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Irresponsable

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Desconocer la existencia de la naturaleza humana tiene sus riesgos. La prueba está en el atentado terrorista de ayer en París. Los atacantes son “franceses”, porque la progresía asegura que si el hijo de un magrebí o de un turco nace en Francia, necesariamente se convierte en un francés tan francés como Balzac, como si porque la gata diera a luz dentro de un horno, sus gatitos fueran panes. La naturaleza humana es mucho más compleja que la mera ubicación geográfica del alumbramiento.
El peligro de la islamización de Europa fue advertido hace décadas por Jean Raspail en su novela El campamento de los santos y hace días por Michel Houellebecq en la suya Sumisión. Ambos son denostados escritores xenófobos y racistas, según lo entiende la corrección política a la que todos deben sumarse. El lunes pasado, la diócesis de Colonia, en Alemania, decidió apagar las luces de su famosa catedral para protestar contra la manifestación contra la islamización de Europa que se realizaría en sus cercanías. Por cierto, esa misma diócesis no apagó las luces del duomo cuando se realizó allí mismo la Marcha del Orgullo Gay.
Cuando le preguntaban anoche a los consternados parisinos que se manifestaban con velas encendidas y bajo la consigna “Je suis Charlie” sus impresiones, decían sollozando: “Han atacado nuestra libertad de prensa; han atacado nuestra democracia”. No tienen remedio. Es justamente la irrestricta libertad de prensa la que llevó a esta situación. El semanario Charlie Hebdo no solamente ridiculizaba al Islam y al Profeta, sino también al judaísmo y al cristianismo. No hace mucho había publicado una portada donde caricaturizaban a la Santísima Trinidad como tres homosexuales copulando.
Pero este es un blog de opinión religiosa. Y por eso quiero llamar la atención, una vez más, acerca de la irresponsabilidad con la que se maneja nuestro connacional, el Papa Francisco. 
El 12 de septiembre de 2006, Benedicto XVI se refirió a aspectos específicos del islam que pueden ser considerados irracionales tales como la práctica de la conversión forzada. Y dijo citando al emperador bizantino Manuel II:  “Muéstrame también aquello que Mahoma ha traído de nuevo, y encontrarás solamente cosas malvadas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que él predicaba». Al día siguiente, el Papa alemán fue masacrado por los medios de prensa y, también, por sus mismos hermanos obispos. El entonces cardenal Bergoglio expresó a través de su vocero: “Es una pena. Cuando uno insiste en la diferencia de las doctrinas necesariamente va a un enfrentamiento. Por eso, cuando el Papa se mete en el campo de la discusión sobre la verdad, o sobre lo que es verdad o no, la declaración se hace infeliz. Es infeliz porque si dice que el islam no tiene nada bueno se está generalizando y además el islam tiene, ha tenido y ha aportado muchísimas cosas buenas a la historia de la humanidad".
Y es por eso que el ahora Papa Francisco, en su primer viaje fuera de Roma, visitó la isla de Lampedusa abogando por una cálida recepción en Europa de las miríadas de musulmanes que todos los días llegan a sus costas. La necesidad de aprobación de los medios del mundo y del aplauso de la progresía le impiden caer en a cuenta de la enorme responsabilidad que posee y del peso de sus gestos y de sus palabras.
El atentado parisino de ayer debe reconocer también como una de sus causas la irresponsabilidad pontificia. Y vendrán otros hechos similares. Será cuestión de esperar que aparezca su cacareada encíclica sobre la ecología, inspirada, entre otros, por Leonardo Boff y Pino Solanas, y redactada por el Tucho Fernández.
Francisco no es tonto. Es un ideólogo y un metiche egoísta. Su torpe intromisión en Medio Oriente y su disimulada complicidad con Obama en el caso de Cuba lo demuestran claramente. Su incurable megalomanía lo lanza al galope entre delicadas cuestiones geopolíticas y publicitadas catástrofes meteorológicas, sin detenerse, incluso, en flexibilizar la moral y la teología si eso le produce réditos políticos. [Este párrafo es traducción libre de Maureen Mullarkey en First Things].
Más pronto que tarde, la realidad va a sentar de frentazo del Obispo de Roma.



Suicidas

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Hace pocos meses comentamos en esta bitácora las sensaciones y percepciones que tuvieron muchos fieles católicos el fatídico 13 de marzo de 2013 cuando vimos aparacer en la loggia vaticana al cardenal Bergoglio vestido de blanco. Muchos, de un modo u otro, coincidimos en una percepción interna que indicaba el inicio de, si no un cataclismo, al menos de una nueva, y catastrófica, etapa en la historia de la Iglesia. Se trataba de una suerte de intuición de la que era imposible dudar y que producía una certeza que difícilmente podía ser rebatida con argumentos racionales.
Algo similar me ha ocurrido en estos últimos días, culminando ayer domingo, con la procesión laica de los reyes de los gentiles proclamando “Je suis Charlie”. Me parece que es un acontencimiento bisagra, no tanto porque a partir de ahora vengan cosas nuevas, sino porque cayeron las últimas máscaras y las últimas y tenues esperanzas que se podían esperar de una regeneración de Europa y con ella, de la civilización occidental.
¿Qué significa la expresión “Je suis Charlie”? Significa “Yo soy la blasfemia”; “Yo soy la modernidad”; “Yo soy la Revolución” y, en última instancia, “Yo soy lo anticristiano”. Es la asunción irrestricta de los ideales de la Revolución anticristiana ante la cual Occidente ha decidio entregar todo, incluso su propia existencia. Como bien dice de Prada en su último artículo, es el suicidio. Europa, en nombre de la ideología de la Revolución, ha preferido negar la evidencia y elegir su propio exterminio. Para los medios de la progresía –es decir, para todos los medios-, el peligro después de la masacre de los periodistas blasfemos, es una ola de descriminación a los musulmanes. El mundo occidental elige no ver que el peligro es, justamente, el Islam.
Niegan la evidencia inmediata que se yergue antes sus ojos y niegan también la evidencia histórica. Recordemos que Asia Menor y Medio Oriente fue, durante siglos, una floreciente civilización cristiana, que dio a personajes como los Padres Capadocios o San Juan de Damasco, y fue el Islam que, en el curso de pocas décadas, la hizo desaparecer. Y lo mismo ocurrió con Egipto, cuya sede de Alejandría rivalizaba en cultura y prestigio con Bizancio y aventajaba largamente a la sede romana. Desapareció, y con ella desparecieron los cristianos coptos, engullidos por los hijos del Profeta.
La marejada de anoche -los nuevos gentiles recorriendo en silencio las calles parisinas-, son la negación, el rechazo y la burla de los grandes pilares y hechos históricos que construyeron Europa: Carlos Martel y la batalla de Poitiers, Don Pelayo y Covadonga, Don Juan de Austria y Lepanto y Juan Sobieski y el sitio de Viena.
La única con el peso necesario, y con la misión ineludible, para lanzar un grito de alerta y provocar, si Dios así lo disponía, la vuelta en razón de Europa, era la Iglesia. Siempre lo fue en circunstancias históricas similares. Hoy, en cambio, es la misma Iglesia la que toma de la mano a la civilización occidental y la acompaña al suicidio. Y no es necesario recurrir al inexistente pensamiento del papa Francisco si no, mejor aún, recurrir a quienes son los verdaderos líderes del catolicismo europeo del siglo XX. El cardenal Marx, arzobispo de Munich, corazón de la Alemania católica, niega la decadencia moral de Occidente y afirma que la “así llamada secularización es un desarrollo necesario de la libertad. Y una sociedad libre es un progreso según el verdadero punto de vista del Evangelio”. La Iglesia, liderada por el pontífice argentino, ha asumido los ideas de la Revolución y acompaña a Europa a su propio cadalso.
Decía Hillaire Belloc que Europa es la fe. Pero ¿la fe es Europa? No, claro que no; el Evanglio es universal, pero Dios quiso que se encarnara históricamente en Europa. ¿Qué pasaría si cae definitivamente la civilización europea como fruto de su rechazo a la fe que la fundó? Yo sé que muchos dirán: no pasaría nada. Está la fe en Latinoamérica, y está la fe floreciente (¿) de Asia o la fe aún ingenua de África. Y es verdad. Latinoamérica, por caso, es cristiana. Pero hay un detalle insalvable: no hay civilización latinoamericana, más allá de lo que el progresismo latinoamericanista berreta intenta hacernos creer. Lo que Latinoamérica tiene de civilización –lo cual es poco- es civilización europea. En Latinoamérica no se construyó civilización por muchos motivos: en la mayoría de los casos, porque los pueblos originarios del subcontinente eran, y son, incapaces de civilización; y en otros, como en Argentina, donde la sangre indígena es muy minoritaria con respecto a la sangre europea, porque esa viscosa mezcla de orígenes fundó un pueblo incapaz de gobernarse a sí mismo. Mal que les pese a mis amigos nacionalistas, en las únicas décadas en que Argentina se acercó a ser un país civilizado fue cuando era una de las joyas preferidas de la corona de su Majestad Británica. Latinoamérica sin la civilización europea desaparece en pocas décadas engullida por su propia inanidad, y por China.
¿Es que, entonces, ya no hay esperanzas? Muchos amigos apuestan al zar Vladimir Valdimirovich, que hace pocos meses dijo:
"En Rusia vivid como rusos! Cualquier minoría, de cualquier parte, que quiera vivir en Rusia, trabajar y comer en Rusia, debe hablar ruso y debe respetar las leyes rusas. Si ellos prefiere la Ley Sharia y vivir una vida de musulmanes les aconsejamos que se vayan a aquellos lugares donde esa sea la ley del Estado. Rusia no necesita minorías musulmanas, esas minorías necesitan a Rusia y no les garantizamos privilegios especiales ni tratamos de cambiar nuestras leyes adaptándolas a sus deseos. No importa lo alto que exclamen “discriminación”, no toleraremos faltas de respeto hacia nuestra cultura rusa. Debemos aprender mucho de los suicidios de América, Inglaterra, Holanda y Francia si queremos sobrevivir como nación. Los musulmanes están venciendo en esos países y no lo lograrán en Rusia. Las tradiciones y costumbres rusas no son compatibles con la falta de cultura y formas primitivas de la Ley Sharia y los musulmanes. Cuando este honorable cuerpo legislativo piense crear nuevas leyes, deberá tener en mente primero el interés nacional ruso, observando que las minorías musulmanas no son rusas.” (Vladimir Putin, 4 de agosto de 2013: negocios.com/noticias/solucionaria-putin-atentado-francia-08012015-1613)
¿Es una esperanza Rusia y la cristiandad ortodoxa? No lo creo, aunque me gustaría creerlo. Más bien creo que estamos en ese periodo del presente eón que el Visnú puruná de los hindúes describe así:
“En el kali-iugá, habrán numerosos gobernantes luchando por el poder entre ellos. Ellos no tendrán carácter. La violencia, las mentiras y la inmoralidad estarán a la orden del día. La piedad y la naturaleza del bien se desvanecerán lentamente. La pasión y la lujuria serán la única atracción entre los sexos. Las mujeres serán objetos de placer sexual. La mentira será la línea límite de subsistencia. La gente culta será ridiculizada y puesta en vergüenza; en el mundo la ley del más rico sera la única ley”.
Y que la Revelación del Dios Viviente, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob y el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, describe así:
“(El ángel” gritó con voz potente:) “¡Cayó, cayó la gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en guarida de toda clase de espíritus inmundos, en antro de toda clase de aves inmundas y detestables. Todas las naciones han bebido del vino de las prostituciones; los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercadera de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado” (Ap. 18, 2-3).




¡Es Superman!

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¡Es Ghandi! No
¡Es un santón! No
¡Es un braham! No
¡Es un paria! Humm, creo que sí
¡Es el Papa Francisco!



