Lo primero que llamó la atención en la misa celebrada ayer por el papa Francisco en Quito fue su casulla. En realidad, un poncho con diseños indígenas de muy mal gusto. Nada nuevo. Es casi idéntico al que había usado hace treinta años, en el mismo lugar, Juan Pablo II. Como dice un amigo, "el bergoglismo no es más que un juanpablismo grasa... y eso que el juanpablismo era grasa".
Pero lo grave de esa celebración no fue el mayor o menor acierto en la elección de los ornamentos litúrgicos. Fue lo que dijo el Sumo Pontífice. Y lo que dijo fueron mentiras -no puede argüirse ignorancia- e injusticias.
Comenzó repitiendo las afirmaciones políticamente correctas que le aseguraran los aplausos: "El Bicentenario de aquel Grito de Independencia de Hispanoamérica. Ése fue un grito, nacido de la conciencia de la falta de libertades, de estar siendo exprimidos, saqueados, «sometidos a conveniencias circunstanciales de los poderosos de turno». Mentiras. Puras mentiras y, lo que es más grave aún, una enorme injusticia con respecto a España que se desangró por hacer de América un continente cristiano y convirtió a sus habitantes en súbditos de la Corona, tan súbitos y con tantos derechos como los que tenía un vecino de Castilla. Recomiendo el artículo al respecto publicado en Infovaticana.
Al papa Francisco le importa un bledo la verdad y la justicia. Intelecto práctico puro, no se fija en medios para alcanzar los fines que se ha propuesto: acumular poder e influencia.
Lo curioso es que, como bien señala Ludovicus, se viene a hacer el criollo cuando no es más que un tanito que nació en Hispanoamérica por casualidad. Mimetización tipo Zelig para parecerse a los ecuatorianos de tez oscura que lo escuchaban extasiados.
Pero no quedó todo allí. Un poco más adelante dijo: “La evangelización no consiste en hacer proselitismo, el proselitismo es una caricatura de la evangelización, sino evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, es acercarse humildemente a aquellos que se sienten lejos de Dios en la Iglesia, acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros”. En otro contexto, quizás hubiese acordado con algunas de las afirmaciones del pontífice. Pero todo texto debe ser leído y escuchado en su contexto. Decir que en Quito, delante de delegaciones aborígenes, y luego de haber exaltado injusta y falazmente la independencia americana, que “el proselitismo es una caricatura de la evangelización” es, lisa y llanamente, condenar la labor de los misioneros españoles que durante siglos dejaron su vida y su sangre en las tierras americanas.
¿Qué hicieron los jesuitas, franciscanos y dominicos? Proselitismo, tal como lo entiende el papa Francisco. Claro que atraían a los indígenas con su testimonio, pero también los atraían con el violín, como San Francisco Solano, y con la predicación del evangelio de Jesucristo. Esos millares de hombres admirables se acercaron ciertamente a los que se sentían alejados -en realidad, en poder de los demonios- y a los más pobres, pero se acercaban para predicarles la Buena Nueva y para bautizarlos en el nombre de la Trinidad. Pareciera que el pontífice está aludiendo a una mera cercanía humana, de consuelo emocional y de promoción social.
Por otro lado, es notable la sibelina maldad de las palabras papales. Dijo: “… acercarse a los que se sienten juzgados y condenados a priori por los que se sienten perfectos y puros”. Dichas esas palabras en el contexto en el cual fueron pronunciadas, ¿quiénes se sentían perfectos y puros y que, por tanto, juzgaban y condenaban? Los cristianos españoles que consideraban que los indígenas americanos eran impuros puesto que servían a dioses falsos detrás de los cuales se escondían los demonios.
En la homilía de ayer, Francisco no ha tenido vergüenza en renegar de sus hermanos jesuitas a los que América debe en buena medida la fe; de renegar de San Roque González, Alonso Rodriguez y sus compañeros que, jesuitas como él, fueron martirizados a machetazos por hacer proselitismo entre los aborígenes americanos. Y tampoco ha tenido vergüenza el Santo Padre en repudiar la obra evangelizadora de España en América, denigrándola y asumiendo claramente y sin tapujos los postulados que proclama el mundo.
El Papa se está cargando la Iglesia. Lo hemos dicho en varias ocasiones.
Ayer se lo vio con dificultades para subir los pocos escalones del altar, con la mirada perdida en ocasiones y la voz pastosa. El juicio de Dios está cerca. No quisiera estar yo en sus mocasines negros.