Sorprendentemente, los obispos argentinos han comenzado a pronunciarse con claridad contra el aborto luego de que el proyecto de ley fuera aprobado en Diputados y comience su discusión en el Senado.

El arzobispo de San Miguel de Tucumán, en el Te Deum al que el presidente Macri prefirió no asistir, aunque era su deber, dijo que “el aborto es la muerte de un inocente”; el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, en la misa convocada en la basílica de Nuestra Señora de Luján, afirmó que “el aborto no es un derecho sino un drama”, e incluso nuestro amigos Mons. Tucho Fernández, fue tajante en el Te Deum del 9 de julio: “Si el presidente Macri tiene una profunda convicción sobre el tema, que vete la ley como hizo el presidente uruguayo Tabaré Vázquez”.
No han dicho ninguna novedad ni han defendido la divinidad de Nuestro Señor. Han afirmado, para seguir con la expresión chestertoniana, que el pasto es verde y no es azul. Pero eso ya es mucho, muchísimo, para los obispos argentinos. Más vale tarde que nunca. Es una buena noticia. Pero todos nos preguntamos por qué ahora, por qué no tuvieron la misma actitud cuando apenas se insinuó la posibilidad que esta ley podría ser aprobada. Sin ánimo de hacer un análisis exhaustivo para el que no estoy capacitado, propongo algunas reflexiones.
1. Una primer motivo tanto de la actitud anterior como del cambio hacia la actual, viene del sometimiento, que no obediencia, que tiene el episcopado argentino hacia el Papa Francisco. Recibe órdenes directas de él y le obedecen sin chistar, so pena de ser misericordiados o humillados, como sucedió con Mons. Aguer. El primer responsable del fracaso en Diputados es Bergoglio.
2. Hay cuestiones de fondo y cuestiones estratégicas. Si vamos a las de fondo, es claro que los obispos son liberales. Se han tragado con papel celofán incluido el cuento de la democracia y sus bondades. La mayoría no son capaces de ver lo que ésta verdaderamente significa, y los que algo vislumbran se quedan callados. Aceptar la democracia liberal como sistema válido de gobierno implica necesariamente aceptar que todo -TODO- sea debatido. O más bien, que casi todo sea debatido, puesto que los derechos humanos exclusivos para la izquierda revolucionaria de los ’70 no se discute, y no se discute tampoco la culpabilidad de todos los militares de esa época, y no se discute que dos personas del mismo sexo pueda casarse, y otras progresividades por el estilo. Aquí estuvo el primer error: no oponerse decididamente al debate parlamentario sobre el aborto. Más aún, en propiciar y apoyar el debate. El 28 de febrero de este año, la Comisión Ejecutiva de la CEA emitía un comunicado en el que decía: “Que este debate nos encuentre preparados para un diálogo sincero y profundo que pueda responder a este drama, escuchar las distintas voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo actuar, sin descalificaciones, violencia o agresión. Junto con todos los hombres y mujeres que descubren la vida como un don, los cristianos también queremos aportar nuestra voz, no para imponer una concepción religiosa sino a partir de nuestras convicciones razonables y humanas”. Craso error. Sobre la verdura del pasto no caben diálogos sinceros ni profundos ni los cristianos tienen nada que decir: ya está todo dicho. El pasto es verde. Eso no se discute.
3. Otro problema de fondo es el sentimiento vergonzante que habita escondido en el pecho de nuestros obispos: tienen vergüenza de ser cristianos y adalides de una religión que, en un siglo de tantos progresos científicos y humanos, todavía proclame que un predicador judío ajusticiado en una cruz hace veinte siglos es el Hijo de Dios, que unas simples palabras dichas por un sacerdote transforman milagrosamente el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de ese mismo predicador, que las mujeres están impedidas por disposición divina de pronunciar esas palabras, que la sexualidad se orienta primariamente a la procreación y no al placer, y otras antiguallas por el estilo. Este sentimiento de inferioridad los lleva a comportarse como mansas ovejitas y los fuerza a convencerse que los lobos que tienen enfrente no son lobos sino juguetones perritos lanudos. No osan poner en duda el principio por el cual, desde el Vaticano II, los cristianos podemos comulgar sin ningún escrúpulo con los ideales de la humanidad de nuestro tiempo aunque, en apariencia, sean peligrosas para la fe. Nuestros obispos se olvidan que, si bien el evangelio es la salvación del mundo, no se trata sin embargo de un agradable licor que lo hace entrar en calor a través de una borrachera dulce y gozosa. Se trata de un remedio terrible. Cuando el mundo lo gusta, dice como los hijos de los profetas a Elías: “Hombre, la muerte está en la bebida”. Para el mundo, como para Dios, la encarnación es la cruz. El evangelio debe despertar en el mundo una hostilidad que estaba latente, y que será llevada a su paroxismo. Por eso, lo que espera a los apóstoles que predican el evangelio no es la conversión del mundo, sino el odio del mundo. Les aguarda la enemistad del mundo y al mismo tiempo, la victoria sobre el mundo.
