El cine italiano es el mejor del mundo. Y una de sus películas más logradas es Stanno tutti bene, protagonizada por Marcelo Mastroianni. Narra la historia de Matteo Scuro, un anciano siciliano, viudo, que vive convencido que sus cinco, hijos que habitan en diferentes ciudades de la península, son personas honradas y exitosas en sus carreras. Emprende un viaje para visitarlos e intenta corroborar en cada una de esas visitas los datos que confirmen su convicción pero, poco a poco, en lo secreto de su interior, va apareciendo la realidad más cruel: sus hijos no son honrados ni exitosos; más bien, todo lo contrario. Fai finta di niente, papà, fai finta di niente. È meglio per tutti, le dicen los fantasmas de sus hijos pequeños. “Finge que no pasa nada, papá, finge que no pasa nada. Es mejor para todos”. Y así, a su regreso a Sicilia, Matteo se acerca a la tumba de su esposa a la que dice, refiriéndose a sus hijos: Stanno tutti bene.

La película de Tornatore es una metáfora de lo que sucedió con la Iglesia en las últimas décadas, y nos deja, así como la situación actual que estamos viviendo, un regusto triste y desolado.
Se creyó que la Iglesia pasaba por sus mejores momentos y que vivíamos un reverdecimiento primaveral que auguraba frutos que caerían maduros a la vuelta del milenio. El Papa Juan Pablo II reunía millones y millones de personas en sus viajes alrededor del mundo y era un indiscutido líder planetario, y luego del breve y desangelado pontificado de Benedicto XVI, llegó la figura del Papa del fin del mundo, con sus promesas de aperturas y flexibilidad y su nuevo protagonismo en la escena pública mundial. Brillos y fuegos de artificio festejados cotidianamente por la prensa y por la mayoría de los católicos bobos. Lo cierto, sin embargo, era que la Iglesia se estaba pudriendo, y en estas últimas semanas estamos asistiendo al desvelamiento inicial del doloroso espectáculo de una miasma de pus, que se extiende por todas partes y que no sabemos aún hasta dónde llega. Stanno tutti bene, se empeñaban en decirnos los obispos y sacerdotes, algunos convencidos y otros con inocultable cinismo. Lo cierto, es que nos estábamos gangrenando, y que ha llegado la hora de tomar una decisión sobre el paciente.
De nada sirve negar la realidad recurriendo de un modo torpemente voluntarista a afirmar que todo es una invención de los medios. Y aunque puede que estemos en los umbrales de la Parusía y que el Evangelio nos aconseja estar atentos a los signos, lo cierto es que debemos seguir viviendo con lo que tenemos y por eso, creo yo, es necesario analizar una y otra vez la realidad, para entenderla y, en todo caso, para consolarnos, porque lo único cierto que yo puedo ver a mi alrededor más inmediato y en una gran cantidad de gente sencilla, simple, en esos “pobres de Dios” que son sus preferidos, es un enorme desconcierto y una profunda y lacerante tristeza. Creo que esa es la palabra que acompaña a los buenos católicos de hoy: tristeza, porque jamás, ni aún los más escépticos y críticos de la institución eclesial, hubiésemos esperado verla en este estado, reducida al escarnio y a la burla de los gentiles, y no por las obras impías de sus enemigos, sino por los pecados aberrantes de sus propios miembros.
Propongo aquí algunas reflexiones sobre la situación:
Origen
1. Más allá de la antipatía y las críticas que podamos hacer al desastroso pontificado del Papa Francisco, no podemos señalarlo como el culpable de la situación actual. Él recibió una situación explosiva y su responsabilidad reside en que no solamente no hizo nada para solucionarla, sino que promovió y continuó con el encubrimiento de los protagonistas y culpables.
