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Un intercambio epistolar quince años después del Concilio (II)

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Jean Madiran vs. Yves Congar O.P.

(un intercambio epistolar quince años después del Concilio)


por Jack Tollers 


(viene del post anterior)

Todo este asunto empezó con la publicación por parte de Congar de un opúsculo intitulado La crisis en la Iglesia y Mons. Lefebvre, aparecido en el otoño europeo de 1976. El puntapié inicial pertenece pues, a Congar. Y Madiran le escribe una primera carta objetando varias cosas de su libro, invitándolo a que responda para que, si le parecía se publicase todo eso. 

Madiran arranca con una cosa fundamental, y es el modo en que Congar y otros vivillos utilizaron la gran tarea de ressourcement de Daniélou, de Henri de Lubac y otros que habían rescatado del olvido y publicado multitud de textos de la Iglesia Primitiva y de la primera Patrística. Montado en ese movimiento, Congar aprueba, como dice Madiran,

…la exhumación de una tradición más antigua que la de la Edad Media y que la de la época moderna.

La idea, claro está, se las trae, pero a Madiran no lo engañan: 

¿Una tradición más antigua? Se puede predicar de una tradición que es más antigua que otra cuando ambas son tradiciones vivas. Ud. por el contrario, no invoca una tradición más antigua sino una tradición muerta: una tradición que ya no se transmite, una tradición que ya no es tradición. Ud. desliza dulcemente hasta los confines del sofisma en el que hemos visto caer tantos obispos con tanto estrépito: el sofisma según el cual la más antigua sería la más tradicional (pág. 15).

Y luego Madiran pone en boca de estos progresistas la chanza de que si los tradicionalistas queremos una lengua tradicional para la liturgia haríamos bien en recurrir al griego, o, mejor aún, al arameo (y luego, del otro lado, los que sostienen que cuando la Pasión de Nuestro Señor, nadie cantaba gregoriano...). 

Claro que Madiran sabe perfectamente lo que estos tipos piensan:

Uds. sin embargo lo saben: lo tradicional no es lo más antiguo; sino lo antiguo transmitido.      

A esto Congar contestará, sin que se le mueva un pelo:

El ideal de la Ecclesia primitiva ha inspirado todas las épocas. Está claro que un texto litúrgico de comienzos del s. III tiene un valor incomparable (en cuanto se le reconoce como católico) como testimonio de la fe de “la Iglesia de siempre” (pág. 40). 

Pero, claro, Congar se pasa de vivo. Desde luego—argumenta Madiran—es perfectamente posible que por ejemplo existan preciosas plegarias eucarísticas de los primeros siglos de la Iglesia que por alguna razón se dejaron de rezar en los siglos IV, V o VI y no necesariamente sería ilícito querer restaurarlas; ahora

…eso no puede hacerse en nombre de la tradición puesto que, justamente, ha sido la tradición la que las ha descartado […] Pretender como Ud. lo hace, o como la insinúa […] que la tradición de la Iglesia ha estado equivocada durante mil quinientos años por no haber transmitido ciertos “elementos e inspiraciones” anteriores al s. V, no constituye un acto tradicional, sino de anti-tradición, de revolución (págs. 16/18).

Pero, luego Madiran se dirige directamente a la cuestión del Concilio aferrándose como perro de presa (después de todo, es el autor de Nosotros, los perros) a la desafortunada frase de Pablo VI en su desafortunada carta a Mons. Lefebvre del 29 de junio de 1975 en donde afirmó que

El Vaticano II no tiene menos autoridad, sino que es, incluso bajo ciertos aspectos más importante aún que el de Nicea (págs. 21/22). 

Sic. Con esto, (¡Vaticano II es más que Nicea!) Madiran, claro está, se va a hacer una fiesta además de sugerir que posiblemente no sea Congar el que refleja el pensamiento de Paulo VI sino que probablemente sea al revés, no sólo en esto, sino también en la cuestión de las “tradiciones” antiguas: y cita como autoridad el libro de Jean Guitton, Paul VI secret (véase la nota al pie de la pág. 18, libro difícil de conseguir y cómo me gustaría…). 

