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Celebración del debate

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por Jack Tollers
Si la memoria no me falla, el registro del debate más antiguo, del primer debate ever, tiene que haber sido el que convocó Lucifer, con la moción de que los ángeles votaran a favor del Non serviam qué el proponía, o, por el contrario si continuarían con el Quis ut Deus que decía San Miguel—y claro, que con esto se mostraba más conservador, más reaccionario, como que eso, hasta entonces, siempre había sido así. En cambio, lo de Lucifer era lo nuevo, lo más revolucionario, lo más… ¿qué diré yo? Moderno. 

No sabemos quién ganó ese debate en particular, pero como repetía una y otra vez Lucifer a los dubitativos de siempre, lo importante era que había habido, ¡por fin! un debate (que con eso solo se pusiera en cuestión la autoridad del Creador, era un tópico que se escamoteaba cuidadosamente). Porque lo importante era que hubiera debate. Y vaya si lo hubo. Y fue el primero. 
Después, seguramente animado con resultados tan fructuosos, Lucifer le propuso un debate a Eva acerca de la calidad del fruto de cierto árbol en el paraíso. (Chesterton dice que fue la primera campaña de marketing en la historia, conducida bajo el lema de “coman más fruta”). Después de debatir con Lucifer acerca de las bondades de este fruto en particular, Eva se comió el engaño—y el fruto. Para después (después de haberse convertido en la primera feminista) proponerle un debate a Adán sobre el mismo tema. Que Adán resultara persuadido (el primer marido golpeado) no debe de haberle hecho demasiada mella, con tal de que pensara que lo importante es que habían debatido, por primera vez, si lo que Yahvé Dios mandaba era razonable o no. 
Total que Lucifer siguió con esa táctica, durante muchos, muchísimos siglos.
Ahora, no hay que confundir estos debates con una verdadera discusión filosófica: la discusión filosófica tiene por lo general muy pocos participantes, sólo es fructífera, dice Aristóteles, si se la funda sobre los mismos principios (sería absurdo, por ejemplo, ponerse a debatir sobre un axioma, o sobre el principio del tercio excluido). 
Es como ponerse a debatir sobre si está bien o no matar a un inocente. Eso está fuera de discusión, sobre eso no hay debate posible. 
Pero Lucifer insistió con esto, y le fue, admitámoslo, bastante bien, como aquella vez en que le sugirió a Pilatos introducir la moción de si se lo liberaba a Barrabás o a Jesucristo. El resultado ya lo sabemos, pero muchos, muchísimos judíos se deben de haber quedado muy contentos con el debate, con el hecho de que eso se debatiera y de que los había dejado a ellos, los judíos, participar en el debate. Pilato se lavó las manos lo más tranquilo, pues él simplemente seguía la voluntad de la mayoría. Nada más que eso. No era un deicida: era un representante imperial de la Roma civilizada, se había comportado como un funcionario razonable, un verdadero demócrata avant la lèttre. Siglos después, le habrían dado el Nóbel de la Paz.
Los ejemplos de esto se podrían repetir hasta el hartazgo, como el debate que introdujo Enrique VIII con su Acta de Supremacía (y los dos que no firmaron y no acataron la voluntad de la Conferencia Episcopal Inglesa de por entonces, Fisher y Moro, fueron martirizados). Pero eso, claro está, no importa. Como tampoco importa el resultado de tantos y tantísimos debates en causas judiciales (lo que nos recuerda aquello de Isaías “vuestras justicias son trapos manchados”, referido, claro está, al que usaban por entonces las mujeres para higienizarse cuando menstruaban). 
Recuerdo ahora (qué sé yo, por qué), el juicio de Robert Brasillach (con pruebas falsas, una foto trucada, testigos amañados y no sé yo cuántas cosas más). Cuando terminó el debate de los jurados, el juez (Cochon se tenía que llamar, igual que el que condenó a Juana de Arco) lo condenó a la pena de fusilamiento. “¡Es una vergüenza!”, exclamó alguien de público. “Al contrario”, respondió tranquilamente Brasillach, “es un honor”.
Pero todo eso ya no importa. Lo que importa es el debate. Y así hemos oído en estos días repetir eso por innumerables palurdos: políticos, periodistas, profesionales, pastores, prelados, pontífices, pelafustanes, putas y pelotudos de toda laya (como aquel imbécil que saludó a los miembros de la Cámara con un muy inclusivo “Buenas noches, todos y todes”, créase o no). 
Y luego Marcos Peña con ánimo festivo celebró que Macri haya tenido la iniciativa de convocar a este mortífero debate (como si la idea hubiese sido de él… vamos, que tan imbéciles no somos. Y no, no es Durán Barba, la cosa viene de más arriba).  
Jordan Peterson, el canadiense de moda en estos días, dice con razón que la modernidad razona del siguiente modo: si hay diferencias de parecer, esas diferencias pueden generar conflictos y los conflictos violencia, y la violencia guerras y otras lindezas por el estilo. Entonces, lo mejor es que las diferencias de parecer se resuelvan antes de que generen conflictos. Eso sólo se puede lograr instalando la idea de la tolerancia. Y la idea de la tolerancia sólo se puede establecer instalando el relativismo: después es todo fácil, si todos somos relativistas, debatimos y luego votamos y sanseacabó el conflicto. 
Claro, de paso también se acabaron las ideas de verdad, de justicia, de lo sagrado, del pecado, de la caballerosidad en los hombres, del pudor en las mujeres, de la hospitalidad entre los vecinos, del coraje entre los cristianos y finalmente, de Dios mismo. Todo depende del color del cristal con que se miran las cosas. Y si hay diferencias de parecer, pues ¡a debatir se ha dicho! 
¿Y bien? Aquí entre los hombres, todo empezó con Lucifer preguntando dolosamente, “¿así que Yahvé les prohibió comer de todos los frutos de todos los árboles?”.
Tiene razón Chesterton, fue la primera campaña de marketing. 
Pero aquí, en la Argentina, nos han vendido cualquier verdura, cualquier fruta. 
Y nosotros, los imbéciles, nos la hemos comido.
¿Qué fruta? ¿Lo de la despenalización del aborto?
No señor, la del famoso debate... en la misma línea del diálogo que tanto pregonaban los peritos de Vaticano II (cuentan que Ratzinger comentó una vez que Rahner se largó con uno de sus vacuos discursos: “Ahí va Rahner otra vez con sus interminables monólogos sobre la virtud del diálogo”. Je). Debate, diálogo, disenso, democracia, e vía dicendo.
Pero nosotros tenemos una gran ventaja y es que ya sabemos cómo termina todo esto: con el Juicio Final, ya te voy a dar debate a vos… Ese debate, cuando llegue la hora en que “hasta el justo temblará”, se lo van a tener que meter en el… bueno, ustedes ya saben. 


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