Próximamente en santerías


Caída libre

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Más de una vez hemos comentado en este blog lo difícil que resulta tomar la distancia necesaria a fin de apreciar lo pronunciado de la pendiente en la que nos encontramos. Pareciera que el pasar de los días y los años en que las mutaciones de la civilización y de la Iglesia se han ido acelerando, adormeció nuestra capacidad de reacción y asombro.
Pongo un ejemplo. En los ’80 –hace apenas 30 años- no existía en el lenguaje coloquial la palabra gay. De los homosexuales se hablaba en voz baja y su conducta se consideraba una anomalía. En los ’90, incluso, el presidente Menem prohibió otorgar la personería jurídica a una organización homosexual que buscaba denfender los derechos de ese colectivo. Hoy, no sólo se ha legislado el matrimonio homosexual, no sólo se considera esa conducta como normal e, incluso, deseable, sino que se ha presentado en el Congreso nacional un proyecto de ley para otorgar un subsidio de $ 8000 mensuales a los travestis por el sólo hecho de serlo. Si somos capaces de detenernos y alejarnos de la inmediatez de los hechos, caeremos en la cuenta de la enormidad del cambio y de su rapidez inaudita.
Pero me interesa en esta ocasión llamar la atención de este tipo de cambios en cuestiones relacionadas con la fe.  Cualquier católico con una formación mínima, o lo que yo llamaría cualquier “católico con fe católica”, posee la certeza de hay aspectos de la fe y de la religión que no pueden ser de ningún modo cambiados. No me refiero solamente a cuestiones dogmáticas sino a otras que tienen que ver con la moral o con la práctica cotidiana de la fe. Por ejemplo, ningún católico dudaría de la necesidad de rezar y de la importancia impostergable de la oración. Sin embargo, sabemos que Mons. Víctor Fernández, “Tucho”, preconiza el primado absoluto de la “misión”, es decir del activismo apostólico, sobre el “discipulado”, es decir, la vida de oración. El misionero no necesita rezar porque su acción es oración. Sobre este tema volveremos en otra entrada próximamente.
Ayer hemos asistido a otro caso escandaloso en el que un obispo propone un cambio rotundo de lo que, para la conciencia católica, es inmodificable. El blog Adelante la Fe reportaba que el obispo de Amberes había dicho: “Debemos buscar un reconocimiento formal en el interior de la iglesia de una relación que también está presente en parejas bisexuales y homosexuales. Así como en la sociedad existe una variedad de formas legales para parejas, también debe existir una variedad de formas de reconocimiento dentro de la iglesia”. El cambio que está proponiendo este prelado belga es gravísimo. No se trata de un cambio de disciplina eclesiástica. Por ejemplo, el papa Francisco podría decidir mañana que el celibato no es condición necesaria para acceder a las órdenes sagradas. Podría gustarnos más o menos, pero se estaría tocando una cuestión disciplinar, todo lo secular que se quiera, pero que no hace a la esencia de nuestra fe católica.
Sin embargo, que un obispo proponga que las parejas bisexuales y homosexuales tengan también un “reconocimiento”, es decir, un estatuto jurídico o canónico, dentro de la Iglesia y, consecuentemente, la aceptación moral de ese tipo de conducta, no es disciplinar sino medular a nuestra fe.
Es aquí donde creo que es necesario detenerse y, desde la distancia, observar el caso. ¿Cómo es posible que un obispo, es decir, un “maestro en la fe”, pueda hacer semejante propuesta? La pregunta que surge inmediatamente es si verdaderamente este hombre tiene fe católica, porque esa fe es contradictoria a la fe que yo poseo. En otras palabras, o él es católico, o yo soy católico, porque ambos no podemos serlo, si es que aún sostenemos la vigencia del principio de no contradicción.

Y la otra pregunta que queda flotando es: si este señor obispo se anima a decir lo que dice, ¿qué otras cosas pensará que no se anima aún a decir? O, aún más, ¿de qué modo vivirá? Porque las palabras del Evangelio resuenan con vigencia: “De la abundancia del corazón hablan lo labios”.

Evelyn Waugh y la liturgia I

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El genial novelista católico inglés Evelyn Waugh concedió siempre una gran importancia a la liturgia, como puede apreciarse en muchas de sus obras y, por eso mismo, le causó una profunda consternación y dolor su destrucción por parte del Concilio Vaticano II. Este sufrimiento fue, en última instancia, una de las causas que lo llevarían a su prematura muerte en 1966.
A continuación les paso la primera parte de la traducción de algunos de los párrafos más significativos de una nota que Waugh publicó en The Spectator el 22 de noviembre de 1962 sobre las reformas que ya se preveía que el vendaval conciliar nos iba a regalar: 

[...]
Hace poco escuché el sermón de un entusiasta neopresbítero quien habló, probablemente aludiendo a la infeliz frase de Macmillan con relación al África, de un “gran viento” que está a punto de soplar, barriendo las irrelevantes acrecencias de los siglos y que revelará a la Misa en su prístina y apostólica simplicidad. Mientras tanto yo miraba su congregación, compuesta por parroquianos de un pequeño pueblo rural, del cual me considero un miembro típico, y pensaba en cuán poco se correspondían sus aspiraciones con las nuestras.
[…]
Menos todavía aspiramos a usurpar su  lugar [el del sacerdote] en el altar. “El sacerdocio de los fieles” es una engañosa frase de esta década, abominable para todos aquellos que nos la hemos topado. No pretendemos ninguna igualdad con nuestros sacerdotes cuyos defectos personales y miserias (cuando existen) sirven sólo para enfatizar el misterio de su llamado único. Cualquier cosa en lo que respecta a indumentaria o maneras o hábitos sociales que tienda a camuflar dicho misterio es algo que nos aleja de las fuentes de la devoción. El fracaso de los “sacerdotes obreros franceses” todavía está fresco en nuestra memoria. Un hombre que envidia de otro una posición más alta y especial está muy lejos de ser un cristiano.
Mientras la Misa continuaba de la manera habitual me pregunté cuántos de nosotros deseábamos ver algún cambio. La Iglesia era más bien oscura. El sacerdote se encontraba bastante lejos. Su voz no era clara y el lenguaje que utilizaba no era el de todos los días. Ésta era la Misa por cuya restauración los mártires Isabelinos habían ido al cadalso. San Agustín, Santo Tomás Becket, Santo Tomás Moro, Challoner y Newman hubiesen estado a gusto entre nosotros; de hecho, estaban presentes entre nosotros. Posiblemente pocos de nosotros lo estuviésemos conscientemente considerando, pero su presencia y la de todos los santos nos sustentaba silenciosamente. Su presencia no hubiese sido más palpable si hubiésemos hecho las respuestas en voz alta al modo moderno.
Creo que no es por una mera confusión etimológica que la mayoría de los anglo-parlantes creemos que ‘venerable’ significa ‘viejo’. Hay en el corazón humano una conexión profunda entre adoración y edad. Pero la nueva moda se inclina por algo brillante, estentóreo y práctico. Ha sido establecida por una extraña alianza entre los arqueólogos absorbidos en sus especulaciones acerca de los ritos del siglo segundo, y los modernistas que desean dar a la Iglesia el carácter de nuestra deplorable época. Combinando ambas cosas, se llaman a sí mismos “liturgistas”.
El difunto dominico francés Couturier, estaba siempre pronto a solicitar los servicios de los ateos para diseñar ayudas para la devoción; el resultado es que las iglesias que él inspiró son más frecuentadas por turistas que por creyentes. En Vence hay una famosa pequeña capilla diseñada por Matisse en su vejez. Siempre está llena de turistas y las religiosas que la atienden están orgullosas de ella. Pero las estaciones del Via Crucis, garabateadas en una única pared están de tal modo dispuestas que es apenas posible rezar el ejercicio tradicional delante de él. Las hermanas a cargo tratan de evitar que los visitantes parloteen, pero de hecho no hay nadie a quien molestar; en las ocasiones en que he estado allí no he visto a nadie rezando, como uno frecuentemente encuentra en simples iglesias decoradas con yeso y oropel.
La nueva catedral Católica en Liverpool es de planta circular. La concurrencia debe ubicarse en gradas como si fuera un quirófano abierto al público. Si levantan los ojos se miran unos a otros. Las espaldas son frecuentemente distractivas; las caras lo son más. La intención es ubicar a todos lo más cerca posible del altar. Me pregunto si el arquitecto ha estudiado el modo en que la gente se ubica en una misa parroquial normal. En todas las iglesias que conozco, los primeros bancos son los últimos en completarse.
En los últimos años hemos experimentado el triunfo de los “liturgistas” en la reforma de la Semana Santa. Durante siglos estos ritos han sido enriquecidos por devociones muy caras a los fieles –la anticipación del oficio matutino de Tinieblas, la vigilia en el Altar del Monumento, la Misa de Presantificados. No se trata de cómo los cristianos del siglo segundo celebraban la Pascua. Se trata del crecimiento orgánico de las necesidades del pueblo. No todos los Católicos podían asistir a todos los oficios, pero cientos lo hacían, yéndose a vivir a o cerca de casas monásticas y realizando un retiro anual que comenzaba con el Oficio de Tinieblas en la tarde del Miércoles Santo y culminaba cerca del mediodía del Sábado Santo con la Misa Pascual anticipada. Durante estos tres días el tiempo estaba convenientemente distribuido entre los ritos de la Iglesia y las predicaciones del sacerdote a cargo del retiro, con pocas ocasiones para las distracciones. Ahora nada ocurre antes de la tarde del Jueves Santo. Toda la mañana del Viernes Santo está vacía. Hay una hora aproximadamente en la iglesia el Viernes por la tarde. Todo el Sábado está en blanco hasta la noche tarde. La Misa Pascual es cantada a la medianoche ante una cansada feligresía que es obligada a “renovar sus votos bautismales” en lengua vernácula para luego irse a la cama. El significado de la Pascua como una fiesta de la aurora ha sido olvidado, como lo ha sido el de la Navidad como Nochebuena. He notado en el monasterio que frecuento una marcada caída en el número de ejercitantes desde las innovaciones, o como los liturgistas preferirían llamarlas, restauraciones. Puede muy bien ser que estos servicios se encuentren más próximos a las prácticas de la primitiva Cristiandad, pero la Iglesia disfruta del desarrollo del dogma; ¿por qué no se le concede entonces el desarrollo de la liturgia?


