
En entradas anteriores nos alegrábamos porque nuestros pastores por fin se había despertado y comenzaban a demostrar de un modo claro y firme su postura contra la ley del aborto. Y la verdad es que seguimos alegrándonos aunque rápidamente caemos en la cuenta que lo de ellos es pan para hoy y hambre para mañana. Veamos dos ejemplos recientes.
El episcopado argentino emitió hoy un comunicado animando a los fieles a rezar y ayunar para que la ley del aborto no sea aprobada, y a manifestarse públicamente en el mismo sentido. Se agradece. Sin embargo, a poco que se analiza el texto, resulta claro que los obispos se "autoperciben" como una parte más de la “sociedad argentina [de la que formamos parte]”. No asumen, y no se les pasa por la cabeza pensar que ellos están puestos para ser maestros de la sociedad en cuestiones como la que se está tratando. La fe de la cual ellos son custodios, no es una opción más entre tantas otras y con derecho a expresarse como en una sociedad liberal lo tienen las feministas o los marxistas. La fe está por encima, muy por encima, de todo eso, como la verdad lo está sobre el error. Los obispos entran voluntariamente en el tramposo juego democrático, se consideran maduros por jugarlo y se pavonean públicamente de que no son unos trasnochados medievales que todavía pretenden que sea la Iglesia la que enseñe y le diga a los legisladores qué deben hacer.
Si recorremos el documento, vemos que en ningún momento se cita la ley de Dios o los mandatos divinos. La consigna que enarbolan es #Toda vida vale, que bien podría ser adoptada por Greenpeace; no es “Deus lo vult”, que gritó Urbano II, y tampoco es “Quis ut Deus?”, que todavía sigue gritando el arcángel San Miguel a los demonios. Ellos, modositos, se acurrucan en un biologismo liberal y prevarican de la función que Dios les encomendó. Más grave aún, dicen: “…apoyamos y animamos a participar a quienes deseen manifestarse públicamente como ciudadanos responsables para testimoniar el respeto por la vida en el marco del derecho de expresión propio de la democracia”. Su prédica no se “enmarca” en los derechos de Dios, Señor y Dador de la vida, sino que su marco es la libertad de expresión “propio de la democracia”, y llaman a los fieles a “testimoniar” como “ciudadanos responsables”. Nuestros pastores no recurren a los dogmas de la fe sino que asumen y se encierran o “enmarcan” en los dogmas de la Revolución Francesa.

Veamos otro caso. Hace pocos días se representó en la ciudad de Rafaela un espectáculo teatral blasfemo. El obispo de la diócesis, Mons. Luis Fernández, vecino de Mons. Sergio Buenanueva, el osito cariñoso, emitió un comunicado que enerva. Allí, entre otras cosas dice: “Deseo dejar en claro nuestro respeto y defensa de la libertad de expresión artística, pero con la misma fuerza creo que no se tuvo en cuenta el respeto a los hombres y mujeres que profesamos la fe de los cristianos, y que su libre ejercicio y expresión constituyen un derecho debidamente garantizado por la Constitución Nacional”. Cuesta creer no ya que un obispo, sino que un simple cristiano pueda recurrir a esta argumentación. El problema, para Mons. Fernández, es que se nos faltó el respeto a los que profesamos la fe cristiana, respeto que es un derecho garantizado por la Constitución. La verdad sea dicha: a los fieles no se nos faltó el respeto; el respeto se le faltó a Dios y a su Madre Santísima, que no necesitan ampararse en ninguna constitución u otra legislación humana. Pero para este obispo, los derechos de Dios no cuentan; sólo cuentan los de los hombres, que afortunadamente están garantizados por la democracia liberal.
Además, el comunicado de Mons. Fernández está redactado en el lenguaje asustadizo de un gazapo. Él solamente se limita a “recoger los sentimientos de sorpresa”; él “desea expresar...”; él “considera que...”. En definitiva, él es un cobarde miserable, que se niega a asumir su función de padre, pastor, maestro y defensor de su rebaño y de los derechos de Dios, y prefiere ser un simple opinador más que, aparado por la democracia, hace oír con timidez su voz.
Los obispos argentinos no aprenden ni aprenderán. No ha bastado que la democracia liberal en la que creen y bajo la que se amparan, haya sido el sistema político que permitió la aprobación de leyes aberrantes como el “matrimonio” conta natura y tantísimas otras, y que se prepara para aprobar el asesinato de niños inocentes, para que descrean de ella. Todo lo contrario. Parecería que asumen la premisa alfonsinista según la cual la democracia se cura con más democracia.
¿Qué merecen estos obispos liberales? No soy yo para decirlo, pero sí que puedo sugerir al Santo Padre que ponga en práctica uno de los el cánones que que los padres del Concilio de Trento redactaron cuando trataban la reforma de la Iglesia sobre el modo de elegir a los obispos. Se titulaba: “Del examen de los candidatos al episcopado” (De examine promovendorum ad Ecclesiae cathedrales) y precisaba hasta en sus menores detalles el contenido de dicho examen que tenía que ser concienzudo, público y riguroso. El nombre del candidato y su fecha de nacimiento tenían que darse a conocer desde el púlpito de la catedral y de las parroquias de la diócesis y figurar expuestos en carteles públicos durante quince días, para asegurarse que todo el mundo estaba plenamente informado sobre el aspirante. Clérigos y seglares estaban obligados a informar de posibles motivos por los que en su opinión un determinado candidato no debería ser promovido al episcopado. El candidato tenía que presentar testigos dignos y cualificados que, además de opinar sobre el carácter del candidato, podían ser interrogados por el arzobispo que presidía el tribunal y por otras personas, y naturalmente el candidato estaba obligado a presentar toda la documentación relativa a los grados académicos y otros títulos o diplomas que poseyese. Finalmente, el candidato era examinado por el arzobispo y otras personas presentes, y predicaba un sermón a manera de prueba (Cf. Robert Trisco, “The Debate on the Election of Bishops in the Council of Trent”, en Jurist 34 (1974), pp. 257-291). El canon no fue aprobado, no fuera hacer que los mejores resultaran electos y los mediocres se quedaran afuera.