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El Movimiento Litúrgico y la reforma del Vaticano II - Parte II

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por Rubén Peretó Rivas

2. Primera etapa del Movimiento litúrgico 

La historia propiamente dicha del Movimiento litúrgico comienza con dom Lambert Beauduin, monje de la abadía de Mont-César de Lovaina quien, en el congreso sobre la liturgia de Malinas de 1909, pronunció una conferencia sobre la participación de los fieles en el culto cristiano. En general, se considera que este fue el acto fundacional del Movimiento litúrgico (1). Algunos prefieren considerar que la fundación debe ubicarse en la promulgación del motu proprio Abhinc duos annos, del 23 de octubre de 1913, en el que el papa San Pío X anunciaba su intención de completar la reforma del breviario (2). No me parece acertada este elección debido que, al identificar el nacimiento del Movimiento litúrgico con la publicación de un documento pontificio, indirectamente se estaría revistiendo al Movimiento de un carácter oficial y de una promoción pontificia que nunca tuvo, al menos expresamente. 


Dom Beauduin era un benedictino que no poseía una formación litúrgica especial, como tampoco la tenían sus hermanos de la abadía de Mont-César. Poseía, sin embargo, un profundo respeto por la tradición litúrgica y es por eso que el movimiento que impulsó no tuvo nunca un carácter reformador en esta primera etapa. Era consciente que la liturgia era un monumento venerable elaborado por la tradición durante el correr de los siglos, y aunque habían algunos detalles que era conveniente corregir, no se trataba de reformarla. Era un don de la tradición que había que comprender con sabiduría y prudencia, y para ello era necesario recurrir a la historia, a la arqueología y a la filología. Ese era el modo de encontrar el verdadero sentido de los textos, de distinguir lo accidental de lo esencial y de penetrarse de su espíritu. 

Dom Beauduin se preocupó por acentuar la dimensión pastoral de la liturgia en un momento en el cual estaba reducida a una cuestión meramente ritual, de interés exclusivo, en el mejor de los casos, de los clérigos pero que poco y nada aportaba a los fieles que asistían a ella como meros espectadores que se entretenían en ejercicios piadosos como el rezo del rosario o de otras pías oraciones mientras esperaban que transcurriera la misa. La conferencia de dom Beauduin en Malinas animaba a una mayor participación de los fieles en todos los actos litúrgicos, particularmente la Santa Misa. Se trataba de la actuosa participatio, o participación activa de los fieles,expresión que tantos usos y abusos sufrió a lo largo del último siglo, y que había sido acuñada por San Pío X y utilizada en su motu proprio Tra le sollecitudini del 22 de noviembre de 1903. Era el documento en el que impulsaba el canto gregoriano solesmiense como el oficial de toda la Iglesia latina, a fin de contrarrestar el uso frecuente de misas polifónicas con melodías de carácter profano, que convertían a los oficios litúrgicos en conciertos, y en los que los fieles no tenían la más mínima participación. 

La iniciativa de dom Beauduin de promover la pastoral litúrgica fue alentada por el cardenal Mercier, arzobispo de Malinas. Al año siguiente, el 2 de julio de l910, la abadía de Mont-César dirigía un informe al abad de Beuron con vistas a la erección de una escuela de liturgia en Lovaina, basándose en las premisas de que hacía falta una renovación litúrgica, que los benedictinos podían dirigirla y que Mont-César debía ser su centro.

Comenzaba un movimiento de renovación de los estudios litúrgicos que se reflejó también en otros países a través de la creación de varios institutos de investigación. El más importante de ellos fue el de la abadía renana de María Laach, donde vieron la luz las obras de dom Ildefonso Herwegen, dom Odo Casel y del P. Johannes Pinsk, quienes hicieron de este monasterio el foco central de la vida litúrgica de los países de lengua alemana. 

Quien más se destacó de los tres fue Odo Casel con su obra “El Misterio del culto cristiano”, en la que señala la centralidad que posee el misterio dentro de la liturgia. Este aspecto no siempre era aceptado y para la mayoría de los sacerdotes, la misa había sido reducida a una mero máquina de fabricación de la eucaristía. Fue en este marco en el que se dio la controversia que mantuvo en 1914 dom Maurice Festugière con el jesuita Navatel, redactor de la revista francesa Études, quien en un artículo había definido a la liturgia como “la parte sensible, ceremonial y decorativa del culto católico”. Se trataba no más que de un código de cortesía o un protocolo para las recepciones oficiales de Nuestro Señor, quedando así reducida a un ceremonial asimilable al de la corte de Versailles pero que, en sí misma, no tenía mayor valor o significado (3).


