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Peligrosa idiotez

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Al comentario de Teresa Marinovic sobre la soberana idiotez del feminismo y de la modernidad en general, yo agregaría  que se trata de una idiotez es muy peligrosa.
Por una mujer entró el pecado en el mundo, una Mujer fue la elegida por Dios para que de ella naciera el que nos redimió de ese pecado, y yo me pregunto si no será la mujer, o las mujeres, las encargadas de desatar otro drama cósmico.
El mundo, y en las últimas semanas de modo especial Argentina, están asistiendo a la infección provocada por uno de los fluidos más pestilentes del marxismo: el feminismo enloquecido. La lucha de clases entre proletarios y capitalistas se ha convertido ahora en la lucha de género entre mujeres y varones, y es una lucha mucho más peligrosa y particularmente satánica. Más peligrosa, porque no se enquista en un aspecto accidental de la sociedad humana, que está integrada tanto por  pobres y ricos, por sabios e ignorantes como rubios y morochos, sino en un aspecto esencial de la misma y es el de la distinción de sexos. Toda sociedad humana, necesariamente, debe estar integrada por varones y mujeres que deben convivir pacíficamente complementándose. Es ese elemento natural el que se está dinamitando.
Y también, particularmente satánica porque se trata de un rebelarse directo contra la voluntad explícita de Dios. "Tu marido será tu señor", dijo Dios a Eva (Gen. 3,16), y lo mismo repiten San Pablo (Ef. 5) y San Pedro (I, 3). Dios quiso positivamente una sociedad patriarcal, y Dios quiso que la mujer estuviera sometida al varón, mal que le pese al progresismo. 
Pero al mundo ya no le interesa discutir la Palabra divina; deja que la discutan y nieguen los mismos cristianos. El mundo se concentra ahora en socavar los cimientos mismos de la civilización. La revelación mediática, entre alaridos y pañuelos verdes de un grupo de serpientes, de la violación a una pobre actriz ocurrida hace varios años por parte de un conocido actor de televisión, ha dado lugar a una catarata de denuncias de hechos ocurridos hace décadas y de los que resulta imposible probar su veracidad. Toda mujer argentina está en estos días repasando prolijamente su memoria para recordar algún episodio en el que algún compañero de colegio o de universidad; algún pariente o colega, haya abusado de alguna manera de ella. Y por abusar entienden una variada gama de conductas, incluido el piropo. Probablemente recuerde la galantería subida de tono acompañada quizás, de una mano desubicada,  que un compañero de colegio le dijo en una fiesta, cuando ambos tenían quince años, y ella estaba vestida de minifalda, escote y tacones. Lo comentará con otras amigas de la época que quizás pasaron situaciones similares, llorarán juntas por el horrible trauma sufrido, y en un acto de valentía publicarán en las redes sociales que ese muchachito de quince años, y que hoy tiene cuarenta y cinco, es un abusador.
Pero esta peligrosa idiotez no afecta solamente a descocadas feministas posmodernas. Me costó creer lo que dijo el periodista pretendidamente conservador Joaquín Morales Solá en un programa de La Nación la semana pasada: "Si aplicamos el derecho tal como está, con la necesidad de la prueba, vamos a tener impunidad, porque en estos casos la prueba es imposible. En el caso que la política actúe, tendrán que modificarse las leyes para que la palabra de la mujer sea suficiente...". Se trata, como cualquier lego en leyes como yo puede apreciar, de la destrucción simple y llana de los principios más elementales del derecho: condenar sin pruebas.
No nos confundamos. No estamos frente a una fiebre pasajera de algunas ideólogas infatuadas. Estamos frente a un ataque sistemático y poderosísimo contra la civilización, y no sé si saldremos parados de esta. 

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