Porque cuando la desilusión con el mundo nos supera, entonces nos damos cuenta de que “Todavía anhelamos algo, no sabemos bien qué; pero estamos seguros de que es algo que el mundo no nos ha dado” (Parochial and Plain Sermons I, 19-20).
“Un grueso velo negro se extiende entre este mundo y el próximo. Nosotros, los hombres mortales, lo recorremos de arriba a abajo, de un lado a otro, y no vemos nada. No hay acceso a través de él al otro mundo. En el Evangelio este velo no se quita; permanece, pero de vez en cuando se nos revela maravillosamente lo que hay detrás. A veces parece que vislumbramos una forma de lo que más adelante veremos cara a cara. Nos acercamos, y a pesar de la oscuridad, nuestras manos, o nuestra cabeza, o nuestra frente, o nuestros labios se vuelven, por así decirlo, sensibles al contacto de algo más que terrenal. No sabemos dónde estamos, pero nos hemos bañado en el agua, y una voz nos dice que es sangre. O tenemos una marca en la frente que habla del Calvario. O recordamos una mano puesta sobre nuestras cabezas, y seguramente tenía la huella de unos clavos, y se parecía a Aquel que con un toque dio la vista a los ciegos y resucitó a los muertos. O hemos estado comiendo y bebiendo; y no fue un sueño seguramente, que Uno nos alimentó de su costado herido, y renovó nuestra naturaleza por la carne celestial que dio. Así pues, de muchas maneras Él, que es el Juez para nosotros, nos prepara para ser juzgados, - Él, que está para glorificarnos, nos prepara para ser glorificados, para que no nos tome desprevenidos; pero para que cuando la voz del Arcángel suene, y seamos llamados a encontrarnos con el Esposo, estemos preparados (Parochial and Plain Sermons X, 11).