La situación viene de muy lejos, como bien lo revelan los informes tanto de Estados Unidos como de Alemania, de mucho antes incluso del Concilio Vaticano II, aunque claramente se multiplicó exponencialmente en las últimas décadas. Y, aunque sea doloroso y eclesialmente incorrecto, hay que admitir que si debemos encontrar un responsable más responsable que otros, debemos señalar a Juan Pablo II. Fue durante su larguísimo pontificado cuando se sucedieron la mayor parte de los abusos, cuando se extendió la mafia lavanda y cuando sus principales capitostes fueron exaltados a los más altos puestos del poder. Basta recordar el caso emblemático de Marcial Maciel y, últimamente, de McCarrick. Lo cierto es que durante el pontificado del papa polaco, la Roma católica se fue sodomizando en la Curia, en las universidades y en los colegios pontificios. Y esto ocurría bajo sus narices y a la vista de todos. Y no hizo nada. Sus prioridades fueron el ecumenismo, los pedidos de perdón, las Jornadas Mundial de Juventud y prohibir la liturgia tradicional. Creo que si queda historia, un próximo pontífice deberá revisar seriamente su canonización.
2. Si bien no podemos adjudicar al concilio Vaticano II la responsabilidad de la enorme crisis que vivimos, sí podemos en justa lógica afirmar que ese concilio no solamente no solucionó una situación que venía asomando sino que facilitó su exacerbación hasta la perversión más inaudita. No sé si fue el concilio o el espíritu del concilio, pero lo cierto es que se trató de un viento fétido que arruinó todo lo que encontró a su paso. Y no hablo solamente de la sodomía clerical. El espíritu del concilio, por ejemplo, acabó con la vida religiosa, flor privilegiada de la Iglesia católica. El blog de la Cigüeña de la Torre lleva un conteo de las comunidades religiosas que van desapareciendo semanalmente de España, y lo mismo podríamos hacer en todos los países del mundo. Creo que ya nadie con un mínimo de sinceridad puede defender al Concilio. No pido que se quemen sus documentos en la plaza pública, pero pido al menos la decencia de mencionarlo nunca más.
El piloto
Para enfrentar una situación tan crítica como la que vive la Iglesia sería necesario contar con un buen piloto, con un piloto santo. Tenemos el peor imaginable y por todos los ángulos que se lo mire. Me decía hace pocos días un obispo argentino: “Bergoglio es un ignorante, incapaz siquiera de terminar sus estudios universitarios. Su única cualidad es la astucia”. El sitioInfovaticana publicaba hace pocos días las palabras de otro obispo: “Francisco es un ignorante, pero es hombre muy astuto e inteligente en los objetivos que sospecho persigue; teológicamente, todos sabemos que es un analfabeto, ya que fue incapaz de finalizar los estudios teológicos y, en consecuencia, está haciendo un daño inmenso a la Iglesia. Es soberbio, pero lo esconde muy bien bajo una cierta apariencia de bondad que, a su vez, es una forma de esconder su tendencia patológica hacia el poder”. Y el reporte que publicó hace una semana Der Spiegel aparecen las declaraciones de una prelado de la Curia vaticana: “Es frío como el hielo, astuto, maquiavélico y, lo que es peor, miente”. ¿Hay que asombrarse? De ninguna manera. Todo eso lo habíamos dicho en estas páginas desde hace años. En agosto de 2013 publicábamos un post precaviendo a los lectores sobre lo que sucedería con el pontificado que acababa de inaugurarse. Comentamos sobre su deseo patológico de poder en octubre de 2015, y en enero y julio de 2016. En julio de 2014, Ludovicus propuso varias hipótesis para entender a Bergoglio, y una era la hipótesis Chauncy Gardiner, y que puede sintetizarse afirmando que Bergoglio no es más que lo que se ve: un simplón que por una serie de circunstancias desafortunadas y por un astucia política propia de su genes jesuitas, llegó donde llegó por el solo afán de poder. Sobre su frialdad y maquiavelismo, rayanos con la patología publicamos un post en enero de 2016. Y podríamos así seguir y seguir citando referencias en las que abundamos a lo largo de más de cinco años. ¿Nadie se dio cuenta antes? Hace pocas semanas, un blog americano traducía una entrada nuestra de 2013 sobre la expresión de Ludovicus “canibalismo institucional”, y se preguntaba cómo había sido posible que ningún periodista hubiese prestado atención antes a estas cautelas que desde este blog y desde mucho otros hacíamos sobre Bergoglio.

