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Somos lo que somos

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Somos lo que pensamos y somos lo que hacemos. Sobre estos principios, entre los católicos de formación clásica, en general no hay dudas. Sin embargo, esta caracterización es incompleta. Somos muchas cosas más. En esta este artículo quisiera proponer una reflexión a partir de algunas consideraciones de John Senior. Lo que postulo es que nos convertimos no solamente en lo pensamos o en lo que hacemos, sino también en el trabajo que nos ocupa, en la ropa que usamos o que no usamos, en las casas en las que vivimos, el paisaje que contemplamos, lo que registramos más o menos conscientemente todos los días por la vista, los sonidos, los olores, gustos y tactos de nuestra vida de todos los días.
Veamos el ejemplo de las casas que habitamos y de los diseños de los arquitectos modernos. El movimiento arquitectural moderno surgió en Alemania a principios del siglo XX y se desparramó por el mundo en la década del ’20 y del ’30, por obra de los refugiados judíos durante el nazismo de la Bauhaus, una construcción experimental de Berlín, diseñada y construida por los marxistas, antes de la llegada de los nazis al poder, para una comunidad obrera revolucionaria; una especie de kibbutz comunista. El propósito era lograr que quienes lo habitaran vivieran de acuerdo a la doctrina marxista. 
Esta idea, que combinaba el funcionalismo a expensas de la belleza y propiciaba, por la ideología marxista, una suerte de comunitarismo, inició la actual moda de casas que son cubos con grandes ventanales y vacíos, desprovistos de todo, aún de paredes interiores. Vivir en un loft es muy top, y muy top también es tener una casa donde la cocina esté unida al comedor de diario, al comedor y al living. Todo en un solo y enorme ambiente que, mientras más grande, luminoso, blanco y despojado sea, más top se sentirá el dueño y más creativo el arquitecto. 
Más allá de que a mi, por mi limitada inteligencia, me cueste ver dónde radica la creatividad de diseñar cubos, hay algo un poco más profundo que vio y señaló Homero, cuando, al describir a los cíclopes, que eran salvajes caníbales, solamente dice “Ellos viven sin murallas”. Para los griegos, vivir sin murallas o paredes protectoras de la vida y de la intimidad cotidiana de la familia y del individuo, era signo suficiente de la barbarie más detestable. Las casas sin paredes divisorias de los espacios y de las diferentes actividades de la vida familiar, se asemejan a las moradas de los cíclopes.
Pero volvamos a la idea del comienzo. Las apariencias -la casas en las que vivimos, la ropa que usamos, el lenguaje con el que nos comunicamos, los modales con los que comemos- no son solamente signos de la realidad sino que, en cierto sentido, son como sacramentos, ya que causan lo que significan. Hay una estrecha conexión entre todo esto, dice Senior, y el desarrollo moral y espiritual de nuestras almas. Es ridículo pero no menos verdadero que aquellos que abandonaron la distinción entre dedos y tenedores encontrarán difícil mantener la distinción entre afectos y sexo, o entre el derecho sobre el propio cuerpo y la muerte de un niño. Si se come papas fritas con los dedos todos los días, se está en el camino correcto hacia la morada de los Cíclopes. 
Las acciones semiconscientes y cotidianas que se ubican bajo la categoría de los buenos modales -insisto, el buen modo de hablar, de reír, de comer, de dirigirse a los demás o de vestir, por ejemplo- son el terreno sobre el cual crece la moral, y la moral, a su vez, es el suelo fértil en el que se desarrolla la vida vida espiritual. Somos criaturas de hábitos. En el orden moral y espiritual, hay una asimilación progresiva entre el modo de vestirnos y nosotros mismo -el monje hace al hábito-, y lo mismo sucede con nuestros modos de comer y con nuestro trabajo. 
Este es el secreto de la Regla de San Benito que, en sentido estricto, reguló la vida de los monasterios y, en sentido amplio, a través de la influencia y ejemplo de los monasterios, civilizó Europa. El hábito de los monjes, las campanas, la vida ordenada, la “conversación”, la música, los jardines, la oración, el trabajo duro y los templos bellos y dignos, todas estas formas accidentales e incidentales, conformaron la vida moral y espiritual de los cristianos en el amor a María y a su Hijo.




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