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Populismos sacramentales antiguos y contemporáneos

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Fray Vicente Burela o.p. con dos capitanejos

Historia magistra vitae, decía Cicerón, y como buena maestra creo yo también es consolatrix. Volver hacia la historia puede ser ocasión de consuelo frente a las circunstancias que tocan vivir en un momento determinado. En nuestro caso, la desazón producida en las últimas décadas por la innegable decadencia de la Iglesia y de la cultura nos turba y entristece, y puede llevar a algunos incluso a la desesperación. 

        La semana pasada, un medio argentino publicó una nota que muestra el estado de devastación en el que se encuentra la sociedad contemporánea: un "matrimonio" gay, que adopta tres niños; con el paso del tiempo, uno de los "cónyuges" se autopercibe mujer, y ahora son una hermosa familia de papá, mamá trans y tres hijos. Y traigo el caso a colación porque en una de las fotos que ilustra la nota se ve a un sacerdote administrando algún sacramento --probablemente el bautismo o la confirmación-- a uno de los niños. 

        La discusión entonces es hasta dónde la Iglesia puede repartir sacramentos de un modo populista, a todos y todas. Es decir, pareciera que el solo pedido del bautismo es condición suficiente para que sea administrado, como si existiera un derecho universal a los sacramentos del mismo que existiría un derecho universal a la vivienda digna, al trabajo o a poseer un celular. Y en eso estamos: una Iglesia populista que reparte sacramentos, en los que probablemente no cree, aunque quienes los reciben no cumplan con las condiciones mínimas y básicas que se requieren para recibir esas gracias sobrenaturales. 

Pero, si miramos para atrás, veremos que muchas de acontecimientos análogos a los que hoy nos parecen catastróficos y apocalípticos, se dieron en la Iglesia también en siglos anteriores, y no pasó nada. Hoy, con la proliferación de los medios de comunicación, los hechos se magnifican; nuestros antepasados, en cambio, gozaban de las ventajas de no enterarse de la mayor parte de lo que sucedía en el mundo fuera de su aldea y de su parroquia. 

El pontificado de Francisco se ha caracterizado por ser un pontificado populista, al mejor estilo del peronismo argentino que causó la ruina de un país que se encontraba entre los primeros del mundo. Y el populismo eclesiástico, si bien coincide con el político en el resentimiento y persecución de aquellos a quienes considera superiores intelectual, moral o socialmente, no se dedica a repartir dinero, cervezas y otros artículo de consumo masivo dilapidando los bienes del Estado, sino a repartir sin ningún criterio las gracias de las que el Señor hizo custodia a la Iglesia. Es el caso, por ejemplo, de los sacramentos. Conocido es el episodio de algunos sacerdotes con olor a oveja de la arquidiócesis de Buenos Aires que habían instalado una carpa frente a una de las estaciones de tren más populosas, y en la que oficiaban bautismos express, con el beneplácito y aliento del entonces arzobispo Bergoglio. Y la política ha seguido siendo la misma con el mismo personaje en la sede romana: bautismos para hijos de familias igualitarias, amancebados, ateos o cualquier personaje que lo pretenda; matrimonios para todos y todas, y comunión para todos, todas y todes. Un escándalo por cierto, para cualquier persona que conserve la fe católica.

Pero veamos un caso ocurrido en las pampas argentinas en la segunda mitad del siglo XIX. y que que presenta ciertas analogías. Era la época en que la frontera sur del país estaba establecida en la zona del Río Quinto de Córdoba pues, más allá, era el territorio de los indios, en este caso, los ranqueles. En 1870 se realizó una excursión al mando del coronel Lucio Mansilla, de la que participaron tres sacerdotes: fray Marcos Donati y fray Moisés Álvarez, franciscanos del convento de Río Cuarto, y fray Vicente Burela, prior del convento dominico de Mendoza. El objetivo del viaje era firmar un tratado de paz entre el gobierno argentino y el cacique general Mariano Rosas, y establecer una misión cristiana en las tolderías. Fue un fracaso rotundo: los frailes se dieron cuenta que era poco menos que imposible evangelizar a estos aborígenes y que muy difícilmente lograrían establecer allí una misión. Y así lo relatan en sus relaciones. Pero se observa una diversidad de criterios muy interesante: mientras los franciscanos adoptan una postura que hoy podríamos llamar populista o, en lenguaje pontificio, de olor a oveja, el dominico prefiere una más tradicional. 

