"Fue sobrecogedor. La iglesia entera [la basílica de San Pedro] estaba rebosante de gente, y por el pasillo central se acercaba el enorme palio, cubriendo la majestuosa figura enjoyada del Papa, con los solemnes flabelos meciéndose detrás. Fue uno de los momentos más emocionantes. Delante venía una interminable fila de mitras moviéndose acompasadamente. El canto gregoriano era como una enorme voz reflexiva hablando, y de vez en cuando gritando, en ese enorme lugar. Y, por supuesto, el momento cúlmine fue la Elevación, en un silencio absoluto, solamente roto por las trompetas de plata que exultaban desde lo alto de la cúpula. El espectáculo ofrecía un grandioso sentido de consumación: la visión de Cristo ofreciendo a Cristo, en el centro mismo del mundo, con representantes de todo el orbe cristiano en el templo y con los ángeles haciendo sonar sus trompetas en el cielo. Uno sentía como si todo lo que era importante o real estuviese concentrado allí... todas las demás cosas parecen pequeñas después de esto".
Mons. Robert Hugh Benson, Spiritual letters, p. 72.
[Escrito en 1903]