4. Nuestros obispos y muchos católicos de hoy no pueden soportar la idea de tener enemigos. Ellos quieren estar en contra de todo lo que está contra algo, y estar a favor de todo lo que está a favor de algo. “No estamos en contra de nadie”, es su frase favorita. Nadie marchaba en contra del aborto; todos marchaban a favor de la vida. Peor aún, las demostraciones “a favor de la vida” eran una fiesta, con música mundana, hurras y una muestra de desconcertante alegría. Todos los hombres son buenos. Malinterpretamos a los abortistas; incluso el más acérrimo ateo, es más cristiano que nosotros mismos. Es cuestión de hacérselo ver. Pero lo cierto es que los adversarios desprecian al que cede continuamente el terreno. Los obispos “amigos de todo el mundo”, siempre con su sombrero en la mano saludando simpáticamente a todos, se sienten rodeados, sin comprender bien el porqué, de una indiferencia glacial. Todo lo que obtienen sus declaraciones de humilde devoción y de respetuosa admiración por el mundo, es una condescendencia desdeñosa. Nunca sabremos si son conscientes de ella, debido a su perpetuo complejo de inferioridad.
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5. Junto a estos errores de fondo, aparecieron también varios errores de estrategia. El primero es que se creyeron el camelo de que el presidente Macri y su jefe de gabinete Peña estaban real y convencidamente contra del aborto y que la habilitación del debate era solamente una picardía política destinada a distraer a la opinión pública mientras se atravesaba una situación económica difícil; que los números en diputados sobraban para rechazar la ley y, de última, si las papas quemaban, el ejecutivo se jugaría para que la ley no afuera aprobada. Esta ficción es la misma que repitió la semana pasada la mesiánica diputada Elisa Carrió. ¡Pobre Macri! Fue un ingenuo; lo engañaron. Si así fuera, le resultaría muy fácil al presidente de la nación hacer lo que hizo su colega uruguayo: vetar la ley en caso que sea aprobada. Se lo dijo bien claro el 9 de julio Mons. Tucho Fernández. Pero su lenguaraz ya salió a repetir por enésima vez que eso no ocurrirá: Macri respetará el sano juego democrático aunque vaya contra sus convicciones personales. ¡Qué ejemplo de virtud! Es probable que Macri no sea favorable al aborto, pero le importan mucho más otras cosas. La discusión que aparece en la superficie esconde intereses mucho más profundos como queda bien explicado en este video.
6. El mismo afán que muestra el papa Francisco por evitar las peleas con el mundo progresista -con el otro se pela sin problemas-, impulsó a los obispos argentinos a dejar la pelea contra el aborto en manos de los laicos, puesto que se trata de una cuestión de ley natural. Ellos se limitaron a aparecer el Domingo de Ramos con cartelitos que en los que proclamaban su opción por “las dos vidas”. Y es verdad que el aborto es una cuestión que atañe a la ley natural, pero hay algo mucho más profundo y religioso; hay algo satánico en el aborto, como bien fue expuesto en este blog hace algunos meses. Nuevamente se trata del sentimiento de inferioridad que les impide decir las cosas como son: el aborto es un pecado abominable, particularmente diabólico, y quienes los propician pecan gravísimamente. No significa esto que los laicos no debían hacer su parte, como la hicieron. El problema es que los obispos, por estrategia, no hicieron la suya, y así nos fue.
7. La saludable reacción de nuestros obispos que estamos observando derivará indefectiblemente en pegar la ley del aborto a las maldades del gobierno neoliberal de Macri. No es cuestión de negar la responsabilidad que tiene este nuevo rico que llegó a la más alta magistratura del país. Seguramente es un apóstata de la fe y muy probablemente sea un comprometido masón. Pero el problema no es de Macri sino, una vez más, del sistema democrático. Los peronistas hubiesen hecho lo mismo. Y no me estoy refiriendo a la inicua equina Cristina Kirchner que anunció que votará a favor ni tampoco a su camarilla de ladrones; me refiero al peronismo clásico: uno de sus representantes más conspicuos, el senador Pichetto, decía: “La Iglesia debería ejercer la tolerancia porque la ley está por encima de los dogmas”. Él, por cierto, votará a favor.
