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La mano del Cardenal Ouellet

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La última semana se conoció la noticia que, entre 2008 y 2010, el cardenal Marc Ouellet, entonces arzobispo de Quebec y primado de Canadá, habría tenido comportamientos inapropiados. Parece que su mano, mientras cumplía con su deber pastoral de dar consuelo al afligido, cometió algunas travesuras en la topografía de una joven mujer. Cosas que pasan.

El papa Francisco, poco días después, descartó iniciar una investigación al respecto pues no habían, a su juicio, suficientes pruebas. Una oportunidad perdida para el padre Javier Belda Iniesta, detective de cabecera de Bergoglio, especializado en delitos de índole sexual. Fue abogado defensor del obispo condenado por abuso sexual de sus seminaristas Gustavo Zanchetta, y, posteriormente, investigador de las víctimas depredadas por el obispo (que dieron hace pocos días una entrevista). Curiosamente, hace pocos días se supo que don Javier había sido echado hace pocos años de su cargo de decano de la Facultad de Derecho Canónico de la Universidad Católica de Murcia (España) por fraguar su curriculum vitae en el que se adjudicaba falsamente títulos de grado universitario en filosofía, teología y filología. Un nuevo ejemplo del acierto del Sumo Pontífice en elegir a sus amigos y gente de confianza.

Vale la pena releer, mientras asistimos a la comedia de la manipulaciones de Ouellet, un artículo publicado en el mes de mayo por el p. Claude Barthe que retrata muy bien quién es el purpurado, digno representante del conservadurismo inservible.




El centro fofo. Las redes del cardenal Ouellet


por el abbé Claude Barthe

Las fuerzas del “progreso” católico siempre han tenido una capacidad asombrosa para suscitar, en el seno de las fuerzas de la “reacción” que se les oponen, el desarrollo de medios intermedios, centristas, que hacen todo lo posible por suavizar y esterilizar el peligro de esta reacción, contrarrestándola en nombre de la moderación, la responsabilidad y la transacción con vistas a la eficacia.

De hecho, este fenómeno del centro blando forma parte de la psicología catoliberal, caracterizada por la mala conciencia respecto al progresismo: los catocentristas siempre quieren distanciarse de los “fundamentalistas”, cuyos “excesos” excusan e incluso explican, según ellos, los excesos de los progresistas; y, por otro lado, hacen suyo el pensamiento de estos últimos, creyendo que poniéndose de su lado podrán influir en ellos.


El cónclave de 2013, o el suicidio de los ratzingerianos

El cardenal Marc Ouellet, quebequense de 77 años de la Compañía de San Sulpicio, ex arzobispo de Quebec y primado de Canadá, fue llamado a Roma en 2010 para los cargos de prefecto de la Congregación para los Obispos y presidente de la Comisión para América Latina (Marc Ouellet había enseñado como sulpiciano en un seminario colombiano), ya que Benedicto XVI siempre había hecho de la lucha contra la teología de la liberación una prioridad. Los vínculos del nuevo prefecto con el cardenal Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, cuya carrera se había visto impulsada por su reputación de perseguidor del padre Arrupe, el muy progresista superior general de la Compañía de Jesús, se reforzaron.

Marc Ouellet, valiente defensor de la vida en un Canadá que se secularizaba enormemente, y que había pronunciado numerosos discursos sobre la reconstrucción de la catequesis y el respeto de las tradiciones, se consideraba un ratzingeriano puro.

A Marc Ouellet le costó mucho soportar a Angelo Scola, sucesor de Benedicto XVI, que había ocupado sucesivamente las dos sedes más prestigiosas de Italia, Venecia y Milán, y que era sobre todo la cabeza moral del movimiento demócrata-cristiano de tendencia identitaria, Comunione e Liberazione, fundado por Don Luigi Giussani. Durante el cónclave de 2013, el cardenal Ouellet creyó encarnar una continuidad blanda, por no decir fofa, de Ratzinger contra el arzobispo de Milán. No hay pruebas de que Scola hubiera encarnado una continuidad más “dura”, aunque el Papa Scola —Benedicto XVII, se predijo— hubiera llevado a cabo una verdadera reforma de racionalización y modernización de la maquinaria curial para dotarla de mayor eficacia.

