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Maquiavelada pírrica

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por Ludovicus


De entre los males que nos ha traído el pontificado de nuestro compatriota no es el menor la instalación del tema del aborto en la Argentina. Bergoglio se cansó de provocar de todas las formas posibles a Macri, inmiscuyéndose en la baja política, habilitando operadores de avería, multiplicando gestos de desprecio al gobierno y al pueblo argentino (¿alguien recuerda el telegrama de salutación en inglés cuando atravesaba el cielo patrio?). Desperdició su autoridad en confrontaciones de conventillo, se desprestigió él mismo con su mala voluntad y su infantil y senil capricho. Una visita a la Argentina en el año 2016 habría enervado por mucho tiempo las fuerzas abortistas. Por ende: sin Bergoglio no había aborto. Tampoco sin Macri, faltaba más.
Que la jugada del aborto -hagamos abstracción de la iniquidad cometida y de los intereses sangrientos en juego- fue efectiva en el corto plazo es evidente. Básicamente, creemos que estaba enderezada a cortarle las piernas a Bergoglio, generando una contradicción insalvable con sus tropas vernáculas, izquierdistas y revolucionarias. El frente que estaba armando contra el gobierno se derrumbó desde marzo. Los acérrimos laudatos devinieron abortistas o tibios. Y el desprestigio de la media sanción lo ha cubierto de vergüenza frente al mundo (¡aborto en el país del Papa!), al punto de que por primera vez desciende al extremo de protestar contra la ley de medios y la alianza del monopolio con el oficialismo. Más política en el barro.

Gran jugada táctica pues. De su valor estratégico no pensamos lo mismo, sobre todo si la ley a la postre se sanciona. En primer lugar porque la contradicción de Bergoglio con sus bases se supera al día siguiente de la promulgación de la ley; a partir de entonces, la cuestión será agua pasada y volverá a integrarse el frente popular, con renovados bríos y bronca pontificia, a quien no podrán amenazar o hacerle más daño que esta desautorización planetaria. La clave del aborto como arma táctica era mantenerlo como una amenaza pendiente, no concretarlo. Y permítanme una sonrisa si alguien cree que la supresión del sueldo de los obispos pueda conmoverlo. No sé ustedes, pero lo estoy oyendo.
En segundo lugar, Macri ha sembrado donde otros cosecharán. La apenas disimulada orientación marxista, leninista o no, de casi todos los periodistas argentinos -hasta Menem tenía mejores , y aún así no le alcanzó para blindarse- requería un recambio cultural, al menos la prevalencia de cierta voz conservadora. De lo contrario, obliga a cualquier gobierno a virar permanentemente a la izquierda, con la gobernabilidad en vilo y a merced de la fabricada opinión pública, que se lo va a llevar puesto dentro de una dinámica revolucionaria. Me dirán que en todos los países que aprobaron el aborto lo hizo la derecha liberal sin problemas. Es cierto, pero en Hispanoamérica el aborto sigue siendo una bandera sectaria, bien diversa de los sectores conservadores que conforman un sentido común, que ha sido causa eficiente, en parte, de la victoria de Macri. Para peor, el proyecto aprobado es ferozmente extremista, si alguna ley de aborto no lo fuera en sí misma. Suprime la objeción de conciencia institucional, limita la individual y en una vuelta de judo satánica penaliza a quienes obstaculicen un aborto. La ley de despenalización repenaliza a los penalizadores. Y esto no quedará así: ya vendrán las leyes que prohiban hacer campañas por la vida, las que fijen las prerrogativas de las clínicas abortistas, las que tipifiquen el "delito de odio" a quienes osen calificar como homicidio al aborto. Bah, la parafernalia del totalitarismo de la nueva izquierda.
En este sentido, el negocio electoral es muy oscuro. Incomprensible y suicida si consideramos las presiones de última hora para doblegar a los diputados provida. Como reza el dicho de Talleyrand, "es peor que un crimen, es un error". Macri cambia la complacencia de un grupo que jamás lo votaría (¿se imaginan a uno solo de la horda de trabas, tortas, trans, zurdos y feminazis votando a Macri?) por la desafección de una numerosa cantidad de votantes. Aunque más no fuera medio o un millón de votos, son justamente los márgenes que le permitirían ganar, son más que los angustiosos números netos de su elección anterior, que no llegaron a 700.000 votos en segunda vuelta. Sin contar que los efectos se multiplicarían en el interior, muy contrario a la iniciativa.
Tiene todo para perder. Algunos deberían pensar, en vísperas del voto del Senado.
Aunque más no sea en términos suciamente maquiavélicos.

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