1. Una primer motivo tanto de la actitud anterior como del cambio hacia la actual, viene del sometimiento, que no obediencia, que tiene el episcopado argentino hacia el Papa Francisco. Recibe órdenes directas de él y le obedecen sin chistar, so pena de ser misericordiados o humillados, como sucedió con Mons. Aguer. El primer responsable del fracaso en Diputados es Bergoglio.
2. Hay cuestiones de fondo y cuestiones estratégicas. Si vamos a las de fondo, es claro que los obispos son liberales. Se han tragado con papel celofán incluido el cuento de la democracia y sus bondades. La mayoría no son capaces de ver lo que ésta verdaderamente significa, y los que algo vislumbran se quedan callados. Aceptar la democracia liberal como sistema válido de gobierno implica necesariamente aceptar que todo -TODO- sea debatido. O más bien, que casi todo sea debatido, puesto que los derechos humanos exclusivos para la izquierda revolucionaria de los ’70 no se discute, y no se discute tampoco la culpabilidad de todos los militares de esa época, y no se discute que dos personas del mismo sexo pueda casarse, y otras progresividades por el estilo. Aquí estuvo el primer error: no oponerse decididamente al debate parlamentario sobre el aborto. Más aún, en propiciar y apoyar el debate. El 28 de febrero de este año, la Comisión Ejecutiva de la CEA emitía un comunicado en el que decía: “Que este debate nos encuentre preparados para un diálogo sincero y profundo que pueda responder a este drama, escuchar las distintas voces y las legítimas preocupaciones que atraviesan quienes no saben cómo actuar, sin descalificaciones, violencia o agresión. Junto con todos los hombres y mujeres que descubren la vida como un don, los cristianos también queremos aportar nuestra voz, no para imponer una concepción religiosa sino a partir de nuestras convicciones razonables y humanas”. Craso error. Sobre la verdura del pasto no caben diálogos sinceros ni profundos ni los cristianos tienen nada que decir: ya está todo dicho. El pasto es verde. Eso no se discute.
3. Otro problema de fondo es el sentimiento vergonzante que habita escondido en el pecho de nuestros obispos: tienen vergüenza de ser cristianos y adalides de una religión que, en un siglo de tantos progresos científicos y humanos, todavía proclame que un predicador judío ajusticiado en una cruz hace veinte siglos es el Hijo de Dios, que unas simples palabras dichas por un sacerdote transforman milagrosamente el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de ese mismo predicador, que las mujeres están impedidas por disposición divina de pronunciar esas palabras, que la sexualidad se orienta primariamente a la procreación y no al placer, y otras antiguallas por el estilo. Este sentimiento de inferioridad los lleva a comportarse como mansas ovejitas y los fuerza a convencerse que los lobos que tienen enfrente no son lobos sino juguetones perritos lanudos. No osan poner en duda el principio por el cual, desde el Vaticano II, los cristianos podemos comulgar sin ningún escrúpulo con los ideales de la humanidad de nuestro tiempo aunque, en apariencia, sean peligrosas para la fe. Nuestros obispos se olvidan que, si bien el evangelio es la salvación del mundo, no se trata sin embargo de un agradable licor que lo hace entrar en calor a través de una borrachera dulce y gozosa. Se trata de un remedio terrible. Cuando el mundo lo gusta, dice como los hijos de los profetas a Elías: “Hombre, la muerte está en la bebida”. Para el mundo, como para Dios, la encarnación es la cruz. El evangelio debe despertar en el mundo una hostilidad que estaba latente, y que será llevada a su paroxismo. Por eso, lo que espera a los apóstoles que predican el evangelio no es la conversión del mundo, sino el odio del mundo. Les aguarda la enemistad del mundo y al mismo tiempo, la victoria sobre el mundo.
4. Nuestros obispos y muchos católicos de hoy no pueden soportar la idea de tener enemigos. Ellos quieren estar en contra de todo lo que está contra algo, y estar a favor de todo lo que está a favor de algo. “No estamos en contra de nadie”, es su frase favorita. Nadie marchaba en contra del aborto; todos marchaban a favor de la vida. Peor aún, las demostraciones “a favor de la vida” eran una fiesta, con música mundana, hurras y una muestra de desconcertante alegría. Todos los hombres son buenos. Malinterpretamos a los abortistas; incluso el más acérrimo ateo, es más cristiano que nosotros mismos. Es cuestión de hacérselo ver. Pero lo cierto es que los adversarios desprecian al que cede continuamente el terreno. Los obispos “amigos de todo el mundo”, siempre con su sombrero en la mano saludando simpáticamente a todos, se sienten rodeados, sin comprender bien el porqué, de una indiferencia glacial. Todo lo que obtienen sus declaraciones de humilde devoción y de respetuosa admiración por el mundo, es una condescendencia desdeñosa. Nunca sabremos si son conscientes de ella, debido a su perpetuo complejo de inferioridad.