En la relación que el P. Donati escribe al visitador de su Orden, se lee hacia el final, luego que ha narrado sus desventuras y desalientos: “Bauticé y oleé a diez y ocho chiquitos, entre ellos dos hijitas del mismo Cacique General. Muchas cautivas oyeron la santa misa; y hubiese habido un casamiento si Mansilla no hubiese dispuesto tan pronto la marcha para la vuelta al Río Cuarto” (Archivo Histórico del Convento San Francisco Solano, Río IV, Córdoba, Doc. 192). Es decir, se hicieron bautismos sin ninguna garantía de que los nuevos cristianos fueran formados en la fe (los padrinos eran en todos los casos los militares que integraban la excursión y que nunca más volverían a ver a sus ahijados) y por poco no se realiza un matrimonio sin que los contrayentes tuvieran el más mínimo conocimiento acerca de lo que significaba el sacramento. Bautismos express y casamientos para todos y todas.

El P. Burela o.p., se opuso a tales populismo franciscanos, y escribe en su relación: “Ellos [refiriéndose a los ranqueles] no rehúsan el bautismo, pero por nada quieren abandonar sus costumbres, porque son muy aferrados en las tradiciones de sus antepasados y en los hábitos que observan. Por lo que, según mi opinión, no creo prudente la administración del bautismo, porque esto sería sujetarlos a leyes y penas que ni las conocerán, y menos observarán. Y esto sería ponerlos en peor condición que en el estado que hoy existen” (Archivo de la provincia dominicana de Buenos Aires, caja 17). El criterio del dominico es el propio que había sostenido siempre la Iglesia.

Las cosas no terminaron mal solamente con relación a los objetivos de la excursión, sino que los frailes se pelearon malamente entre ellos, y es divertido leer las apóstrofes que el franciscano le dirige al dominico en su relación. Y aunque se trata de un hecho minúsculo, ocurrido en un rincón perdido de las pampas sudamericanas, reproduce en escala la discusión y los escándalos que estamos viviendo en la actualidad.


Nota: Para los soñadores que derraman lágrimas por los buenos indios que fueron sojuzgados por los españoles y luego expulsados del país por el gran Gral. Julio Roca, y otros que pretenden revivir los cultos a la Pachamama y otras deidades falsas, aquí van algunos ejemplos de las inocencias indianas:

“El 30 seguí la marcha. A las diez de mañana llegué al Rincón, primeras tolderías de los indios, y es donde se encuentra la población mas reconcentrada. De allí salió una gran turba de indios, componiéndose de hombres, mujeres y chicos, con el objeto de conocer a Dios que iba a visitarlos. Las mujeres y chicos, a instancias pedían limosna, y les ofreció ropas por verlos tan desnudos, pero ellos exigían que la limosna fuese en aguardiente, lo que no me fue posible aceptar”. (Relación del P. Burela, o.p.).


“¡Qué se puede esperar de éstas [las cautivas cristianas de los indios]!” Evidentemente nada. No son indios, pues se sabe que son bautizadas, ellos también lo saben, y que el bautismo impone obligaciones que no ignoran, pero tampoco son cristianas por sus costumbres; y lo que es peor todavía que pudiendo salir y unirse de nuevo a la Iglesia no lo hacen.

[…]

Hemos visto madres que han sido cautivadas con hijos chicos. La historia de estas pobres es tan triste que no es posible oírla sin conmoverse profundamente; no sólo sufren sus infortunios, sino también los de sus desgraciados hijos. Por lo ordinario, las señoras rara vez cabalgan, de suerte que obligas a galopar 25, 30 o más leguas con una criatura en los brazos o en anca de un indio, cuando no es en pelo o en alguna montura de ellos, que casi es lo mismo, se hace pedazos y la criatura se muere o enferma del sacudimiento, del sol, o de las incomodidades de un viaje tan precipitado.

Y gracias que este muera de los sufrimientos del camino y no tenga la desgracia de ver al indio impaciente de oírla llorar la mate a lanzazos o caminando la arroje al suelo donde morirá devorada por las fieras del campo o entre las garras de las aves carnívoras, o bien lentamente por los rigores del hambre. No puedo pintar el sentimiento de una madre que ve a su hijo exhalar el último suspiro en medio de horribles extorciones [sic] y débiles vagidos producidos por los repetidos golpes de lanza, y que sin piedad y sin compasión alguna le asesta una mano bárbara”. (Relación del P. Álvarez, ofm).


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