De hecho, las maniobras orquestadas durante las Congregaciones Generales a favor de Jorge Bergoglio resultaron muy exitosas para quienes querían pasar la página de Ratzinger. Después del cónclave que eligió al cardenal Bergoglio, hubo rumores sobre el escenario que se produjo allí. Los ratzingerianos se habrían demolido a sí mismos con el duelo Scola/Ouellet: Scola habría tenido sólo 33 votos en la primera vuelta, seguido de Ouellet, cuyos votos fueron invitados a ir a Jorge Bergoglio y no a Angelo Scola. De hecho, el cardenal Ouellet —un rumor confirmado por algunas declaraciones sibilinas de su parte— creyó que sería nombrado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Esta promesa no se cumplió: sin caer nunca en desgracia, el cardenal Ouellet siempre ha sido una figura secundaria en el pontificado bergogliano, incluso para los nombramientos episcopales importantes en los que el secretario de la Congregación, monseñor Ilson de Jesús Montanari, tiene ciertamente un peso más considerable. Aunque es cierto que los nombramientos del cardenal, desde que está al frente de la Congregación, han sido siempre del tipo: “sobre todo, sin ruido, sobre todo, sin olas”.


El balthasariano

Si Marc Ouellet fue descrito alguna vez como un teólogo favorable a una hermenéutica de la “reforma en la continuidad” y no de “ruptura”, siempre ha sido todo lo contrario de un tomista: es un discípulo entusiasta de Hans Urs Von Balthasar, de quien el obispo de Friburgo-Ginebra dijo en broma: “Puede que fuera cristiano, pero ciertamente no era católico”. Está, pues, muy cerca de los prelados balthasarianos franceses, entre los que destaca el cardenal Philippe Barbarin que, cuando era párroco de Boissy-Saint-Léger, dirigió un activo y discreto laboratorio de ideas teológico-reformadoras. Del mismo perfil, conservador ma non troppo, es Pascal Roland, que sucedió a su amigo Philippe Barbarin en la sede de Moulins, y luego fue trasladado a la sede de Bellay-Ars, para suceder a Mons. Guy Bagnard, fundador de un seminario y de una sociedad de estricto clergyman. Y Georges Colomb, antiguo superior general de las Misiones Extranjeras de París, que reactivó el seminario MEP antes de ser obispo de La Rochelle. Y también, una generación más joven, Dom Jean-Charles Nault, abad benedictino de Saint-Wandrille, la más “clásica” de las abadías de rito nuevo de la Congregación de Solesmes, donde el cardenal Ouellet se encuentra como en casa, y que ahora alberga el círculo teológico de Barbarin que venera a Hans Urs von Balthasar.

En 2012, antes de Amoris Letitia, bajo el mandato de Benedicto XVI, el cardenal Ouellet, en un libro de entrevistas que coincidía ampliamente con las reflexiones del grupo Barbarin, había abierto significativamente el camino a la búsqueda de un compromiso en la cuestión de la recepción sacramental de los divorciados “vueltos a casar”: “Las personas pueden recuperar el estado de gracia ante Dios, incluso en el caso de una limitación objetiva de un matrimonio que fue un fracaso, cuando se forma una nueva unión que puede ser la correcta, pero para la que no es posible establecer que el primer matrimonio es nulo”.

La influencia, en cierto modo secundaria, del prefecto de la Congregación para los Obispos, se ha manifestado en tres casos recientes.

Una, de la que no podemos sino alegrarnos, es el nombramiento, el pasado 9 de marzo, de monseñor Jean-Philippe Nault, hermano del abad de Saint-Wandrille, para el obispado de Niza, una persona muy buena, de mentalidad clásica, que ha sabido dirigir una cierta recuperación de las vocaciones en Digne, de la que era antes obispo.