5. Junto a estos errores de fondo, aparecieron también varios errores de estrategia. El primero es que se creyeron el camelo de que el presidente Macri y su jefe de gabinete Peña estaban real y convencidamente contra del aborto y que la habilitación del debate era solamente una picardía política destinada a distraer a la opinión pública mientras se atravesaba una situación económica difícil; que los números en diputados sobraban para rechazar la ley y, de última, si las papas quemaban, el ejecutivo se jugaría para que la ley no afuera aprobada. Esta ficción es la misma que repitió la semana pasada la mesiánica diputada Elisa Carrió. ¡Pobre Macri! Fue un ingenuo; lo engañaron. Si así fuera, le resultaría muy fácil al presidente de la nación hacer lo que hizo su colega uruguayo: vetar la ley en caso que sea aprobada. Se lo dijo bien claro el 9 de julio Mons. Tucho Fernández. Pero su lenguaraz ya salió a repetir por enésima vez que eso no ocurrirá: Macri respetará el sano juego democrático aunque vaya contra sus convicciones personales. ¡Qué ejemplo de virtud! Es probable que Macri no sea favorable al aborto, pero le importan mucho más otras cosas. La discusión que aparece en la superficie esconde intereses mucho más profundos como queda bien explicado en este video.
6. El mismo afán que muestra el papa Francisco por evitar las peleas con el mundo progresista -con el otro se pela sin problemas-, impulsó a los obispos argentinos a dejar la pelea contra el aborto en manos de los laicos, puesto que se trata de una cuestión de ley natural. Ellos se limitaron a aparecer el Domingo de Ramos con cartelitos que en los que proclamaban su opción por “las dos vidas”. Y es verdad que el aborto es una cuestión que atañe a la ley natural, pero hay algo mucho más profundo y religioso; hay algo satánico en el aborto, como bien fue expuesto en este blog hace algunos meses. Nuevamente se trata del sentimiento de inferioridad que les impide decir las cosas como son: el aborto es un pecado abominable, particularmente diabólico, y quienes los propician pecan gravísimamente. No significa esto que los laicos no debían hacer su parte, como la hicieron. El problema es que los obispos, por estrategia, no hicieron la suya, y así nos fue.
7. La saludable reacción de nuestros obispos que estamos observando derivará indefectiblemente en pegar la ley del aborto a las maldades del gobierno neoliberal de Macri. No es cuestión de negar la responsabilidad que tiene este nuevo rico que llegó a la más alta magistratura del país. Seguramente es un apóstata de la fe y muy probablemente sea un comprometido masón. Pero el problema no es de Macri sino, una vez más, del sistema democrático. Los peronistas hubiesen hecho lo mismo. Y no me estoy refiriendo a la inicua equina Cristina Kirchner que anunció que votará a favor ni tampoco a su camarilla de ladrones; me refiero al peronismo clásico: uno de sus representantes más conspicuos, el senador Pichetto, decía: “La Iglesia debería ejercer la tolerancia porque la ley está por encima de los dogmas”. Él, por cierto, votará a favor.
¿Qué puede esperarse de la votación en el Senado? Nadie lo sabe. Es verdad que hay mucho malestar dentro de la coalición gobernante, la famosa “grieta” que cada vez se profundiza más. La vicepresidente Michetti ha dicho que no sabe cómo podrá continuar en el gobierno si la ley es aprobada. Los senadores contrarios a la ley se están moviendo y pareciera que lo están haciendo bien. Pero también en la Casa Rosada se están moviendo a pesar de su declamada prescindencia. No puede explicarse de otro modo, por ejemplo, que la senadora Gladys González, que se había manifestado contraria durante la campaña electoral, haya cambiado de postura: obediencia debida o sobre indebidos.
Nobleza obliga, los obispos argentinos nos están dando un pequeño respiro y, en algún aspecto, hemos dejado de sentirnos huérfanos. Uno se siente raro cuando experimenta esa percepción, entre racional y emotiva, de que hay un padre que nos defiende.
Aclaración necesaria: Que yo afirme que el debate parlamentario jamás debió admitirse, no significa que, cuando éste indefectiblemente se dio, haya que censurar a quienes participaron de él dando testimonio. Ya lo hablamos en estas páginas.
Y que tenga mis diferencias en cuanto al modo inexplicablemente festivo que adquirieron las marchas contrarias al aborto, o “a favor de las dos vidas” como les gusta decir, no significa que el hecho mismo de manifestarse masivamente me haya parecido inoportuno. Ciertamente iba a ser ineficaz, como lo fue, pero había que hacerlo aunque, creo yo, debería haber adoptado otra modalidad.