El archivo de este blog es testigo que, desde el momento mismo de su elección, hemos sido duros críticos del Papa Francisco. Sin embargo, y a diferencia de otros sitios similares, hemos sostenido que en la cuestión de la liturgia tradicional, tan cara para todos nosotros, el Santo Padre ha adoptado una actitud de prescindencia y que, cuando se ha visto obligado a actuar, como en el caso de Traditiones custodes, no ha hecho más que seguir la corriente progresista encabezada por Mons. Roche, pero por la que él no guarda especial afecto, como tampoco lo guarda por la misa tradicional. De hecho, no guarda afecto ni interés por la liturgia en general porque es un jesuita de tomo y lomo, y como buen hijo de San Ignacio, se dedica a las cosas importantes, dejando de lado las fruslerías y miriñaques de las ceremonias litúrgicas.
La semana pasada un nuevo hecho apoya mi hipótesis. Durante la visita que le realizó la cúpula del episcopado francés, Francisco recordó“enérgicamente que el decreto que exime a los sacerdotes de la Fraternidad Sacerdotal de San Pedro (FSSP) de las disposiciones del Motu Proprio fue suyo”. Esto viene a cuento porque —se comenta en los pasillos vaticanos—, la permisión otorgada en febrero a la FSSP, y que de hecho se extiende a todos los institutos Ecclesia Dei, cayó muy mal en la Congregación de Culto porque echa por tierra buena parte de Traditiones custodes y menoscaba su fundamento teológico. Desde ese dicasterio, o personajes cercanos al mismo, se habrían dedicado a propagar la especie de que en realidad ese permiso no era muy claro y se dirigía sólo a una grupo muy concreto de la FSSP. Lo expresado a los obispos franceses por el Sumo Pontífice no deja lugar a dudas.
Sin embargo, hace pocas semanas sucedió otro hecho que pasó prácticamente desapercibido y que es igualmente significativo para la hipótesis que estamos sosteniendo, y tiene como protagonistas a los católicos del rito sirio-malabar. Esta iglesia —la sirio-malabar—, es de origen apostólico pues fue fundada por el apóstol Santo Tomás en la India. Estableció vínculos con la iglesia caldea y por eso adoptó el rito propio de los persas, el rito siríaco, celebrando la liturgia en lengua siríaca y mayalalam. Luego de la llegada de los portugueses a Goa, los sirios-malabares restablecieron las relaciones con Roma y, como era previsible, su liturgia comenzó a adoptar elementos propios del rito romano. Esta contaminación se ha producido lamentablemente también en otros ritos orientales, como el maronita.
Los papas Pío XI y, sobre todo, Pío XII impulsaron una reforma litúrgica a fin de que el rito volviera a su forma original, despojándose de las adherencias latinas. Y ha sido un proceso largo, complejo y conflictivo. La reforma culminó durante el pontificado de Juan Pablo II, y la Santa Misa en rito sirio-malabar, o Santa Qurbana, fue restaurada a su forma original. Sin embargo, surgió un problema: luego del Vaticano II, varias de las diócesis que conforman este iglesia, habían comenzado a celebrar la Santa Qurbana cara al pueblo, y abandonando de ese modo la tradición de celebrar ad orientem. Esto produjo un serio conflicto pues esta costumbre no solo latina sino moderna, impedía la uniformidad del rito. La situación tendió a resolverse el año pasado cuando el Santo Sínodo de los sirio-malabares decidió que a partir del primer domingo de adviento de 2021, el rito se unificaría y todos los sacerdotes debían celebrar la Santa Qurbana ad orientem. Sin embargo, la archieparquía de Ernakulam-Angamaly se resistió a hacerlo y recurrió a la Congregación del Culto Divino, la que, previsiblemente, respondió que no tiene competencia en estos asuntos que competen exclusivamente al santo sínodo. Los sacerdotes de esa eparquía, entonces, comenzaron una huelga de hambre a fin de que se les concediera el derecho de seguir celebrando cara al pueblo. Y la cosa llegó al Papa Francisco.
Si el pontífice fuera lo terriblemente progresista en materia litúrgica como muchas veces se afirma, es fácil adivinar que lo que debería haber hecho es apelar a su potestad como jefe universal de la Iglesia católica —cosa que ha hecho en numerosas ocasiones—, y permitir a esos sacerdotes que siguieran celebrando la Santa Qurbana según la saludable costumbre introducida por el Vaticano II en el rito romano: cara al pueblo. Sin embargo, sucedió exactamente lo contrario. En una carta paternal, pero clarísima y que no deja lugar a interpretaciones, le ordena a esa eparquía y a sus sacerdotes que abandonen sus deseos y opiniones particulares, que acepten lo decidido por el Santo Sínodo y celebren la liturgia ad orientem. Al día de hoy, 335 de las 340 iglesias de esa archieparquía siguen resistiéndose, aunque no sé si siguen en huelga de hambre.
Aunque el hecho se refiere y afecta a católicos muy alejados de nosotros en la geografía y en el rito, lo cierto es que es significativo. Y me lleva a pensar que el Papa Francisco, en materia litúrgica, debería ser considerado por nosotros más bien como un aliado que como un enemigo. Y si esto es así, la estrategia debería ser distinta a la que hemos seguido, sobre todo después de la publicación de Traditiones custodes y, especialmente de las respuestas a las dubia, que fueron una expresión exclusiva de la Congregación de Culto. En vez de la confrontación abierta, que no conducirá a ningún resultado positivo —el poder lo tiene Roma—, vale más un acercamiento humilde y sincero como el que realizaron los sacerdotes de la FSSP. Y los resultados están a la vista.