Evelyn Waugh y la Liturgia II

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[viene del post anterior]
Hay un partido dentro de la jerarquía que desea realizar superficiales pero sorprendentes cambios en la Misa para hacerla más ampliamente inteligible. La naturaleza de la Misa es tan profundamente misteriosa que los más agudos y santos hombres están continuamente descubriendo ulteriores matices de significación. No es una peculiaridad de la Iglesia Romana que mucho de lo que ocurre en el altar es en diversos grados oscuro a la mayor parte de los creyentes. Es de hecho, la marca de todas las Iglesias históricas apostólicas. En algunas la liturgia se celebra en una lengua muerta como el Ge’ez  o el Siríaco; en otras en griego Bizantino o Paleoeslavo, que difieren mucho de la lengua hablada comúnmente.
La cuestión del uso de la lengua vernácula ha sido debatida hasta que realmente no queda nada nuevo por decir. En diócesis como por ejemplo algunas de Asia y África donde se hablan media docena o más de lenguas diferentes, la traducción es casi imposible. Aún en Inglaterra y los Estados Unidos donde en gran medida el mismo idioma es hablado por todos, las dificultades son enormes. Hay coloquialismos que, aunque suficientemente inteligibles, de hecho son bárbaros y absurdos. El idioma vernáculo puede ser ya preciso y prosaico, en cuyo caso adquiere el pomposo estilo de un funcionario burocrático, o bien poético y eufónico, en cuyo caso tiende al arcaísmo y se vuelve menos inteligible. La versión King James de la Biblia no fue escrita en la lengua corrientemente hablada en la época, sino en la de un siglo antes. Mons. Ronald Knox, un maestro de la lengua, intentó plasmar en su traducción de la Vulgata un “inglés atemporal”, mas su realización no ha sido universalmente bien recibida. Pienso que es altamente dudoso que el feligrés medio necesite o desee tener comprensión intelectual y verbal completa de todo lo que se dice. Simplemente concurre a la liturgia a adorar, con frecuencia en forma silenciosa y efectiva. En la mayor parte de las Iglesias históricas el acto de la consagración tiene lugar detrás de cortinas o puertas. La idea de apiñarse en torno del sacerdote y observar todo lo que hace les es completamente extraña. No puede ser una pura coincidencia que cuerpos tan independientes unos de otros se hayan desarrollado del mismo modo. El temor reverencial es la predisposición natural para la oración. Cuando los teólogos jóvenes hablan de la Sagrada Comunión como de una ‘comida social’, hallan poca respuesta en los corazones y en las mentes de sus menos refinados hermanos.
No hay dudas de que existen ciertas mentes clericales a las cuales el comportamiento de los laicos en la Misa les parece chocantemente anárquico. Nos reunimos obedeciendo a la ley de la Iglesia. Los sacerdotes desempeñan su función en exacta conformidad con la regla. Pero nosotros, ¿qué hacemos? Algunos estamos siguiendo el misal, pasando exactamente las páginas buscando introitos y colectas extra, diciendo silenciosamente todo lo que los liturgistas quisieran que dijésemos en voz alta y al unísono. Otros están rezando el Rosario. Algunos están luchando con niños inquietos. Otros están arrobados en oración. Algunos están pensando en cualquier cosa hasta que reciben el llamado de atención de la campanilla. No hay uniformidad aparente. Sólo en el Cielo seremos reconocibles como el cuerpo unido que somos. Es fácil ver por qué algunos clérigos quisieran que mostrásemos más conciencia unos de otros, más evidencia de estar tomando parte en una ‘actividad grupal social’. Idealmente tienen razón pero ello significa presuponer una vida espiritual privada mucho más profunda de la que la mayor parte de nosotros ha alcanzado.
Si nos apartáramos de largas horas de meditación y oración solitaria, como los monjes y las monjas, para una ocasional incursión de solidaridad social en la recitación pública del oficio, estaríamos sin duda realizando la plena vida cristiana a la que estamos llamados. Pero ese no es el caso. La mayor parte de nosotros, creo, realizamos nuestras oraciones matutinas y vespertinas en forma maquinal y abreviada. El tiempo que pasamos en la Iglesia –más bien poco, es el que separamos para renovar a nuestro modo nuestros negligentes contactos con Dios. No es como debería ser, pero es, pienso, como ha sido siempre para la mayor parte de nosotros, y la Iglesia, sabia y caritativamente, siempre ha cuidado de los de segunda clase. Si la Misa es cambiada de tal modo de enfatizar su carácter social, muchas almas se encontrarán alejadas de su verdadera meta. El peligro es que los Padres Conciliares, en razón de su profunda piedad personal y porque han sido llevados a pensar que hay un fuerte deseo de cambio por parte del laicado, aconsejen cambios que se revelarán frustrantes para los menos piadosos y menos elocuentes.
Podrá parecer absurdo hablar de “peligros” en el Concilio cuando todos los católicos creen que todo lo que se decida en el Vaticano será la voluntad de Dios. Mas pertenece a la naturaleza sacramental de la Iglesia el que los fines sobrenaturales se alcancen por medios humanos. La interrelación entre lo espiritual y lo material es la esencia de la Encarnación. Usando una comparación inferior, la “inspiración” de un artista no es un proceso de aceptación pasiva de un dictado. Abocado a su trabajo, realiza falsas partidas y se ve forzado a comenzar de nuevo; se ve impelido en cierta dirección, y la sigue alegremente hasta que toma conciencia de que se ha alejado de su verdadero curso; nuevos descubrimientos vienen a su mente mientras está luchando con otro problema; de ese modo, por ensayo y error, es consumada una obra de arte. Lo mismo pasa con las decisiones inspiradas de la Iglesia. No son reveladas por una súbita y clara voz proveniente del Cielo. Los argumentos humanos son los medios por medio de los cuales la verdad eventualmente emerge. No es para nada impertinente susurrar otro argumento humano en medio de las elevadas deliberaciones.


Carta a don Gabino

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Querido don Gabino:
                          Fue en una de esas tertulias ociosas y profundas que salí prendido de una cristalina intuición. Intuición de una realidad sutil y delicada que, al intentar conceptualizarla, se opacaba más y más. Claro que eso me sucede, también, por querer comprender mucho sabiendo poco. Entonces hice lo que pude y le escribí estos versos alejandrinos que elogian la conciencia, la verdadera conciencia. Esa que es albergue de lo sagrado porque contiene la Palabra;  que es portadora del mensaje divino que se nos descubre secretamente en la preciosa interioridad del alma; y que es –en feliz expresión de San Buenaventura- como el heraldo de Dios. Newman –a quien dedico, por gratitud, este poema- se preguntó: “¿Cuál es la quía principal del alma (…) que nos fue otorgada a pesar de ese grave castigo que es nuestra ignorancia…? Es la luz de la conciencia.” ¿Cuál luz? “la verdadera Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo” (Jn. 1, 9).  Por eso –y sólo por eso- es quía, testigo, juez y consejera de la vida.  ¡Claro!  Siempre y cuando le prestemos oídos y obediencia. Por eso el mismo cardenal nos decía: “Quédense tranquilos mis hermanos, que el mejor argumento, mejor que todos los libros del mundo (…), es aquel que nace de prestar cuidadosa atención a las enseñanzas del corazón, y la comparación entre lo que nos dicta la conciencia y los anuncios del Evangelio”.
                          Pero hay algo más. Resulta que cuando esa voz se escucha y se obedece, se nos inunda el alma de una curiosa nostalgia. Nos queda como un perfume de eternidad, nos volvemos añoranza (¿No fue Lewis el que dijo que “Toda mi vida, un éxtasis inalcanzable aleteaba apenas más allá del alcance de mi conciencia”?) Como si la fidelidad a esa recóndita enseñanza nos dejara en el alma una estela de Gloria, y nos diera la añadidura de gustar y buscar esa morada definitiva que, al mismo tiempo, empieza a insinuarse y presentirse… ¿No es así?                            Qué se yo. Son apenas balbuceos pobres que intentan presentar estos versos. Usted y los amigos sabrán darle cauce y propiedad a este meollo interesante. Y darán su veredicto sobre lo que sigue, por supuesto.                
                                                                                        El Poeta




Un brindis por la conciencia
        
                                                                                         A John H. Newman


Custodia de la noche, la tarde y la mañana,
amiga del silencio tan frágil y huidizo,
circunspecta en la sombra del grito antojadizo
por ajar su armonía de cúspide y campana.

Estrella solitaria, caudal por donde mana
el destino del hombre sin óbice ni hechizo.
Consejera invisible, transversal en el rizo
del tiempo. Te confieso por divina y humana.

Regidora suprema del hilván de la vida
que nos dejas el alma sutil y esclarecida,
anhelando destellos de otro mundo invisible.

Voz de Dios, yo persigo tu amorosa enseñanza
que acompasa mi marcha… Se me han vuelto añoranza
cristales y presagios del cielo inmarcesible.





La cáscara de banana

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El Santo Padre pisó una cáscara de banana y el resbalón le dejó varios moretones.
Todos nos quedamos pasmados. Tuvimos que esperar casi dos años pero, finalmente, el Obispo de Roma se animó a decir algo de una cierta incorrección política. Por primera vez en su pontificado, dijo lo que los medios del mundo no quería escuchar y, contrariamente a lo que esperaban, no se colgó un cartelito con la leyenda “Je suis Charlie”.
A tal punto llega la inanidad del discurso bergogliano que los católicos nos complacimos por una brevísima declaración que horas después debió ser aclarada por el vocero de la Santa Sede, no sea que se pensara que el Papa está en contra de los valores democráticos del mundo moderno. Por cierto, la declaración pontificia es más que mediocre. Su objeción fue un recurso a un argumento meramente humano (el insulto a la madre) cuando deberíamos haber esperado la mención a la blasfemia (el insulto a Dios). Pero a tanto, claro, no se atrevió.
¿Habrá sido que en ese momento el avión pontificio atravesaba una nube habitada por un ángel particularmente celoso del nombre divino que le dio un bofetón para que reaccionara? ¿Habrá sido que afloró, sin darse cuenta, los restos de su formación cristiana que en alguna zona de su alma aún debe estar arrumbada? ¿Habrá sido el cansancio acumulado en su viaje a Ceylán que le permitió visitar de incógnito un santuario budista pero que, en cambio, le impidió visitar a los obispos católicos de la isla? ¿Habrá sido un sigo de “hipercorrección política” destinada a congraciarse con los musulmanes?
¿Mi opinión? Se le escapó: estaba descontrolado, como pueden ver en este video.
El mundo salió a pegarle, y a pegarle duro. Algunos periodistas, incluso, pidieron su renuncia. En esta ocasión, no podemos estar más de acuerdo con ellos. Notable la reacción de su gran admirador, el filósofo Gianni Vattimo. Hace apenas dos meses había declarado, refiriéndose al pontificado de Francisco: “Estoy feliz. Francisco salvó a la Iglesia del suicidio al que la estaban empujando sus antecesores en base a la lectura literal de las Sagradas Escrituras y los dogmas”. Y un año antes, que Bergoglio era un papa “con estilo”. Pero el sábado pasado cambió de opinión. No es cuestión de andar poniendo en duda la literalidad del dogma de la libertad de prensa.
El texto de Vattimo hace agua por varios costados. Por ejemplo, afirma que “un Estado laico no se propone elaborar sus leyes sobre la base de un principio natural”. Sin embargo, tres párrafos más abajo considera que “el límite del respeto de la persona no puede ser otro que la dignidad de todas las personas, que es lo que las leyes deben garantizar". Ahora bien, ¿eso no es un principio “natural”? Claro que ni siquiera frente a los endebles razonamientos del filósofo del pensamiento débil puede erigirse el Papa Francisco, quien no podría fundar su prepoteada en un silogismo de tres juicios. Los teólogos de rodillas a quienes él sigue (Kasper, Bruno Forte, Tucho Fernández) han desmontado la filosofía tomista, la teología, la lógica aristotélica. Sólo quedan caprichos, doxa: “me parece que si insultan a tu madre le podés dar un puñetazo” “Pero si el insulto es al padre no”. “Sí, al padre no. Pero a la hermana sí”. “A la lora no”. “No, a la lora no, pero si insultan a la ecología o a la madre Tierra sí”. Es una pelea de enanos en el barro.
Las contradicciones del discurso pontificio son ya de tal modo flagrantes que rozan lo trágico. Hace pocos días, en un pequeño santuario mariano de la diócesis de Perugia, fue escandalosamente profanada la imagen de la Santísima Virgen que allí se venera. Mientras había fieles en oración, ingresaron cinco inmigrantes musulmanes, destrozaron la imagen a patadas y luego orinaron sobre ella. Mons. Paolo Giulietti, obispo de Perugia y devoto francisquista, salió presuroso a declarar: “No podemos atribuir este acto de vandalismo a un episodio de odio religioso. Es importante no alimentar la desconfianza mutua”. Cualquier cosa antes que levantar siquiera una sospecha sobre nuestros hermanos musulmanes. Es que no podía hacer otra cosa el prelado. El mismo Santo Padre nos ha enseñado hace poco que “los migrantes, por su propia humanidad y sus valores culturales, amplían el sentido de la fraternidad humana”. Es decir, cuantos más inmigrantes, mejor: más humanidad, más valores culturales, más fraternidad.
- ¿Qué hacemos, Santidad, con los musulmanes del ISIS que están degollando a los cristianos iraquíes y sirios?
- ¡La puerta siempre abierta para el diálogo! ¡Nunca cerrar una puerta! (Ver aquí la declaración)
- ¿Qué hacemos, Santidad, con los musulmanes que insultaron a nuestra madre, la Santísima Virgen, profanando su imagen?
- “Los que insultan a la madre deben esperar un puñetazo. Es normal. Es normal. No se puede provocar, no se puede insultar la fe de los demás, no se pude ridiculizar la fe”.
No está demás repetir la reflexión que hemos hecho en esta página más de una vez: resulta difícil de entender cómo una institución bimilenaria como la Iglesia, con toda su historia y experiencia, haya podido elegir para su cargo más alto a un personaje de tan manifiesta ineptitud. La culpa es de los cardenales… y de Benedicto XVI.