Si los que hacemos este blog, que somos apenas unos pelagatos, podíamos vislumbrar las características del personaje, ¿cómo no pudieron hacerlo los cardenales?¿Cómo pudieron cometer el error garrafal y difícilmente perdonable de escribir su nombre en la papeleta del cónclave? El mal ya está hecho y hay que soportar la situación hasta que Dios disponga lo contrario. Pero lo cierto es que hoy nos encontramos en una situación diversa a la de hace algunas semanas: Bergoglio se quedó solo. Tal como todos los analistas interpretan, su elección fue digitada por la mafia de San Gallo, un club de cardenales progresistas sobre cuya existencia y maniobras habló uno de sus protagonistas, el cardenal Daneels, y le exigieron a cambio de los votos una serie de reformas a las que Bergoglio se comprometió a llevar a cabo, y ese fue el motivo por el que tenía el apoyo incondicional de la prensa secular. Pero, como dice Der Spiegel, después de cinco años, no se ve ninguna reforma y los escándalos de abusos saltan por doquier. Se acabó el trato; se acabó la protección.
Escribía yo en este blog en mayo de 2017: “La resistencia que realmente le preocupa al papa es la resistencia progresista a la cual él, en el fondo, ha traicionado. Lo cierto es que Francisco se ha dedicado en estos cuatro años a lanzar continuos fuegos de artificios retóricos y metrallas de gestos vulgares pero los cambios propiamente han sido muy pocos. Los cardenales progresistas en serio esperaban que, luego de cuatro años, ya se hubiese eliminado el celibato sacerdotal, se estuviera discutiendo seriamente el sacerdocio femenino, se hubiera aceptado la sodomía y desmantelado la Curia romana. Bergoglio, que es un viejo zorro al que le importa un bledo la doctrina -sea conservadora o progresista-, jamás pondrá la firma en ninguno de estos cambios”.
Como los Kirchner, Bergoglio pretendió blindarse por izquierda para conservarse en el poder que, como buen jesuita, es lo único que le importa. Rompió con los conservadores durante los ’90 y abrazó el progresismo, no por convicción sino porque le resultaba más útil para sus fines. Y llegó aupado por ese progresismo y por la prensa internacional -que es toda progresista- al pontificado. Y los defraudó. Era previsible que esto ocurriera. Como explicaba Ludovicus en noviembre de 2014, la progresía le dio un waiver a Bergoglio a fin de que destruyera a la Iglesia, y pareciera que se lo estar por quitar: el proceso destructor no fue lo eficiente y lo veloz que ellos esperaban.
El resultado es que el papa Francisco se quedó solo: sin el apoyo de la prensa, que paulatinamente irá retirándoselo, sin el apoyo de los obispos conservadores porque los defraudó, sin el apoyo de los obispos progresistas, porque también los defraudó y con el solo e inútil apoyo de los obispos argentinos. La Cigüeña publicaba hace pocos días una poesía que terminaba con estos versos: “Vete, Bergoglio impostor, / que pudres la hermosa Roma. / Ni sus colinas y lomas,/ Pagaron nunca a traidor. // Vete, si tienes decencia, / -aun un ápice-, al desierto. / Tu liderazgo está muerto. /¡Pide a Dios mucha clemencia!”. Esta triste cantinela, impensada hace unos pocos meses, la podrían cantar hoy en la plaza de San Pedro un muy nutrido grupo en el que se encontraría el cardenal Marx al alimón con el cardenal Burke; Rupert Murdoch y George Soros junto a Roberto de Mattei y Antonio Caponnetto. El compadrito jesuita de los bajos fondos porteños perdió la apuesta y está solo.
Nota bene: La ilustración del Papa Francisco que incluimos en esta entrada no es un fake. Aquí puede observa con qué admiración y gula observa el Sumo Pontífice cuando le fue presentada.