, de que se apartó de la doctrina que enseñaron los apóstoles? Si así fuera, ¿nosotros qué haremos?



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