La familia Conejín

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Me llamó la atención la vulgaridad ya totalmente desembozada de la conferencia de prensa del Papa Francisco durante su viaje de regreso de las Filipinas. Pensé que era solamente la traducción al español de la maliciosa Elizabetta Piqué para La Nación. Me fui entonces a la versión original italiana. Y no era culpa de la traductora. Era el mismo Francisco hablando nuevamente con una vulgaridad propia de fonda romana.
Pero el problema no es ya la forma, que ha dejado prácticamente de escandalizarnos. El problema es el contenido y el desparpajo con el que dice las sandeces más inconcebibles que parece mentira que sea el Romano Pontífice quien las está diciendo. Recuerdo la expresión que se le escapó por lo bajo a un importante cardenal de la Curia durante el último Sínodo: “Ma come mai può dire tante stronzzatte?”, que en buen criollo sería: “¿Pero cómo puede decir tantas pelotudeces?”.
No es necesario que discutamos en este espacio –ya lo han hecho en muchos blogs colegas- la chabacana y, sobre todo, ofensiva expresión que utilizó hacia las familias católicas que, generosamente, deciden tener una prole numerosa. (Se puede leer aquí el testimonio de una madre al respecto) Lo que resulta pasmoso es la inconsistencia e irresponsabilidad del discurso del Pontífice.
Es importante leer la respuesta a la pregunta del periodista alemán Christoph Schmidt: “Io credo che il numero di tre per famiglia, che lei menziona, secondo quello che dicono i tecnici, è importante per mantenere la popolazione. Tre per coppia. Quando si scende sotto questo livello, accade l’altro estremo, come ad esempio in Italia, dove ho sentito – non so se è vero – che nel 2024 non ci saranno i soldi per pagare i pensionati. Il calo della popolazione. Per questo la parola-chiave per rispondere è quella che usa la Chiesa sempre, anch’io: è “paternità responsabile”. Come si fa questo? Col dialogo. Ogni persona, col suo pastore, deve cercare come fare questa paternità responsabile. Quell’esempio che ho menzionato poco fa, di quella donna che aspettava l’ottavo e ne aveva sette nati col cesareo: questa è una irresponsabilità. “No, io confido in Dio”. “Ma guarda, Dio ti dà i mezzi, sii responsabile”. Alcuni credono che – scusatemi la parola – per essere buoni cattolici dobbiamo essere come conigli. No. Paternità responsabile. Questo è chiaro e per questo nella Chiesa ci sono i gruppi matrimoniali, ci sono gli esperti in questo, ci sono i pastori, e si cerca. E io conosco tante e tante soluzioni lecite che hanno aiutato per questo. 
 Podemos recordar ahora las aburridas peroratas del papa Francisco sobre la necesidad de un laicado maduro y la nocividad del clericalismo dentro de la vida de la Iglesia. No sabemos dónde queda la autonomía de los laicos en lo que se refiere a los asuntos temporales cuando es un clérigo, o mejor aún, “el” clérigo, quien les indica la cantidad de hijos que deben tener –“tres hijos por pareja”, ha dicho el Santo Padre-, sino que en varias ocasiones indica a los matrimonios que recurran a los pastores –es decir, a los clérigos- a fin de que negocien con ellos la cantidad de hijos que deben traer al mundo y, consecuentemente, cómo evitar los embarazos no deseados. Concreta y brevemente: los clérigos deben meterse en el lecho conyugal a fin de tratar asuntos tan íntimos como es la vida conyugal de los cónyuges.
Algunos opinan que, en realidad, el Santo Padre está dando un mensaje a favor de los métodos anticonceptivos. No lo creo. El Santo Padre dice lo que se le pasa por la cabeza, sin medir consecuencias, sin detenerse a pensar un momento en sus palabras. Es un gran irresponsable.
¿Hasta cuándo deberemos escucharlo decir tantas… sandeces?

El juego de las diferencias

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Hay dos personajes que, desde hace ya un buen tiempo, no cesan de avergonzar a todos los argentinos frente al mundo. Ellos son, claro, el Papa Francisco y la Presidente Cristina Kirchner. A tal punto llega nuestra desolación que es frecuente leer comentarios en blogs católicos donde se dice, por ejemplo, que Bergoglio es “como el resto de los argentinos”, o que “no podía esperarse otra cosa de un argentino”. Y tienen razón sólo en parte, o bien, tienen la razón que tienen todas las generalizaciones. Debo decir con pesar que, en las últimas décadas, la mayoría de los argentinos forma parte del grupo al que pertenecen el Papa y la primera mandataria. Pero hay otros argentinos, entre los cuales me cuento, que no somos de esa calaña. Somos pocos, y cada vez menos, pero estamos.
No me interesa escribir una entrada plañidera. No es cosa de caballeros deshacerse en lágrimas y secar los trapos al sol pero sí lo es señalar lo que evidencia a estos personajes calamitosos quienes, a su paso, infringen daños irreparables a un país y a la Iglesia toda.
Y la cuestión es que los acontecimientos de los últimos días han mostrado ya, y de un modo palmario, las innegables similitudes que tienen el Pontífice con la Presidente. Veamos aquí algunas de ellas:
1.     La filiación política:Ambos son hijos de San Perón. Como escribe el blog In Exspectatione, ambos poseen las “habilidades adquiridas en la escuela de aquel santo doctor y fundador de impar progenie”. Perón y su movimiento fue el sepulturero de la Argentina que supo ser hasta el año ’40. Es verdad que había mucho para enterrar: era un país con una selecta y eficiente clase dirigente pero liberal y masona, muchas veces anticlerical y que privilegiaba sus vínculos con los sectores occidentales liberales y masones de Francia, Inglaterra o los Estados Unidos. El problema es que, con todo eso, se sepultó la posibilidad de una clase dirigente y, desde ese momento, el país estuvo gobernado por los parias, es decir, por representantes de las clases inferiores incapaces de toda incapacidad para el gobierno y la administración de la cosa pública. Quienes debieran haber cumplido su rol en el teatro de la vida -diría Epicuro- en el honrado oficio de vendedores callejeros de achuras o menajes con el cual se habrían honrado a sí mismos y a la sociedad, se convirtieron en senadores, gobernadores y presidentes de una república. Perón y el peronismo des-ordenaron la sociedad; se mezclaron los papeles; su confundieron los roles; se ensució la política. Y esta es una situación irreversible. Argentina nunca más volverá a ser lo que fue: la nación líder en Latinoamérica por su educación, su cultura y su economía.
2.     El peronismo de ambos explica la desvergonzada duplicidad de discursos. Lo hemos visto hasta el hartazgo en el Papa Francisco, diciendo siempre lo que la platea que tiene enfrente desea escuchar, sin importarle que sea exactamente lo contradictorio a lo que dijo un día antes o a las mismas proposiciones de la fe. Omar Bello, uno de los biógrafos del Papa, cuenta el caso de un alto empleado de la curia porteña que fue echado de su trabajo por orden del entonces cardenal Bergoglio. Cuando el pobre hombre se acercó al cardenal para consultarle los motivos de su despido, éste le dijo: “¡Qué te hicieron! Son los viejos empleados de la Curia. No puedo hacer nada. Me torcieron el brazo”. Y así, todos en paz. Bergoglio le dice a los periodistas que los católicos deben controlar la procreación, abriendo disimuladamente una puerta a la contracepción y, un día después, le dice a los católicos que las familias numerosas son una bendición. Y de estos ardides, ¿cuántos llevamos desde el inicio de su pontificado? Cristina, por su parte, en la última semana ha dado un claro ejemplo de la misma política de cambio de discurso sin el menor sonrojamiento de mejillas: el martes, el fiscal Nisman se había suicidado; el jueves, en cambio, había sido asesinado. En 2011 Irán era un país terrorista y en 2012 había que buscar un entendimiento a través de una Comisión de la Verdad. Para ambos peronistas, la verdad, y con ella la realidad, no existen o no tienen entidad apreciable: lo importante es el momento y la conveniencia que marcan las circunstancias. Ayer, era conveniente echar a un funcionario; hoy, cuando soy interpelado por él, es conveniente mostrarme solidario en su desgracia: ¡Qué te hicieron! Doble discurso o mentira a secas sin rubores.
3.     Si bien ambos, Bergoglio y Cristina, son parlanchines y les gusta extenderse en palabras y alocuciones, necesitan, sin embargo, de intérpretesque popularicen sus discursos y deseos. Estos lenguaraces suelen ser personajes impresentables  que no pasan de paniaguados. En el caso de la presidente argentina, tenemos especímenes como Capitanich y Aníbal Fernández, la espantosa Diana Conti o el católico Julian Dominguez. El Romano Pontífice, en cambio, usa a su ceremoniero Karcher o a su secretario Pedacchio y, cuando la cosa se pone pesada y estos dos pobres infelices son insuficientes, recurre al P. Lombardi o, como en el último caso, a Mons. Becciu.
4.     Bergoglio y Cristina poseen, además, otra característica en común bastante más profunda de las anteriores: ambos son descastados, es decir, no poseen un grupo social de pertenencia. No están adscriptos e identificados a clase o colectivo social determinado lo cual genera en ellos una fuerte dosis de resentimiento. Cristina Fernández, por ejemplo, es hija natural de una mujer que, en su época, era obrera fabril e hincha fanática de fútbol, y que luego que se casa con un colectivero. Su hija jamás aceptó al padrastro y siempre buscó el ascenso precipitado de clase. Cuando joven, cuentan sus biógrafos, era habitual verla asistir a los partidos de rugby, caminando por sus canchas enlodadas con tacos aguja, en busca de algún pretendiente que perteneciera a familias distinguidas cuyos hijos practicaban ese aristocrático deporte. Bergoglio, por su parte y como lo narra el mismo Omar Bello, ha negado siempre a sus padres. Relata que, en una ocasión, hablando con él en su despacho, le preguntó si la mujer mayor de un pequeño retrato que había allí había era su madre. El cardenal le respondió que no, que era la mujer que lo había criado a él y a sus hermanos y por la cual, una vez  que ingresó a la Compañía de Jesús, nunca más se había interesado. Muchos años después, cuando ya era arzobispo de Buenos Aires, la mujer se había acerca al arzobispo a pedir ayuda porque estaba sumida en la pobreza. Bergoglio no quiso atenderla y la hizo echar. Tiempo después la buscó, pero era tarde: ya había fallecido en la miseria. La anécdota indica una personalidad particular: no tiene la foto de su madre pero sí la de una empleada doméstica, que había sido muy cercana a él, pero de la que se había desentendido durante décadas. Este renegar y no reconocerse en los suyos produce el resentimiento que se manifiesta de diversos modos. En Cristina, por ejemplo, cargándose de joyas carísimas, Rolex y carteras Vuitton pero, al mismo tiempo hablando delicias de los pobres trabajadores y pestes de la clase media y de los dueños del campo. Bergoglio criticando por televisión a los dirigentes de Cáritas que concurrían a un festejo a un caro restaurante de Puerto Madero y no perdiendo ocasión de mostrar su despecho por todo lo que implique cierta distinción, bueno gusto o meramente cultura, mientras alquila la Capilla Sixtina y los Jardines Vaticanos a los usuarios europeos de Porsche.
5.     Ambos personajes están rodeados de una corte de aplaudidores incondicionales. La mayor parte de los argentinos no podemos soportar los discursos en cadena nacional de nuestra presidente en los que, rodeada de ministros, legisladores y empresarios, se desliza entre aplausos y ovaciones a cada una de sus afirmaciones o bromas tontas. En el otro caso, cualquiera puede ver, por ejemplo, el video de la conferencia de prensa del papa Francisco a su regreso de las Filipinas. El P. Lombardi, la inefable Piqué junto con su marido, el ex sacerdote Jerry O’Connell, se deshacen a carcajadas con cada una de las vulgaridades pontificias: conejos copuladores, patadas en “donde no da el sol”, etc.
6.     Bergoglio y Cristina, también, tienen una particular inclinación y gusto por romper con las normas del protocolo y la buena educación. Así como Francisco decidió usar sotana blanca casi transparente con pantalones y zapatos negros, Cristina decidió que sus edecanes debían ser mujeres, para lo cual produjo un verdadero estropicio en las Fuerzas Armadas para que las señoras militares que se dedicaban a sus oficios de médicas ascendieran al grado de coronel. Mientras Francisco le dio una silla y un sanguchito de mortadela al guardia suizo que lo custodiaba, Cristina y los suyos se mataban de risa, y de desprecio, cuando los jefes de su guardia personal cumplían los rituales acostumbrados a su llegada a la Casa de Gobierno. Mientras Francisco despreció el usó de las seculares insignias pontificias, Néstor Kirchner jugueteó con el bastón de mando presidencial cuando le fue entregado. Mientras el Papa no asistió, sin aviso previo, a un concierto en su honor que se realizaba en el Aula Pablo VI, los Kirchner dejaron plantada a la reina Beatriz de Holanda en la comida que la soberana daba en su honor en su visita de estado a la Argentina.

