La prensa nos informa que hace algunos días el Papa Francisco respondió a la invitación que le hizo el obispo de Ragusa (Italia) a que visitara su diócesis en 2025 de este modo: ““El Santo Padre sonrió y asintió con la cabeza, y con una broma respondió diciendo que en 2025 Juan XXIV hará esa visita”.
Los titulares y analistas se han dado desde ese día a especular acerca del sucesor en el que piensa Francisco o, al menos, en las características que debería tener. Y si espera que tome el nombre de Juan XXIV es porque lo supone comprometidísimo con el más que fracasado Concilio Vaticano II. Un buen análisis del hecho puede encontrarse en el artículo de Carlos Esteban.
Sin embargo, los argentinos no podemos dejar de señalar algunos hechos. No hay duda que el obispo de Raguso se animó a develar a la prensa el diálogo privado con Bergoglio porque este mismo le pidió que lo hiciera. Así se ha manejado siempre a lo largo de su pontificado en Buenos Aires y en Roma. ¿Qué quiso decir entonces? ¿Solamente una broma sobre su sucesor al que ya eligió nombre?
Podría haber algo más. El P. Leonardo Castellani, jesuita argentino expulsado de la Compañía, buen teólogo y mejor escritor, y al que Bergoglio conoce muy bien, escribió una novela en 1964 titulada Juan XXIII, Juan XXIV.Una fantasía (Theoría, Buenos Aires). En ella se narra que, cuando en 1963 murió el Cónclave elige a un papa argentino, un jesuita que ejercía su ministerio en el porteñísimo barrio de San Telmo, un teólogo excepcional, cuyo nombre era Ducadelia. Pío Ducadelia, al ser elegido papa, tomó el nombre de Juan XXIV.
El cura Pío Ducadelia es un sacerdote que ha tenido problemas con la jerarquía de la Compañía de Jesús por opiniones y actitudes juzgadas irreverentes. ¿Cómo llega Ducadelia al papado sin siquiera ser cardenal? En su fantasía anticipatoria, Castellani imagina una situación mundial caótica. Francia ha ganado una guerra contra la Unión Soviética, que desaparece, y los Estados Unidos han invadido América del Sur. Ducadelia se encuentra en Montevideo, pero el arzobispo de Buenos Aires lo va a buscar y le pide que lo acompañe a Roma, como asesor en el Concilio que ha de elegir al sucesor de Roncalli. Ducadelia es un gran teólogo. Y el Cónclave, debido a la situación excepcional del mundo y de la Iglesia, lo elige Papa.
Juan XXIII, Juan XXIV. Una fantasía explica a lo largo de sus 342 páginas cómo la burocracia vaticana le hace la vida imposible al Papa y sabotea sus reformas. El libro narra las vicisitudes de ese papa para sobrevivir en Roma —conseguir mate, hacer comprensibles sus argentinismos, adaptar la picardía y algunos tics porteños que los romanos no entienden—. Al margen de estas tribulaciones cotidianas, Leonardo Castellani plantea la necesidad de una modernización y humanización de la Iglesia. Porque Ducadelia quiere reformar la institución partiendo de la acepción original de la palabra Iglesia, que significa asamblea, es decir, reunión de los fieles. Quiere vender los tesoros del Vaticano, quiere que los pastores sean austeros, quiere eliminar la pompa, los privilegios, las rigideces dogmáticas, quiere revalorizar la tarea de los laicos, clama contra el pecado eclesial, sale de noche a caminar por Roma y a compartir la vida de los pobres. Por todo ello le ponen palos en la rueda.
Parecería que Pío Ducadelia, Juan XXIV, es la anticipación de Francisco, o bien, que Francisco no hizo más que llevar a la práctica las reformas de la Iglesia que Castellani imaginó en su novela. Pero éste imaginó un final feliz y Pío Ducadelia era, además de excelente teólogo, una persona inteligente y hábil. Bergoglio es todo lo contrario. Y claro, el resultado es el desastre que tenemos ante nuestros ojos.
Quizás el Papa Francisco, viendo el fracaso irremediable de su pontificado y sabiendo que su días están contados, espera que sea su sucesor que culmine la obra por él comenzada. Veremos. De lo que sí podemos estar seguro es que nunca más un argentino —y me atrevería a decir que tampoco un latinoamericano— será elegidos en un cónclave. El que se quemó con leche, ve una vaca y llora.