Por otro lado, sus intervenciones durante las reuniones interdicasteriales en las que se discutió lo que se convirtió en el motu proprio Traditionis custodes fueron sorprendentemente hostiles a la liturgia tradicional.

Y luego está su intervención en la crisis de una congregación tradicional de religiosas educadoras, las Hermanas Dominicas del Espíritu Santo, cuya casa madre está en Pontcallec, en la diócesis de Vannes, en Bretaña. Sin entrar en los detalles de un complejo asunto, el cardenal Ouellet, emparentado con una de las monjas de la comunidad, la madre Marie de l'Assomption d'Arvieu, fue nombrado por el papa Francisco visitador canónico, asistido por Dom Jean-Charles Nault, y la Madre Emmanuelle Desjobert, abadesa cisterciense de Sainte-Marie de Boulaur, convento de la misma temperatura que Saint-Wandrille (liturgia Pablo VI en latín, y no la tradicional como en Pontcallec). La visita canónica arrasó con los resultados de una visita canónica anterior realizada bajo el mandato del Papa Benedicto XVI, y juzgada por Marc Ouellet como demasiado favorable a la parte más tradicional de la comunidad: concretamente, el cardenal, de forma bastante violenta, expulsó definitivamente a la madre Marie-Ferréol del estado religioso, empujó a otras a marcharse, silenció a sus compañeras de la misma tendencia, e hizo nombrar como asistente de la congregación al P. Henry Donneaud, dominico de la provincia de Toulouse, que, con la Madre d'Arvieu, es miembro del comité de redacción de la Revue thomiste.

Hay que añadir que la madre d'Arvieu, profesora de filosofía, ha publicado su tesis doctoral sobre Naturaleza y Gracia en Santo Tomás de Aquino. El hombre capaz de Dios, con un prefacio del cardenal Ouellet, que se propone rehabilitar las tesis de Henri de Lubac, contra la tendencia a retomar, sobre la relación entre la naturaleza y la gracia, la posición del comentarista mayor de Santo Tomás, Cayetano, considerada por la Madre Marie de l'Assomption como estructurante del pensamiento tradicionalista.


Un conservadurismo termostático

En noviembre de 2020, el cardenal Ouellet fundó el Centro de Investigación de Antropología y Vocaciones, con, entre otros, la Madre d'Arvieu y el padre Vincent Siret, sacerdote de la Sociedad Jean-Marie Vianney y rector del Seminario Pontificio Francés de Roma. El 17 de febrero de 2022 organizó un simposio en el Salón de Audiencias del Vaticano sobre el tema de las vocaciones sacerdotales (“Por una teología fundamental del sacerdocio”), que, según los burlones, pretendía sobre todo fomentar las vocaciones episcopales entre los miembros de la Sociedad Jean-Marie Vianney. El simposio fue inaugurado por un largo discurso del Papa Francisco, en el que dijo, sin más: “El celibato es un don que la Iglesia latina conserva”.

Decíamos al comienzo que el cardenal Ouellet es un partidario de una hermenéutica “de la reforma en la continuidad”, lo que puede extenderse a todas sus redes. De reforma ciertamente, pero sin exagerar en la continuidad... Es decir, haciendo sistemáticamente el papel de apagafuegos con respecto a todo y a todos los que pudieran impulsar un cuestionamiento serio de la primavera conciliar. Están preparados para la crítica del progresismo (tomamos prestada sin pudor la parábola del difunto teólogo ultraprogresista español José María González Ruiz) como los calefactores que se programan de antemano para que su temperatura no supere un determinado límite. Así, pueden dar la ilusión de una voluntad decidida de involución. Pero pronto se oye el “clic” del termostato, que indica que han llegado al final del programa conservador y no lo superarán.


Fuente: Res novae



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