El juego de las diferencias o el juego de las similitudes.

Evelyn Waugh y la Liturgia III

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Vale la pena seguir con las impresiones de Evlyn Waugh sobre la reforma litúrgica al paso que la misma se iba implementando. Aquí va la traducción de una carta que le escribe a Lady Acton. Esta fue un personaje de lo más interesante. Gran amiga de Ronald Knox, fue recibida por él en el seno de la Iglesia. Luego de la Segunda Guerra Mundial se mudó, junto con su familia, a una estancia en Rhodesia donde, además de actividades ganaderas, desarrolló un gran apostolado entre los nativos. Murió en 2003 rodeada de sus diez hijos.



Combe Florey House.
                                                                  15 de marzo de 1963.

Queridísima Daphne:
Te estoy devolviendo el ensayo que gentilmente me prestaste con algunas notas marginales. No me gustó para nada. Además de objetarle gran parte de la tesis,  pienso que está escrito en forma pedestre, que a veces afirma como un hecho aquello que debe probar y que a veces cae en lugares comunes.
Algunas personas como Penélope Betjeman, gustan de armar alboroto en la iglesia y no veo por qué no deberían hacerlo, del mismo modo en que los abisinios bailan y agitan matracas. Me avergonzaría bailar y me da vergüenza rezar en voz alta. Toda parroquia debería tener una Misa bullanguera para aquellos que les gusta. Pero también debería haberlas silenciosas para aquellos que gustan de la quietud.
Las Iglesias Uniatas son muy relevantes. Se les permite mantener sus ancestrales hábitos de devoción y su rito en idiomas como el siríaco, el griego bizantino, el ghiz y el paleoeslavo, las cuales son lenguas mucho más muertas que el latín. ¿Por qué no podríamos tener una Iglesia Romana Uniata y dejar que los alemanes tengan sus funciones estrambóticas?
Pienso que es una gran desfachatez por parte de los alemanes pretender enseñar al resto del mundo algo acerca de la religión. Deberían permanecer en perpetuo saco y ceniza por todas las enormidades cometidas desde Lutero a Hitler.
El peor error de tu Padre Davis es su casi blasfema degradación del concepto del Cuerpo Místico en una reunión parroquial. Tú y yo y los abisinios danzantes y los santos en la gloria somos, como bien sabes, parte del Cuerpo Místico. No hay por qué andar gritándonos de un banco al otro de la iglesia.
Cuando el P.Davis dice que la nueva y empobrecida Semana Santa es algo bueno porque enseña a la gente el Antiguo Testamento, está delirando. Había seis veces más del Antiguo Testamento en los antiguos servicios que en el nuevo.
La palabra “vernáculo” casi no tiene sentido. Si se proponen tener versiones de la liturgia en el habla cotidiana de la gente tendrán que tener cientos de miles de versiones. Entre los países civilizados, Noruega por ejemplo tiene dos lenguas, España tres, los  milaneses no pueden entender el siciliano, etc. Y si vamos a Asia y África estamos ya en Babel. Como sabes, la mayor parte de las lenguas africanas son incapaces de transmitir los conceptos teológicos, y se me ha dicho que algunas ni siquiera tienen una palabra para “virgen”, simplemente dos palabras para las muchachas antes y después de la pubertad.
Penélope Betjeman me retó por mi artículo. Pero admite que ella solo quiere hacer ruido, y enseñar a niños inmaduros.
Por cierto, uno de los signos del Espíritu Santo es que los niños inmaduros y los iletrados de algún modo captan las verdades de la Iglesia sin entender las palabras.
Tengo entendido que la decisión que finalmente se tomará en el Concilio será que toda la introducción al Canon de la Misa será en lengua vernácula los días de precepto. Dicen también que debemos tener la misma versión que los nortamericanos, el Cielo nos ampare . . .
Cariños
Evelyn

(Traducción: P.  Carlos Baliña)


Payasadas

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"Como nuestro Occidente se ha convertido en un payaso, 
su tragedia final bien pudiera ser una enorme payasada".

Jean Dutourd
(1920-2011)

Cuestión de fe

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No es necesario tener demasiados hábitos exegéticos para darse cuenta que, en los primeros capítulos del Apocalipsis, hay un tema particularmente recurrente: la necesidad de mantenerse “fieles a la fe” o de resistir “firmes en la fe”, como dice San Pedro. El mandato es claro pero lo que no siempre lo es tanto es la fe en la cual hay que mantenerse firme. Pareciera que este es un tema zanjado, y de hecho lo es: se trata de la fe católica, cuyo contenido conocemos a través de los artículos que se mencionan en el Credo a lo cual se suma lo dispuesto por los Concilios Ecuménicos y las pocas definiciones dogmáticas pronunciadas por los Romanos Pontífices. En teoría, con respecto a esto no hay duda alguna pero, ¿qué sucede cuando quienes son naturalmente los maestros en la fe –los obispos y el Papa- coquetean continuamente con proposiciones que son contrarias al Depósito o que, peor aún, se pronuncian con declaraciones claramente contrarias a él?
No hace falta dar muchos ejemplos. Comentamos hace poco el caso del obispo de Amberes que pedía que las parejas homosexuales tuvieran un lugar reconocido dentro de la Iglesia. O, más grave aún, el caso del Papa Francisco que promueve la discusión con respecto a si admitir o no a la comunión sacramental a las personas divorciadas y vueltas a casar. Todos sabemos, porque la fe así nos lo enseña, que hay cuestiones que no pueden pedirse y discusiones que es ocioso dar porque la doctrina ya es suficientemente clara al respecto y no hay posibilidad alguna de cambio, sencillamente, porque el depositum no puede ser alterado.
Sin embargo, a nivel de conciencia, no siempre resulta sencillo “resistir” firmes a la fe católica y, a la vez, “resistir” los embates de la fe moderna que pululan los obispos y toca de cerca a la misma sede romana. Y para esta cuestión hay un esclarecedor texto de Ronald Knox. Se trata de una carta que le dirige a Laurence Eyres en 1920. En ella dice que la apostolicidad de nuestra fe, es decir, su origen en el mismo Cristo, se refiere tanto al contenido como al cuerpo que la profesa: “Creo que el problema es el siguiente: ¿tengo que averiguar que es la fides y, de esa manera estar en posición de etiquetar a las personas como fideles o no a discreción? ¿O tengo más bien que averiguar quiénes son los fideles y conocer mi fe a partir de ellos? Si te decides por lo primero, entonces tendrás que cribar cada posible afirmación a la luz de tres o cuatro sistemas religiosos que compiten entre sí. En el segundo caso, deberás encontrar un cuerpo de cristianos que, sin inspeccionar en primer término sus creencias, puedas considerarlo como que desciende directamente de los Apóstoles. Al menos, esta ha sido mi conclusión, y yo no he podido encontrar tal cuerpo de fieles fuera de la Iglesia Romana”.
Para Ronnie Knox, el modo “normal” o más fácil de adherir a una fe determinada es adherir a las creencias de un cuerpo de fieles de origen apostólico. No tenemos duda que tal cuerpo está constituido por los católicos. Pero en tiempos de Knox no ocurría, al menos con la intensidad actual, la situación que ese cuerpo de fieles, con sus pastores a la cabeza, sostiene proposiciones contrarias entre sí. ¿Puedo, entonces, abrazar abiertamente la fe, o las creencias, propuestas por el actual cuerpo de fieles comandados por Mons. Víctor Tucho Fernández, por el cardenal Kasper o por el cardenal Marx? ¿Es ese grupo de fieles propiamente “apostólico”?
La solución que yo encuentro al problema viene de la mano del concepto mismo de “catolicidad” de nuestra fe. Se trata de una “universalidad” que no se da exclusivamente en el espacio sino en el tiempo. El cuerpo de fieles que, de alguna manera, “garantizan” mi fe es universal no solamente porque esté integrado por españoles, ecuatorianos, chinos y esquimales, sino porque también está integrado por fieles del siglo III, de la Edad Media y de los años de la Revolución Francesa. Mi fe adhiere a lo que todos ellos creyeron y no exclusivamente a lo que creen los actuales católicos. Me parece que si los cristianos -fieles y obispos-, de los siglos pasados leyeran el mantecoso e indigerible lenguaje de la encíclica Chantae gaudium o los documentos de la Conferencia Episcopal Argentina, ciertamente no reconocerían en ellos doctrina católica.
Mi fe, entonces, está determinada por la fe de los católicos que nos precedieron desde el siglo I. A ella adhiero y, si esa fe entra en contradicción con lo que los actuales maestros enseñan, estará en mí conciencia decidir a cuál de las dos proposiciones sigo. 

El gran silencio

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Es muy llamativo. ¿Cómo es posible que el Santo Padre siempre tuvo algo que decir cuando de política argentina se trataba y justamente ahora que el país está atravesando su peor crisis política en treinta años, con asesinato incluido, permanezca en el más absoluto silencio?  Fuera que se presentara en el Congreso un nuevo proyecto de ley o que se vislumbrara una división en el interior del algún sindicato, la palabra iluminadora siempre veía de Roma. Y ahora, si siquiera la parlanchina Elizabetta Piqué abre la boca. Solamente ayer, periodista del diario Clarín se animó a decir que el papa Francisco había optado por la prudencia y nos invitaba a todos a aprender a leer sus silencios.
Ajá. ¡A papá mono con bananas verdes! Todos olíamos algo raro, y sucio, detrás. Y un amable informante de este blog me acercó lo que parece la explicación plausible del silencio pontificio. Para evitar probables misericordiasiones, evitaremos dar a conocer el nombre de la fuente. Baste decir que se trata de un importe funcionario de una de las curias más influyentes del conurbano bonaerense. 