3. Segunda etapa del Movimiento litúrgico (1)

En la segunda etapa, el Movimiento litúrgico se extenderá mucho más en el espacio y tendrá un carácter más combativo en sus propuestas. Por eso mismo se trató, a mi entender, de una etapa claramente reformista, en la que jugó un papel protagónico el Centre de Pastoral Liturgique de Francia que más tarde se transformaría en el Centre National de Pastoral Liturgique, cambio que no sería solamente de nombre (4). Fue fundado inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial por los padres Duployé y Roguet, ambos dominicos, junto al canónigo Martimort, y su objetivo fue concientizar a curas de parroquia, capellanes de la Acción Católica, religiosos y laicos sobre la importancia de la liturgia. 

Dom Bernard Botte nos da una pista de lo que podríamos llamar “estado pre-revoluconario” en el que se encontraban muchos sacerdotes y comunidades francesas de la época. Relata que en el primer congreso organizado por el Centre en 1948, él debió alertar acerca del peligro que significaba que los sacerdotes redactaran sus propias plegarias para la celebración de la misa, moda que se estaba estableciendo, y para lo cual se utilizaba un lenguaje —según se decía—, que podía ser comprendido por el hombre de la calle. 

En un primer momento, el Centro de Pastoral Litúrgica integró a su preocupación pastoral la investigación seria sobre liturgia y la formación académica en ese ámbito. Resulta relevante la fundación, junto a la abadía de Mont-César, del Instituto Superior de Liturgia, dentro del Instituto Católico de Paris, destinado a formar a profesores de seminario ya que, hasta ese momento, la liturgia no era materia que se incluyera dentro de la formación sacerdotal. Lo que en todo caso se enseñaba a los seminaristas próximos a la ordenación era a realizar correctamente los ritos, pero no había interés por explicar el sentido de los textos litúrgicos ni por mostrar las riquezas espirituales que contenían. Dom Botte relata un caso de discusión de la época en los ambientes clericales que, aunque hiperbólico, grafica la situación: las hermanas de la Purificación habían heredado de su fundador una casulla tejida en hilos de seda de dos colores, rojo y verde y, según la dirección de la luz, el ornamento se veía de uno u otro color. ¿Qué se debía hacer? ¿Ubicar a todos los fieles en un mismo sector de la Iglesia o tapar las ventanas de un costado, a fin de que los asistentes a la misa vieran solamente el color prescrito por las rúbricas? (5) Era para sortear esta concepción de la liturgia que se fundó el nuevo Instituto. Sus profesores eran especialistas, capaces de comentar textos litúrgicos, que constituyen una parte importante de la Tradición de la Iglesia, y conocedores tanto las fuentes litúrgicas como el método crítico de trabajo. 

La labor del Centro de Pastoral Litúrgica fue amplia, y llegó a las parroquias mediante sesiones y semanas de estudio, y una acción más extendida a través de una serie de publicaciones: Fétes et saisons, la revista trimestral La Maison-Dieu y las Notes de pastorale liturgique. Por todo esto, fue reconocido rápidamente por las más altas esferas de la jerarquía. En su edición del 17 de enero de 1946, L’Osservatore Romano subrayaba los indicios que hacían creer que el movimiento litúrgico se hallaba en un momento decisivo y había emprendido el buen camino, y presentaba al CPL como “la consoladora primavera en flores de una espiritualidad cristiana nacida y alimentada en las purísimas fuentes de la Lex orandi”.



(1) Un buen, aunque incompleto, recorrido de la historia del Movimiento litúrgico puede verse en Comunidades de St. Séverin y St. Joseph, La renovación litúrgica, trad. F. Revilla, Casal i Vall, Andorra, 1962.
(2) Cfr. Claude Barthe, Histoire du missel tridentin et de ses origines, Via Romana, Versailles, 2016, 174.
(3) Cfr. Jean-Joseph Navatel, “L’apostolat liturgique et la piété personnelle”, en Études 137 (1913), 449-475.
(4) Según relata el P. Bouyer, los fundadores del Centre de Pastoral Liturgique, luego del Concilio, fueron desposeídos de sus cargo y el Centre quedó bajo la dirección de “un obispo bienaventuradamente incompetente, asistido por un verdadero bribón”, que fue el director del nuevo Centre Nationale de Pastoral Liturgique. Se refería a Mons. Renés Boudon, obispo de Mende, y al P. Jacques Cellier. Cfr. Louis Bouyer, Mémoires, ed. Jean Duchesne, Cerf, Paris, 2014, p. 146.
(5) Cf. Bernard Botte, Le mouvement liturgique. Témoignage et souvenirs, Desclée, Paris, 1973, p. 46.



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