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Descorbatismo

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En 2016, nuestro añorado columnista Ludovicus escribió en este blog un artículo titulado Elogio a la corbata, que tuvo la nada desdeñable respuesta de casi 80 comentarios. Y hace pocos días, Juan Manuel de Prada insistía sobre el tema en el ABC de Madrid. 

Un detalle, una pequeñez, si se quiere, pero que es manifestación de algo más profundo. 



Observa Pemán que, en las jornadas de abril del 31, el pueblo adoptó de repente un repertorio de gestos provocadores de los que hasta entonces había abominado: besarse en público, pisotear los jardines, desanudarse la corbata, etcétera. Pemán concluía que aquellos gestos desinhibidos o groseros eran «una ebullición turbia que buscaba las grietas de la civilización para desbordarse». Frente a los frenos civilizatorios de la Monarquía, la Republica mostraba, a los ojos de Pemán, «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos.

Esto lo han sabido siempre los revolucionarios, que en cuanto han tenido oportunidad han hecho con el inocente nudo de la corbata lo mismo que Alejandro hizo con el nudo gordiano. Por supuesto, la aversión a la corbata (que oculta un anhelo de liberar los instintos más turbios) siempre trata de emboscarse detrás de coartadas superferolíticas. Hace un siglo, cuando lo progresista era intensificar la productividad, Julio Camba nos cuenta el caso de un arbitrista llamado Rokeby, que realizó una estadística sobre el tiempo que pierden los hombres en hacerse un nudo de corbata, llegando a la conclusión de que –si por término medio pierden tan sólo un minuto–, en España se perdían al día veinticinco mil jornadas de ocho horas. «¿Es que puede uno por pura coquetería y sólo en aras del bien parecer –escribía Camba con sorna– sabotear así como así la construcción de una obra de interés general? Por mi parte, declaro que antes preferiría renunciar a todo prurito o veleidad de elegancia y entregarme de lleno en los rudos brazos del sincorbatismo».

El arbitrio que ahora se saca de la manga el doctor Sánchez –pretender que por no llevar corbata podremos vivir sin aire acondicionado– no es menos rocambolesco que el de Rokeby, pues la mejor manera de protegerse, tanto del calor como del frío, es cubrirse de ropa (y cuanto menos nos cubrimos más aumenta la impresión térmica). Pero detrás de la incitación a descorbatarse del doctor Sánchez hay «ese tono de salto de tapón, de rotura de presa, de apertura de toril» para los instintos más bajos al que se refería Pemán. La corbata se ha convertido en el símbolo subconsciente del orden, de la aceptación de unos códigos sociales que rigen y obligan. Al decir 'nudo de la corbata', estamos anudándonos a un orden preexistente que nos aleja de la selva y que, hasta hace bien poco, el común de los hombres aceptaba gustosamente; la corbata es como una elegante pleitesía que se rinde a la civilización.

La barbarie siempre es prefigurada por los gestos del pueblo. Aquellos descorbatamientos que tanto perturbaron a Pemán llevaron a la quema de conventos. Hoy Madrid, como escribíamos el otro día, hace que Caracas parezca por comparación una cena de los Cavia. Los códigos de urbanidad son símbolos que actúan como barreras; y despojados de esos símbolos, los pueblos vuelven a hacerse fieras, vuelven a acudir, solícitos y rugientes, a la llamada de la selva.


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