Sí, claro, Congar se enoja porque los “integristas” no entienden cómo un concilio que se ha querido y declarado pastoral puede tener tanta autoridad y más importancia que un concilio dogmático. Y la verdad es que sí, ni Madiran, ni nadie se explica semejante cosa. Y de nada sirve que por tal razón se nos acuse de “deshonestos” (pág. 23). Pero no se nos explica por qué se ha llegado a sostener semejante cosa:

Ud. invoca dos argumentos para colocar la pastoral del Vaticano II por encima de la dogmática de los otros concilios. En primer lugar “como ningún otro ha reunido a la Iglesia toda en la persona de sus pastores”; y en segundo lugar, “ha estado, más que Vaticano I, atento a las minorías” (pág. 26).

Pero, claro, Madiran disiente, más que nada porque la universalidad de Vaticano II sólo puede considerarse ventajosa respecto de otros concilios, numéricamente, una consideración que cualquier católico de veras desestimará sin más (y seguro que Congar nunca leyó a Guénon). 

Pero más interesante es esto de que el Concilio le prestó especial atención a los que en las votaciones disentían con lo votado por la mayoría, y eso, por ejemplo, merced a la Nota Explicativa Praevia que Paulo VI incluyó en la Lumen Gentium, a propósito de la colegialidad de los episcopados. Madiran tampoco dejará pasar esto:

La Nota praevia explicativa no tenía una función de verdad: corregir o prevenir falsas interpretaciones respecto del cuerpo episcopal. Tenía una función táctica: apaciguar las inquietudes de la minoría, [y así] obtener un voto unánime (pág. 27). 

Y es que Madiran, en 1977 ya lo veía todo con luminosa inteligencia: 

Los textos conciliares han sido redactados (o completados) de un modo lo suficientemente tradicionales como para resultar votados por una cuasi-unanimidad, y con todo, de una manera lo suficientemente astuta como para permitir desarrollos ulteriores que en el tiempo de los padres conciliares habrían resultado rechazados […] y ahora, cada vez que la Santa Sede dice no, respecto del aborto, de la ordenación de mujeres, del casamiento de los sacerdotes, o de no importa qué cosa, los post-conciliares, con los obispos a la cabeza, interpretan y traducen: no todavía (pág. 28).

*

En cuanto a la cuestión de que algunas de las constituciones del Concilio cuentan con un contenido dogmático, Madiran aclara rápidamente que eso las vuelve materialmente dogmáticas en la medida en que evocan o invocan dogmas anteriormente definidos. 

El sermón de un predicador puede incluir todos los dogmas definidos que quiera sin que por eso su sermón, por exacto que fuera, se convierta en infalible (pág. 30).  

Pero no, jamás se aclara qué parte del magisterio conciliar se entiende como infalible y qué parte podría ser objeto de discusión. No señor, 

En la Iglesia de Vaticano II, toda crítica, por lo menos cuando parte del tradicionalismo, se asimila a una desobediencia; y toda desobediencia se asimila a un cisma (pág. 33).

Sí, lo sabíamos y los argentinos teníamos sobrada noticia de este proceder mucho antes del Concilio en las tribulaciones del pobre P. Castellani, el “desobediente” por excelencia...

Y es que Congar no se va a privar de formular, negro sobre blanco, el parecer de todos los progresistas porque les resulta insoportable la idea de

Un rechazo del Concilio todo, o hacerlo objeto de una suspicacia global, suspicacias sobre las reformas que de él han nacido, sobre el pontificado de Paulo VI (pág. 46). 

¿Ah no? ¿Y por qué no? Congar se apresura a responder: 

Existe una santidad de la vida en la comunión concreta de la Iglesia que exige una cierta simpleza, un fondo de confianza (pág. 47). 

En su respuesta, Madiran contesta con una elegancia que el furor que me suscita esto último me sería imposible emular: 

Ud. ha contestado a mis preguntas como si fueran un pedido de informes dirigidas desde mi ignorancia a su erudición de Ud. En este debate, esta actitud, este artificio, no le queda bien; por no hablar de su imprudencia: con eso haría suponer que ni su persona, ni su causa, merecían algo mejor (vous laisseriez supposer que ni votre personne, ni votre cause n’était capables de mieux—pág. 51). 


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