Finalmente está saliendo a la luz una cosa que yo ya sabía desde hace mucho tiempo y que entiendo es la razón profunda (pero no expresada, obviamente) de la estrategia de seducción que el Bergoglio electo ha desarrollado con Cristina Kirchner. Me explico: el sabía que lo escuchaban [se refiere a escuchas telefónicas ilegales]  desde hace años. Y como desde siempre ha tenido una línea directa cuyo número lo daba a los que él quería (yo mismo lo he tenido y usado: teléfono y fax), resultó que por mucho tiempo (ahí sí sin que él lo supiera, a los inicios) los Kirchner grabaron un sinfín de sus tejemanejes de poder. Sin duda que muchas cosas hoy resultan comprometedoras, sobre todo en cómo resolvía cuestiones de moralidad. Y todos sus vericuetos conspirativos. En esos años yo trabajaba en  una curia vecina a la de Buenos Aires y también nuestros teléfonos estaban intervenidos por la inteligencia estatal. Como sólo tratábamos cuestiones eclesiales, muy seguido, ante ruidos extraños, mandaba saludos a los muchachos de la SIDE. Yo nunca tuve miedo de que se supiesen cosas que eran pastorales, no tenía nada que ocultar. Bergoglio sí. Y fue amenazado de que se divulgarían sus trapitos sucios. De allí ese hielo en las relaciones entre él y los Kirchner por años. 
Pero el 13 de marzo 2013 las cosas cambiaron. Ambos, Bergoglio y Cristina Kirchner, tuvieron unos días para definir estrategias. El gobierno atacó con bueyes idos con su participación en el secuestro de  dos curas durante el gobierno militar. Luego, vista la seductora acogida que Bergoglio le dio en el Vaticano, vino la orden del silencio total sobre ese asunto. Pero los  otros secretos del pasado ahí estaban, como una espada de Damocles. ¿Qué decidió hacer entonces Francisco? Se hizo kirchnerista y llenó a la presidente de progresivas atenciones. Por miedo. Por miedo a la divulgación de sus secretos. 
Ahora que se ha desatado una guerra de espías y un fiscal ha sido asesinado, y ni siquiera la propia Cristina sabe cómo detener las denuncias contra ella misma, ¿no es llamativo el silencio de Bergoglio por los acontecimientos más resonantes de las últimas décadas? Hasta hace unos días él opinaba y mandaba cartas y hacía llamadas hasta de las cosas más nimias.  Muchas cosas pueden salir a la luz...

En definitiva, si Bergoglio habla sobre el caso Nisman, diga lo que diga, siempre le pegará al gobierno de algún modo. El escándalo es demasiado grande para intentar siquiera una mínima defensa de los impresentables kirchneristas. Pero el papa también sabe que, si se pone contra el gobierno, aunque más no sea de resfilón, comenzarán a filtrarse las escuchas que tienen de sus conversaciones telefónicas durante años. Y ese podría ser un escándalo que bien podría terminar con su pontificado. 

Evelyn Waugh y la Liturgia IV

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Siguiendo con la serie, presentamos la carta que dirige Evelyn Waugh, en agosto de 1964, al editor del periódico The Catholic Herald, en esos años, un ardiente defensor de las reformas que estaban siendo propuestas por el Concilio Vaticano II. 



Señor, como todos los editores Vd. justamente afirma no ser responsable de las opiniones de vuestros corresponsales y reclama que se le conceda crédito por establecer un ‘foro’ abierto. Por otra parte escribe cosas como ‘explosiva renovación’ y ‘manifiesto dinamismo del Espíritu Santo’, simpatizando en consecuencia con los innovadores del norte que desean cambiar el aspecto exterior de la Iglesia. Pienso que causa un daño a su causa cuando semana tras semana publica (para mí) fatuas y descabelladas propuestas de gente irresponsable.
El P. John Sheerin no es ni fatuo ni descabellado pero lo encuentro un poco pagado de sí mismo. Si lo interpreto correctamente está pidiendo magnanimidad hacia los vencidos. Los viejos (y jóvenes) carcamanes no deben ser reprobados. Han sido ‘instruidos’ imperfectamente. Los ‘progresistas’ deberían pedir con suma cortesía a los conservadores que reexaminen su posición.
No puedo alardear de suma cortesía pero, ¿puedo sencillamente sugerir que los progresistas reexaminen la propia? ¿Fueron ellos perfectamente instruidos? ¿Encontraron más bien tediosa la disciplina de sus seminarios? ¿Pensaron que estaban perdiendo el tiempo con un latín que les resultaba antipático? ¿Quieren casarse y engendrar otros pequeños progresistas? ¿Piensan ellos, como el Papa actual [se refiere a Pablo VI], que la literatura italiana es una ocupación más deseable que la apologética?
La distinción entre Catolicismo y  Romanità ya ha sido remarcada en el periódico norteamericano Commonweal. Por supuesto que es posible tener fe sin Romanità y Romanità sin la fe, pero la historia nos enseña que las dos se han mantenido siempre muy cercanas. ‘Pedro ha hablado’ sigue siendo la garantía de la ortodoxia.
Seguramente (?) [sic] es un truco periodístico hablar de la era Joánica’. El Papa Juan era un hombre piadoso y atractivo. Muchas de las innovaciones, que muchos de nosotros encontramos detestables, fueron introducidas por Pío XII [se refiere a la reforma de la liturgia de Semana Santa]. La vida del Papa Juan en Bérgamo, Roma, en el Levante, en París y en Venecia tuvo poco contacto con los Protestantes hasta que en su extrema vejez se reunió con educados clérigos de varias sectas, a los cuales saludó, como lo hizo con los ateos rusos, con ‘suma cortesía’.
No creo que tenga idea alguna del verdadero carácter del Protestantismo moderno. Cito de un artículo de la revista Time del 10 de julio:

La manera persuasiva de referirse a Jesús hoy día es como la de un “hombre verdaderamente libre”. Luego de la Resurrección los discípulos súbitamente poseyeron algo de la única y “contagiosa” libertad que Jesús tenía. Al narrar la historia de Jesús de Nazareth, contaron la historia del hombre libre que los liberó . . . Aquel que dice “Jesús es amor” dice que la libertad de Jesús ha sido contagiosa . . . Van Buren concluye que el Cristianismo debe despojarse de sus elementos sobrenaturales . . .  del mismo modo como la alquimia ha debido abandonar sus connotaciones místicas para convertirse en la útil ciencia de la química.

Estas no son las palabras de un chiflado californiano sino las de un clérigo de la “Iglesia Episcopaliana” de los Estados Unidos, cuyas órdenes sagradas provienen del Arzobispo de Canterbury. Estoy seguro que dichas cuestiones no fueron planteadas en el muy publicitado encuentro del Arzobispo y del Papa Juan.
El P. Sheerin sugiere que el conservadurismo católico es el producto de la política defensiva necesaria en el siglo pasado frente al nacionalismo-masónico-secularista del momento. Le pediría que tenga en cuenta que la función de la Iglesia en cada época ha sido conservadora – transmitir en forma no disminuida e incontaminada el credo heredado de sus predecesores. (Hasta donde yo sé) la pregunta en todos los Concilios Ecuménicos no ha sido: ‘¿es ésta la noción a la moda que deberíamos aceptar?’, sino: ‘¿es este dogma (una cuestión en la que estamos de acuerdo) la Fe tal como la hemos recibido?’ No he visto ninguna evidencia de que el Papa Pablo haya tenido otra cosa en mente cuando convocó el presente Concilio.
El conservadurismo no es una influencia nueva en la Iglesia. No han sido las herejías de los siglos dieciséis y diecisiete, el agnosticismo del siglo dieciocho, el ateísmo de los siglos diecinueve y veinte los enemigos de la Fe que la  han apartado de su serena supremacía a la áspera controversia. Todo a lo largo de su vida la Iglesia ha estado en guerra contra los enemigos de fuera y los traidores de dentro. La guerra contra el Comunismo en nuestra época es aguda pero más bien benigna en comparación con aquellas sostenidas y a menudo ganadas por nuestros predecesores.
Finalmente, una palabra acerca de la liturgia. Es connatural a los alemanes armar alboroto. Las vociferantes asambleas de las Juventudes Hitlerianas expresaban una pasión nacional. Es consecuente por lo tanto que esto se canalice en la vida de la Iglesia. Pero es esencialmente no inglés. No buscamos ‘Sieg Heils’. Rezamos en silencio. ‘Participación’ en la Misa no significa oír nuestras propias voces. Significa que Dios escucha las nuestras. Sólo Él sabe quién está ‘participando’ en Misa. Usando una comparación con algo inferior, creo que ‘participo’ en una obra de arte cuando la estudio y la amo silenciosamente. No hay necesidad de gritar. Cualquiera que haya tomado parte en una obra teatral sabe que uno puede vociferar en un escenario con la mente en cualquier parte. Si los alemanes quieren ser vocingleros, allá ellos. Pero, ¿por qué deben perturbar nuestras devociones?
Los progresistas estiman que la ‘diversidad’ es una de sus metas contra la sofocante Romanità. ¿Se la permitirán a los Católicos ingleses?
Ahora soy viejo pero era joven cuando fui recibido en la Iglesia. No fui atraído por el esplendor de sus grandes ceremonias –que los protestantes podían muy bien remedar. De las extrañas atracciones de la Iglesia la que más me sedujo fue el espectáculo del sacerdote y su ayudante en la Misa baja, irrumpiendo en el altar sin mirar cuántos o cuan pocos fieles había en la concurrencia; un artesano y su aprendiz; un hombre con una tarea que él sólo estaba calificado para realizar. Esa es la Misa que he ido conociendo y amando. Por supuesto, dejemos que los bullangueros tengan sus ‘diálogos’, pero que aquellos que valoramos el silencio no seamos completamente olvidados.
Su servidor,
  Evelyn Waugh




La nada in actu exercitu

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Hace pocos días el papa Francisco nos sorprendió con una noticia que dejaba atrás ya los matices teológicos para entrar de lleno en lo grotesco: recibió en la residencia pontificia a un transexual español con su “novia” –con la que se casará civilmente en pocas semanas- y les aseguró que habían también para ellos un lugar en la Iglesia. Lo más repugnante fue la vía por la cual se llegó a ese encuentro, relatadas por la misma señora/señor, quien previamente le había escrito al Santo Padre una carta: “Poco antes de las dos y media de la tarde, el día de la Inmaculada, mientras cuidaba a su padre enfermo entonces en su casa, recibe una llamada. «Era de un número oculto. La verdad es que no sé muy bien por qué descolgué el teléfono, porque esas llamadas nunca las contesto», recuerda. Esta vez el azar o lo que fuera hizo que Diego Neria respondiera. «Soy el Papa Francisco», escuchó. Y el cuerpo le dejó de responder. No sabía qué estaba pasando hasta que el Santo Padre le dijo que había leído su carta y le había llegado al alma. La emoción apenas le permitió abrir la boca, pero el Papa le pidió que se calmara y le dijo que quería verle, y que le llamaría más adelante para fijar la fecha del encuentro. Ocurrió pocos días después. El 20 de diciembre, mientras paseaba por Sevilla, ciudad en la que reside su prometida. El Santo Padre volvió a telefonear a Diego. Y le propuso, si les venía bien a él y a su mujer, la fecha del 24 de enero, a las cinco de la tarde, en El Vaticano para verse. El Papa agregó que no se preocuparan por el costo del viaje, porque los gastos corrían por cuenta de la Santa Sede”.
No se trata, por cierto, de negar los reales sufrimientos por los que debe atravesar una persona que padece la enfermedad de la señora Neria Lajarraga, y es nuestro deber como cristianos el acompañamiento y la compasión. Se trata de sufrimientos análogos a los que debe soportar un diabético o un celíaco. Pero la solución que nos señala la fe no consiste en comprarle caramelos o una hogaza de pan sino en acompañarlos con el afecto y la oración a fin de que pueda atravesar esta vida, que es un valle de lágrimas, del modo más cristiano posible para que alcance de ese modo la corona que el Señor nos ha prometido. Esto no es ninguna novedad. Es catecismo básico. Pero las novedades pontificias nos sorprenden, si no con chocolatines y pastelitos, con permisos implícitos para la fornicación contranatura.
Frente a esta situación de propio y verdadero escándalo, un católico diría: “El Papa Francisco es progresista y quiere transformar la teología católica, derribando algunos de sus dogmas y preceptos morales”. Pues no es así. Sería ese el caso si el pontífice fuera, por ejemplo, el cardenal von Schonborn, o el cardenal Ravasi o, incluso, el cardenal Scola. Tendrían mucho más estilo y compostura, pero su teología sería claramente progresista, porque esa es su formación. Serían asesinos con navaja, que sabrían muy bien donde asestar los cortes y tajos a fin de extraer limpiamente lo que ellos consideran tumores o  excrecencias producidas por las rémoras de la teología medieval.
Pero volviendo a Roma, ayer el Papa Francisco tuvo otras palabras curiosas. Luego de visitar una villa miseria y rodearse de pobres inmigrantes latinoamericanos y europeos del Este –y una buena legión de fotógrafos-, arengó a los scouts de una parroquia vecina: “¿A quién prefieren? ¿A Jesús o al diablo?”. La respuesta, afortunadamente, fue la correcta. [Recordemos que, cuando el histriónico Juan Pablo II, en 1987, se arriesgó a una seguidilla de preguntas a los jóvenes chilenos que respondían con un ruidoso “¡Sí!” a preguntas: “¿Queréis buscar la vida eterna?” o “¿Queréis seguir a Cristo?”, respondieron en cambio con un rotundo “¡No!” cuando el papa polaco les preguntó: “¿Queréis vivir la castidad y absteneros del sexo hasta el matrimonio?”]
Más de un neocón habrá salido corriendo a festejar con sus amigos que el papa es católico porque habló del diablo a pesar de la contradicción flagrante con sus dichos y actos de la semana anterior. Y muchos creerán entonces, que Bergoglio tiene una teología ortodoxa.
El error está en considerar que Bergoglio tiene algo, sea teología progresista o teología conservadora. Bergoglio no tiene nada. Bergoglio es la nada in actu exercitu, como bien lo afirma un amigo wanderiano. O bien, como alguna vez lo dijimos en esta misma bitácora, Bergoglio es el jesuitismo llevado a su máxima expresión: puro intelecto práctico, con prescindencia absoluta del especulativo, ordenado exclusivamente a obtener el poder y la exaltación de la propia persona, de la Compañía y de la Iglesia, todo esto, por supuesto, ad maiorem Dei gloriam.

