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Analogías

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De un modo casi análogo se están desplazando en los últimos días los carriles de la Iglesia y de Argentina, al menos en los zonas más ensombrecidas de la historia de ambas. Ayer salían a la luz diez cuadernos en los que el chofer de un alto funcionario anotó cuidadosamente y con caligrafía casi dibujada, todos los detalles de las obscenas coimas que recibió el gobierno peronista de Néstor y Cristina Kirchner, todas ellas en bolsos y en billetes contantes y sonantes. Se habla que superarían el 20% del PBI del país. Quiera Dios que la filtración de los cuadernos y la obsesión del chofer por el relato, arroje a la cárcel a los capitoteste del peronismo y a la buena sarta de empresarios cómplices entre los que probablemente se encuentren también relaciones muy cercanas del mismo presidente Macri.
En la Iglesia, análogamente, la línea de flotación del iceberg está bajando y cada día aparecen más y más casos de abusos y conductas sexuales inapropiadas cometidas ya no por algún clerigillo de barrio, sino por altos cardenales. ¿Hasta dónde llegará el escándalo y cuáles serán sus consecuencias? No lo sabemos, pero lo cierto es que la situación es mucho más grave de lo que se pensaba y la mancha ha llegado ayer mismo a los niveles más altos de la Curia vaticana. 
Las palabras que hace cinco años dijera el padre Dariusz Oko, de la Universidad de Cracovia y que fueran consideradas una impía exageración, se están revelando como verdaderas. “Se estima que alrededor del 30-40% de los sacerdotes y el 40-50% de los obispos en los EE. UU. tienen inclinaciones homosexuales, y al menos la mitad de ellos, al menos periódicamente, puede realizar abusos graves”, decía. No exageraba. Tenía razón.
Y hoy se ha conocido un envoltorio sospechoso en las mismísimas entrañas vaticana que tiene todas las apariencias de ser una bomba. Lo trae Sandro Magister en su blog, y se trata del cardenal Kevin Farrell, creado cardenal por el Papa Francisco en 2016, y una de las estrellas ascendentes en el firmamento clerical. Farrell ingresó a mitad de los años sesenta a la congregación de los Legionarios de Cristo,  y al retirarse quince años después mantuvo a continuación un silencio total sobre las andanzas sexuales de Maciel – salidas clamorosamente a la luz – y afirmó siempre no haber tenido jamás contactos dignos de mención con él. Pero detestimonios verosímiles se desprende que siempre ocupó cargos en esa institución religiosa y gozó de una proximidad no episódica con Maciel, lo que hace inverosímil su total desconocimiento de los comportamientos perversos de su superior por todos conocidos. 
Se incardinó en la arquidiócesis de Washington, cuando McCarrick era arzobispo y en 2001, Farrell fue designado obispo auxiliar, lo cual suscitó asombro. Su anterior militancia entre los Legionarios de Cristo no hablaba ciertamente a favor suyo, a causa de lo que comenzaba a filtrarse sobre la doble vida de su fundador Maciel y sobre la complicidad o silencios culpables de muchos en torno a él. Pero McCarrick era en ese entonces una potencia, en la alta jerarquía estadounidense y no sólo en ella. Quería a Farrell junto a sí y lo obtuvo, ordenándolo obispo en persona. Y quiso también que en Washington habitaraen su mismo departamento, no en el palacio episcopal, sino en el cuarto piso de un ex orfanato, oportunamente readaptado. Una vez más: parece inverosímil que Farrell no advirtiera nada de las reiteradas aventuras sexuales ocasionales de su nuevo patrón. Y despierta sospechas también que el pobre haya tenido tan mala suerte de ser en dos oportunidad ser acobijado por quienes, con el tiempo, se revelarían ser depredadores sexuales.

Luego fue promovido a la diócesis de Dallas y desde el momento que el papa Francisco reemplazó a Benedicto XVI, Farrell se alineó rápidamente al nuevo curso. En los Estados Unidos formó inmediatamente equipo con los nuevos líderes progresistas – también ellos tenían a McCarrick como patrono  y protector– Blaise Cupich y Joseph Tobin, promovidos respectivamente por Jorge Mario Bergoglio a Chicago y a Newark, el uno y el otro creados también prontamente cardenales. Finalmente, Farrell llegó a ser cardenal prefecto del nuevo dicasterio vaticano para los Laicos, la Familia y la Vida. Como tal es el director oficial del próximo encuentro mundial de las familias que se va a llevar a cabo en Dublín a fines de agosto, del que también participarán parejas homosexuales de todo el mundo.
Frente a todas esta cuasi evidencia, el cardenal Farrell ha declarado en referencia a la conducta de McCarrick:“Ni una vez sospeché”. ¿Quién puede creerle?
Y mientras todo esto ocurre en la Iglesia, el Papa Francisco se dedica a cambiar el Catecismo. Hoy nos enteramos que ha sido reemplazado el artículo 2267 del Catecismo de la Iglesia Católica que, de ahora en más dice: “Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común”, inicia el texto del mencionado artículo y añade: “Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. […] Por tanto, la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que la pena de muerte es inaceptable porque atenta contra la dignidad de la persona, y se comprometen con determinación para su abolición en todo el mundo”. 
Es verdad que ya nada de lo que hace este personaje triste y siniestro  nos sorprende, pero no dejemos por eso de reconocer la gravedad de esta nueva ocurrencia. Frente a un hecho concreto -el ajusticiamiento de un reo-, la Iglesia siempre reclamó que el mismo era legítimo cuando se daban las condiciones requeridas. Ahora, ya no lo es más porque la conciencia eclesial “está más viva” y porque hemos llegado a “una nueva comprensión”. Y así, lo que antes era bueno, ahora el Papa Francisco determina que es malo y, además, compromete a la Iglesia en la proclamación y abolición de ese mal. 
Yo me pregunto si a la vista de todos los escándalos que están saltando y a la vista también del voluntarismo jesuítico de Bergoglio llevado ya al extremo de pretender que lo bueno y justo es justo e injusto porque a él se le ocurre, no estará mucho más cerca de lo que pensamos el día en que debamos leer un comunicado de este tipo:
“Durante mucho tiempo, la Iglesia consideró que la unión sexual de personas del mismo sexo, aún cuando se diera en un ámbito de amor y fidelidad mutuas, era contrario a la moral cristiana. Sin embargo, hoy está cada vez más viva la conciencia de que la persona posee múltiples vías y modos de expresar su amor y de canalizar su afectividad a través de la sexualidad, que siempre es un don de Dios y regalo a la comunidad que vive del Evangelio. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca de la familia, según la cual pueden también participan de esta comunidad doméstica otras manifestaciones de la diversidad humana, más allá de la conformada por un hombre y una mujer, lo cual refleja la multifacética riqueza divina. […] Por tanto, la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son aceptables cuando se dan en un marco de amor, respeto y fidelidad mutua, y se comprometen con determinación para que está aceptación sea respetada en todo el mundo.”

Hace algunos años, este texto no habría pasado de ser una broma sin mucha gracia. Hoy, con Bergoglio como papa, ya no lo es. 


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