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Channel: Caminante Wanderer
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Vientos de cambio

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La nueva cabecera del blog es una fotografía de las ruinas de la abadía de Whitby. Se trata de un lugar mágico, situado en la cima de un acantilado que se asoma al Mar del Norte, en las costas de Yorkshire, y que carga con una historia de casi mil quinientos años. Durante siglos, entre sus muros de piedra resonaron diariamente estas palabras: Pro Ecclesia tua sancta catholica, quam pacificare, custodire, adunare et regere digneris toto orbe terrarum. En las frías noches de invierno, en las madrugadas, cuando el sol se levantaba y sus rayos  luminosos atravesaban el rosetón, y en los atardeceres, cuando las olas golpeaban con fuerza los riscos de la costa, las voces unánimes de los monjes se levantaban cantado: “Gloria Patri, et Filio et Spiritui Sancto”. 
Pero a medidos del siglo XVI, en Inglaterra se levantó un viento helado que barrió con Whitby y sus monjes. Sólo quedaron en pie algunos muros, pocas ventanas despojadas de sus vitrales y claustros vaciados de sus cantos. La abadía quedó desierta, y hoy no es más que un sitio que recorren con asombro las manadas de Hoopers que, una vez terminada la visita, corren a comer papas fritas con las manos en el McDonald’s más cercano.
La imagen de las ruinas de Whitby, como la de tantos otros monasterios, es la imagen de la Iglesia de hoy. Es verdad que durante más de un siglo las brisas se habían tornado cada vez más frías, pero a mediados de los ’60, un viento helado se levantó desde el mar y, rápidamente, se convirtió en una tempestad que sopló incontenible, alcanzando en poco tiempo hasta los últimos rincones del orbe católico. Se vaciaron las iglesias, los monasterios y los seminarios; se dejó de escuchar el latín y las alabanzas al Dios Trino y Uno se trocaron en alabanzas a la humanidad; los obispos dejaron de enseñar el Evangelio, como sal que deja de salar, y los sacerdotes abandonaron el santuario para dedicarse a la promoción del hombre. 
Rápidamente llegaron también los Hoopers, que se instalaron en el lugar de los santos, manchando con sus manos grasientas la belleza construida con el paso de los siglos y destruyendo en pocas décadas lo que había tardado más de un milenio en ser construido. Finalmente, como coronación de la desgracia, el arquetipo de los Hoopers se sentó en el trono más elevado de la Cristiandad. Y allí está, destrozando lo poco que aún queda en pie, solazando al mundo con sus ocurrencias y monerías y ofreciendo a Moloch los despojos de la Ciudad Santa.
Las ruinas de Whitby evocan esta triste situación. Y las palabras de Evelyn Waugh la describen con poesía: 
“Hasta que una escarcha repentina vino con la época de Hooper, el lugar quedó desolado y todo la obra reducida a la nada”.
Sin embargo, las ruinas de Whitby evocan también otra cosa. Porque es posible sentir nostalgia por tierras y por épocas que nunca experimentamos por nosotros mismos. Tierras o épocas reales o imaginarias. Whitby despierta la añoranza por lo que fue y nunca conocimos pero que sabemos que, en algún sitio, aún existe. Es la experiencia de la “nostalgia divina” de la que habla el Poeta, o del San Ireneo de Arnois de la Señorita Prim. Y, a la vez, es el deseo de regresar al lugar del cual salimos y el cual nos atrae como la piedra de Magnesia atrae a los metales.


La nueva portada del blog pretende mostrar con una imagen ambas caras de nuestra época: la melancolía y tristeza, pero también la nostalgia que encierra en sí una extraña alegría que no reside en los ruidos del mundo ni en las esperanzas seculares, sino que se proyecta al hiperuránios tópos, el “lugar más allá de los cielos”, donde la abadía de Whitby aún conserva intactos sus muros, la luz del sol la inunda interminablemente a través del rosetón y sus monjes cantan con los ángeles el himno perenne al Tres veces Santo.

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