Si un cardenal progresista en el papado hubiese sido un asesino con navaja, Bergoglio en el mismo puesto, es un mono con navaja. Y si me dan a elegir entre los dos, prefiero al asesino, porque la capacidad de daño de un simio armado se acerca al infinito.  

Murmullos en el Consistorio

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De nuestro corresponsal en Roma:

La entrega de la birreta y el anillo cardenalicio a Mons. Luis Villalba fue ocasión para que vengan a Roma algunos argentinos, no tantos como se hubiera esperado. Los clérigos argentinos más amigos del nuevo cardenal se debatieron en la alternativa de hacerse presentes en esta singular ocasión y ligarse algún desplante o quedar mal parados con Francisco. Al Papa no le gusta que los clérigos compatriotas hagan ostentación de presencia en Roma, por los gastos que implica. Además el Papa había invitado a los nuevos purpurados a evitar fiestas y agasajos rumbosos, como era la costumbre. 
Entre los que vinieron y los que residen en la Urbe hubo varios momentos de encuentro. En ellos apareció recurrente la cuestión de las relaciones entre Francisco y la Iglesia en la Argentina. Coincidente fue el comentario sobre el factor distorsivo que ejerce el arzobispo Coccolato (como le dicen en Roma) al que los argentinos llaman Trucho. A su afán de comentar con Francisco lo que se conversa u opina entre los obispos argentinos se atribuye el malestar de ánimo que llevaría a Francisco a no visitar Tucumán con ocasión del Bicentenario de la Independencia. Parece que el Papa dejaría colgada la invitación del Episcopado, en cambio optaría por visitar solamente Buenos Aires y alguna pequeña ciudad del interior, de las  más pobres y sede de un obispo muy amigo. La última esperanza es que el nuevo cardenal Villalba, emérito de Tucumán precisamente, lograra persuadirlo de lo contrario, 
Objeto de comentarios son también las desagradables anécdotas de argentinos de paso por Roma, incluso clérigos rasos y algunos con solideo, que no ahorran muestras de mala educación y hasta de prepotencia en los alrededores de San Pedro.
El alto voltaje político de la Argentina también fue tema de conversación. Todos saben que Francisco tiene una fuerte inclinación a estar en acción en ese campo, pero coinciden en que ascéticamente está esforzándose por mantenerse al margen en esta circunstancia. No así su Coccolato.
Según parece estaría muy activo y con cierta ingenuidad en acompañar tanto a Scioli como al presidente de los diputado Dominguez.  Entre los obispos presentes y algunos sacerdotes más cercanos a ellos se ve con malos ojos ese alineamiento de francotirador, unilateral sin medir consecuencias. La gran pregunta es si esas actividades son aprobadas o no por Francisco.  Algunos no lo dudan; otros sí. Pero hay coincidencia en que lo mejor sería que las dé por terminadas. Lo cierto es que nadie quiere malquistarse con el arzobispo Fernandez, pero nadie le tiene afecto ni menos pondría su vida en sus manos. 
La elección de los delegados al Sínodo próximo mostró una cierta independencia de criterio de los obispos argentinos respecto a los miembros de la CEA más cercanos al Papa. Lo mismo ha ocurrido en otros episcopados.
Este corresponsal no conoce a ninguno de la veintena de nuevos obispo argentinos, por ello no tiene criterio propio. Pero ha recogido la observación de que esa cierta independencia todavía ha sido posible porque los nuevos obispos, por ser tan nuevos todavía no pesan, pero pasados un año o dos  harán notar cómo se ha colonizado la Conferencia Episcopal desde Santa Marta.



Dall'ombra der Cuppolone 

El señor B., un pibe de barrio

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El blog de Mundabor es inteligente y siempre vale la pena leerlo, aunque siempre con una advertencia: juega con las exageraciones. Y el lector debe ser cuidadoso en discernirla y tomarlas por lo que son.
En los últimos días publicó una entrada memorable que aquí ofrecemos en traducción de Jack Tollers. Advierto que no estoy de acuerdo en todo lo que allí afirma pero, en términos generales, no deja de ser una hipótesis para tener en cuenta:


Lo que sigue son sólo algunas palabras acerca de un personaje enteramente ficticio, el señor B. Si alguna referencia coincide con alguien real, puede que la coincidencia no sea enteramente casual. En cualquier caso, se trata de una ficción. O llámelo, si quiere, una narración medio real y la otra mitad un intento de darle sentido a las piezas que nos faltan en este rompecabezas que constituye este personaje de novela.
Y con esto, permítasenos presentar al Señor B sin más.
*  *  *
El señor B ha nacido en la Argentina, de padres humildes, durante los años ’30. Su familia parece inclinarse hacia las izquierdas y su papá (un contador) dice que dejó Italia en razón de su anti-fascismo, no debido a la pobreza. El señor B asiste a una escuela técnica en donde obtiene un título de técnico químico. Comienza a trabajar como asistente en un laboratorio: un trabajo mal pago, un trabajo bastante poco gratificante. Por entonces el dinero no debe haber sobrado, pero el señor B no es un “fifí”. También le va lo de hacer de patovica en un boliche, cosa que dura algún tiempo. Por otra parte le gusta el gotán. Claramente, el tipo no ha salido de una novela de Jane Austen.    
Pero a medida que crece y sobrepasa los veinticinco, se pone a reflexionar sobre su situación. La Argentina es un país bastante próspero y para él sobrevivir no es problema. Ahora, esto de proceder de las clases medias-bajas y no tener conexiones hace que no le sea fácil progresar como quiere: quiere más que una vida en las sombras y a fuerza de contemplar las clases medias y altas ha aprendido ahora qué cosa es el resentimiento (capaz que en eso lo ayudó su papá anti-fascista) y ha visto que la cosa no es fácil. Es cierto que de vez en cuando algún compadre se impone, sí señor, ¿pero cuántos son?  Las barreras sociales no son moco de pavo y las conexiones simplemente no están ahí. A lo mejor hay otras maneras…
El señor B—en algún momento había que decirlo—es ateo. Su mamá tiene la fe del carbonero, pero a él le importa un belín. Bastante tiene con ver qué se hace con esta vida como para andar pensando en la otra encima. Habiéndose desecho de todo tipo de temor de condenarse eternamente, ahora puede dedicarse por entero a su propio progreso sin molestos escrúpulos religiosos. A lo mejor pueda ayudar a los pobres, que, después de todo, son de su propia clase…
¿Será demasiado tarde para entrar, en una de esas, a un seminario? Una decisión que se las trae,  por cierto. Pero seamos realistas: él no quiere seguir siendo el pibe del mismo barrio de siempre, reproduciéndose como un conejo, luchando toda la vida.
Las cosas son como son. El señor B no nació en un medio privilegiado y no hay tutía. Mejor, mirar las cosas de tefrén; renunciar a su familia sería impensable, pero siempre está la posibilidad de buscar refugio entre los pollerudos, refugiarse en la Iglesia, si se puede.  
La Iglesia. La única organización que siempre ha permitido que los hijos de carniceros, pescadores y laburantes se abran camino hacia los honores y el poder, incluso el más alto poder. La única organización que no se fija en quiénes son tus viejos.  Un club rico, fuerte, poderoso que promete a sus miembros seguridad financiera, respeto y un cierto grado de autoridad sobre la burguesía tan odiada, además de abrir perspectivas de progreso que él no hallaría en ningún otro lado. En. Ningún. Otro. Lado.
Ahí están los jesuitas, por ejemplo. En su país son vara alta. De hecho, lo son en muchos países. Claro que ahora viven una crisis de la gran siete y en los tiempos que corren no hay muchos que piden ser admitidos. Pero a lo mejor lo admiten a él, un rezagado. Estos todavía tienen guita. Más guita que Canaro, tienen.  
El señor B miente como un marrano (se ufanará de esto en años venideros; a él y su país pasarse de piolas les parece repiola) y le dice a su vieja que con la guita que le pasa está estudiando medicina lejos de su casa. Pero en realidad está estudiando teología. No que aprenda mucho, desde luego, cosa que por otra parte lo tiene sin cuidado. Pero alcanza como para entrar. Se ordena de cura en 1969, un tiempo en que todo anda más revuelto que nunca. En realidad, toda su carrera eclesiástica ha sido después de la “Primavera de la Iglesia” que nos legó Vaticano II. En realidad, él es, de hecho, uno de los primeros de la nueva era.  
Pero desde ahora él es un religioso, un jesuita que, no hay cómo negarlo, aún es “alguien”.  Les presento al señor B, el jesuita trepador.
Y ahora las cosas empiezan a moverse en serio. El mundo católico entero está más revuelto que nunca. Por no hablar de los jesuitas. Muchos religiosos cuelgan la sotana, muy pocos piden ser admitidos. De repente aparecen perspectivas brillantes para su carrera…
* * *
En este punto tenemos que dejar al señor B. No sabemos qué será de su vida. Habrá altos y bajos, como en toda vida. Si lo conoceremos… si lo conocemos algo, si le toca la mala aguardará pacientemente y si la cosa pinta bien, ya verá cómo sacarle provecho. Porque el hombre es piola y tiene una mano para la política menuda que no te digo nada. Sin una fe que podría resultarle molesta, puede andar paso a paso según se le antoje.
Creemos adivinar, o saber, cómo lo va a hacer: con populismo, sí señor, pero no siempre. Si a mano viene, con breves arranques de ortodoxia en medio de la confusión. Tan amigo como pueda de los jesuitas zurdos, pero nunca al precio de la enemistad con Roma. Ningún lugar común será demasiado estúpido para él. Y guardar las apariencias de una gran humildad, eso no falla: las masas se verán seducidas por eso. El hijo de un contador sin conexiones está muy contento donde está, por más que, de a ratos, pueda parecer que anda en la mala.
Él puede esperar. Él juega a ganador, pero nadie lo va a apurar.
La falsa modestia, la demagogia, los cuentos para la gilada: ni bien ve que funcionan, le pegará con eso al matungo hasta dejarlo medio muerto. Tendrá paciencia, será más piola que nunca, no se avergonzará nunca de nada. Aquello que querés escuchar, esperáte un poco y él te lo dirá. Si estás con caballo perdedor te hará entender que siente mucho que no estés con la monta ganadora. Se empeñará en no tener enemigos. Uno se pregunta qué clase de amigos puede llegar a tener.
Ahora el señor B está encaminado. Puede que llegue lejos, che. Con suerte, puede que llegue muy lejos. ¿Quién sabe a qué llegará un día?

Mundabor

Evelyn Waugh y la Liturgia V

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La carta de Waugh al Catholic Herald que reproducimos en un post anterior, despertó numerosas reacciones. Testimonio de ellas es el intercambio de cartas entre el escritor y el arzobispo de Westminster, el luego cardenal John Heenan.
Es interesante notar el estado de ánimo de un grupo importante de fieles con respecto a los cambios que se avecinaban en la liturgia, la percepción de muchos de ellos de que la primera reforma de la Misa sería el inicio de cambios mucho más profundos y el desconcierto de buena parte de la jerarquía que se reconocía impotente para oponerse a las presiones de los progresistas y, consecuentemente, su cobardía e ineptitud para ocupar los cargos que ostentaban.

Combe Florey House
16 de agosto de 1964.

 Mi querido Arzobispo,
            Por favor disculpe mi atrevimiento al enviarle este recorte de diario. No lo hago por creer en su interés intrínseco. Vd. debe estar tediosamente familiarizado con todo lo que allí dice. Se lo envío porque me han sorprendido las consecuencias. Lo escribí la semana pasada para el Catholic Herald, una publicación principalmente escrita y leída por los fervientes ‘progresistas’. He recibido una abundante correspondencia, que a grandes rasgos dice ‘¿Por qué no hace algo para liderar un partido? ¿Por qué no organiza una petición al Arzobispo?’
No creo que una petición le haga impresión. Es bien sabido que se pueden juntar firmas para cualquier causa si uno se toma el trabajo. Pero me pregunto si la jerarquía está al tanto del malestar causado por su amenaza de Adviento [se refiere a la implementación de la reforma litúrgica que se efectivizó el primer domingo de adviento de 1964] –no tanto por las modestas y razonables innovaciones propuestas sino por la rendija que parece ofrecer para cambios más radicales y desagradables.
Pienso que le debo a las numerosas personas que me escribieron el presentarle el caso. Unos pocos eran sacerdotes, la mayor parte laicos y laicas de edad madura y ancianos; aproximadamente la mitad conversos que preguntan: “¿por qué dejamos la iglesia de nuestra niñez para encontrar que la iglesia de nuestra adopción asume las mismas formas que nos disgustaban?”.
¿Es mucho pedir que se ordene que todas las parroquias tengan dos Misas, una ‘Pop’ para los jóvenes y otra ‘Trad’ para los viejos? Pienso que una minoría vociferante se ha impuesto a la jerarquía y les he hecho creer que existía una demanda popular cuando de hecho no hubo ni siquiera una preferencia.
Mi negocio son las palabras y cada día me vuelvo más escéptico acerca de la compresión verbal –especialmente en la extraña área de las oraciones vocales.
Le suplico disculpe mi impertinencia en aconsejarle, siendo que Vd. tiene muchas mejores fuentes de información que yo.
Sinceramente suyo,
Evelyn Waugh


Respuesta del arzobispo Heenan
Hare Street House,
Buntingford, Herts.
20 de agosto de 1964.

Mi querido Waugh,
            He leído y disfrutado su carta al Catholic Herald. Mi primera reacción fue de gratitud por haber Vd. escrito. Podrán tildarlo de reaccionario pero nadie puede llamarlo tonto. Pienso que los líderes del nuevo pensamiento (si esa no es una palabra demasiado fuerte) no son tanto los jóvenes pop como los ‘intelectuales’ católicos. Así es como ellos se llaman a sí mismos y creen que son. Cualquiera con el secundario aprobado es ahora un intelectual.
Hay gente que protesta por la brecha entre la jerarquía y el laicado educado: en gran medida la crean. Nos miran como campesinos mitrados y buscan guía en el clero continental (que en gran parte ha sido abandonado por los trabajadores) o en sus anteriores maestros (que naturalmente carecen de experiencia pastoral).
La jerarquía está en una posición difícil. No hemos perdido todavía el respeto de los católicos ordinarios pero el constante hostigamiento de los intelectuales y sus infatigables (¿pesadas?) cartas a la prensa y artículos en las publicaciones católicas pueden eventualmente perturbar al fiel ordinario. La mayor parte de nosotros de buen grado demoraría los cambios pero el humor del Concilio  nos compele a actuar. De otro modo el ataque de nuestra propia gente se volvería más encarnizado: inimici hominis domestici eius.
Pero no hay que desesperar. Los cambios no son tan grandes como los hacen aparecer. Aunque se ha establecido una fecha para introducir la nueva liturgia me sorprenderá que todos los obispos quieran que todas las Misas de cada día sean en el nuevo rito. Trataremos de tener en cuenta las necesidades de todosPops, Trads, Rockeros,  à la page, Los que están ‘in’, y Los que están ‘out’.
Espero que pueda venir a cenar conmigo si viene a Londres.
Dios bendiga a Vd. y a su familia.

+ John Carmel,
Arzobispo de Westminster


Respuesta de Evelyn Waugh
Combe Florey House
25 de agosto de 1964.

Querido Arzobispo,
            Muchas gracias por su amable carta. No tengo deseos de agregar a sus cargas una correspondencia conmigo, pero literalmente todos los días recibo cartas de laicos afligidos que piensan que yo debo hablar por ellos.
La angustia no es causada por los modestos cambios en la Misa que amenazan para Adviento sino por el tono de los ‘progresistas’ quienes parecen considerarlos como un mero inicio de cambios radicales.
Detecto un nuevo tipo de anticlericalismo. Los viejos anticlericales al imputar avaricia, ambición, inmoralidad, etc. al sacerdocio al menos reconocían su carácter peculiar y esencial, lo que hacía más notables sus caídas. Los nuevos anticlericales parecen minimizar el carácter sacramental del sacerdocio y sugerir que los laicos son sus pares.
Es muy amable de su parte sugerir un encuentro. Será un gran placer para mí. Estoy comprometido para el 3 de septiembre. Aparte de dicha fecha puedo ir a Londres en cualquier momento. Debe Vd tener una agenda repleta. ¿Tiene alguna tarde libre antes de fines de septiembre de modo que pueda Vd. cenar conmigo sólo y de incógnito en mi club de Londres?
Sinceramente suyo,
Evelyn Waugh


Evelyn Waugh y la liturgia VI

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Publicamos ahora las últimas cartas que escribe Evelyn Waugh a personajes de la jerarquía sobre la reforma litúrgica: dos al cardenal Heenan, arzobispo de Westminster, y una a Mons. McReavy, quien se dedicaba a responder las consultas que le dirigían a la revista Clergy Review.
Se observa ya en las palabras de Waugh la profunda tristeza de sus últimos años y el convencimiento de que sería muy difícil modificar lo que él estaba viendo. Y convengamos que, en 1965, había visto todavía muy poco del huracán que sobrevendría a la Iglesia.



Carta al cardenal Heenan

Combe Florey House
3 de enero de 1965.

Querido Arzobispo,
            Le pido me disculpe por molestarlo. He leído en muchas publicaciones que el clero recibe con beneplácito sugerencias del laicado. Lo dudo mucho, pero su amabilidad en nuestro último encuentro me anima a escribirle. Cuando me fui lo hice convencido de que las novedades que estaban a punto de ser introducidas serían grandemente mitigadas. No sé cómo están las cosas en Westminster. En las provincias están tohu bohu [cfr. Gen 1, 2: vacío y desolación, caos, completa confusión] (si me disculpa una cita de una lengua por otra parte desconocida por mí).
Aparte de la aflicción de encontrar nuestros hábitos espirituales desordenados (y sé que este es un punto menor comparado con los más graves peligros a la fe y a la moral planteados en el Concilio) mis amigos y yo estamos totalmente desorientados en cuanto a la comprensión de la nueva forma de la Misa.
Debe desecharse cualquier idea de que atraerá a los Protestantes. Los Anglicanos tienen un tipo de oficio elegante y comprensible. Sólo carecen de las órdenes válidas para hacerlo preferible. Si lo que se deseaba era una Misa completamente inglesa, el primer libro de Eduardo VI con unas pocas enmiendas hubiese sido satisfactorio. En vez tenemos un revoltijo de griego, latín e inglés tosco.
En la antigua Misa un vistazo al altar era suficiente para informarme del preciso punto de la liturgia en que me encontraba. La voz del sacerdote era frecuentemente inaudible e ininteligible. No escribo con la galanura de un erudito clásico. Sé menos latín ahora del que sabía hace 45 años. Pero no requería ningún estado elevado de oración unirse a la acción del sacerdote.
El tener que estar repetidamente parándose y diciendo “Y contigo” dificulta la relativamente íntima asociación y ‘participación’.
Algunas partes de la Misa eran familiares a los menos educados, vgr. el PaterNoster, el Credo, Domine non sum dignus, etc. Sólo éstos solamente fueron traducidos al inglés.
¿Por qué se nos insiste hasta el hartazgo que debemos abonarnos a las escuelas católicas si éstas son incapaces de impartir estos rudimentos?
¿Por qué se traduce el Corpus Christi? ¿Tendremos en el futuro ‘procesiones del Cuerpo de Cristo’?
¿Por qué se nos priva de las oraciones en la comunión, que incluso los anglicanos mantienen: custodiat animam tuam in vitam aeternam?
Recientemente he escuchado un sermón (no por supuesto del admirable Canónigo Iles) donde se nos decía que no tenemos nada que hacer en la Misa, a menos que recibamos la comunión, a menos que estemos en pecado mortal.
Martindale y Knox están muertos. Debe haber jóvenes predicadores. No he tenido la buena fortuna de escucharlos. ¿Por qué todos estos sermones cuando aquí y en el exterior una gran proporción de la concurrencia es foránea?
¿Por qué el Agnus Dei primero se dice en latín y luego en inglés?
¿Por qué el sacerdote recita el Credo, que todos conocemos, desde el púlpito?
Toda asistencia a Misa me deja sin consuelo ni edificación. Nunca, Dios no lo quiera, apostataré pero la asistencia a la iglesia es ahora una amarga prueba.
Presumiblemente en la semana posterior a Pascua discutirá con sus colegas obispos los efectos de los ‘experimentos’. Por favor transmítales cuánta aflicción causan y rece por mi perseverancia.
Sinceramente suyo,
Evelyn Waugh


Última carta al cardenal Heenan
Combe Florey House
14 de enero de 1966.

Mi Señor Cardenal,
            Muchas gracias por su amable carta, la cual me alienta a aferrarme a la Fe a pesar de todo lo que se está haciendo para degradarla.
            Es una alegría que esté de vuelta entre nosotros y que el Concilio haya acabado. No puedo esperar que ninguno de los dos viva como para ver enmendados la multitud de sus males. La Iglesia ha soportado y sobrevivido a muchos períodos oscuros. Nuestra desgracia es vivir durante uno de ellos.
            Por favor rece por mi perseverancia y por la de tantos católicos ingleses angustiados y perplejos por los cambios que se les han impuesto.
            Soy suficientemente afortunado de vivir mitad de camino entre dos admirables parroquias. Mi cuñado se ha hecho Cristiano Ortodoxo.
            Las seguridades que me dio cuando gentilmente me invitó a verlo en Londres se han visto defraudadas, mas no tan desastrosamente como la prensa hace parecer.
Soy el obediente servidor de vuestra Eminencia,
            Evelyn Waugh.


Carta a Mons. McReavy
Combe Florey House
7 de febrero de 1965.

Reverendo Monseñor,
Le ruego disculpe que lo moleste. Lo hago porque se me ha dicho que se caracteriza por dar experimentados consejos a laicos atribulados.
Cuando fui instruido en la fe hace unos 35 años se me dijo que la obligación de oír Misa en los días de precepto a) se aplica sólo a los que viven a tres millas de la iglesia y que la invención del automóvil no ha modificado dicha disposición y que b) la obligación se aplica sólo desde el Ofertorio hasta la Comunión del Sacerdote.
¿Es ésta todavía la normativa?
No pregunto qué es lo mejor para mí; simplemente qué es lo mínimo a lo que estoy obligado a hacer sin cometer pecado mortal. Encuentro que la nueva liturgia es una tentación contra la Fe, la Esperanza y la Caridad pero nunca, Dios no lo quiera, apostataré.
Incluyo un sobre para su amable respuesta.
Su obediente siervo,

Evelyn Waugh
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