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Reflexiones del P. Cecilio

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Aquí les dejo las reflexiones de un sacerdote que, como él mismo dice, ha dedicado su vida al estudio de la música sacra, y no haciendo cursitos con el P. Balsa, sino estudiando el tema en los centros más reconocidos del mundo. Aunque me autorizó a usar su nombre, lo llamaremos P. Cecilio, no sea que, si su Ordinario se entera que lee el Wanderer, termine mandándolo, con sus títulos y músicas, de teniente cura de la parroquia de Bardas Blancas.
Nos podrá gustar más o menos lo que dice –a mí no me gusta mucho lo que opina sobre Marcel Perès-, pero es el que sabe y yo, sobre el tema, sólo puedo opinar. A escucharlo entonces:

Me permito hacer un par de observaciones sobre algunos de los temas tratados en el último post.
He dedicado gran parte de mi vida a la Música Sacra y he llegado a la conclusión de que es una causa perdida, lo cual no es en absoluto un obstáculo para que esta dedicación sea cada día más profunda y apasionada. Creo que es parte de nuestra vocación cristiana ocuparnos en causas perdidas pero que son parte de la Causa-ya-ganada.
El tema de la Música Sacra es más vasto, profundo e importante de lo que podría parecer. La crisis actual de la música y del arte en general son un síntoma de la crisis del hombre (Ratzinger) y en el ámbito eclesial se enmarca dentro de la crisis litúrgica. Y la crisis litúrgica no es una crisis más en la Iglesia, es la crisis de la Iglesia, porque de alguna manera engloba todas las otras.
Es prácticamente imposible sustraerse al casuismo cuando se habla de música en la liturgia: la Misa Criolla sí, la Misa Criolla no; este instrumento sí, éste no. ¿Percusión? ¡No! Salvo un timbal en una Misa de Mozart. ¿Guitarra? No. O sí, pero arpegiada, e così via, ad infinitum. Es lícito discutir estos temas, pero sabiendo que es un callejón sin salida, como el casuismo en la moral.
Hoy (en realidad creo que siempre) el argumento meramente autoritativo es peligroso, o al menos de una eficacia endeble. Hoy seguramente más que antes, sobre todo por la ambigüedad de los documentos post reforma litúrgica.
Por poner algunos ejemplos: el motu proprio Inter sollicitudines de San Pío X fue un gran documento, necesario en su momento, con muchos frutos buenos... pero otros no tanto. Más atrás en la historia, la fijación del repertorio gregoriano en época carolingia permitió la preservación de ese tesoro único y casi con seguridad irrepetible, pero acabó con tradiciones centenarias y muy ricas, como el canto romano antiguo, el canto beneventano, etc.. Resumiendo, las intervenciones autoritativas de la Iglesia en este campo, si bien necesarias para purificar la música utilizada en la liturgia, ubicarla y reorientarla a su verdadero fin, han tenido también efectos colaterales negativos no corregidos.
No creo tener la solución para este problema, pero me animo a dar dos sugerencias, una negativa y otra positiva.
La negativa (que se aplica no sólo al ejemplo dado): no me apresuraría a despreciar sin matices la obra de Solesmes. Tampoco comparto su estilo, pero creo que hay una deuda con estos monjes que han seguido custodiando y difundiendo el Canto Gregoriano. Además, no hay que olvidar, que los modernos estudios revisionistas de la semiología gregoriana se basan en los estudios iniciados por un monje de Solesmes, D. Eugène Cardine. Al mismo tiempo, no me atrevería a canonizar subito, a Marcel Pérès o cualquiera de los musicólogos actuales. Conozco y admiro los trabajos de muchos estudiosos del Canto Gregoriano que intentan descifrar el modo como éste se cantaba en la antigüedad. Se trata de estudios muy serios pero es necesario saber que muchas de sus conclusiones no son absolutas, pues no trascienden el ámbito de la conjetura. Además, y esto es una apreciación personal, me parece ver en estos grupos algo muy parecido a lo que ocurre con los modernos biblistas, por ejemplo en la sobrevaloración de los aspectos científico-técnicos por sobre aquellos tradicionales. Esta crítica no intenta desmerecer los méritos de estos estudios que, además de apreciar, estudio.
Por último, la sugerencia positiva. La resumiría con una paráfrasis: Pulchrum diffusivum sui. Como dije antes, no podemos poner nuestra esperanza ni en el casuismo litúrgico-musical ni en el recurso (hoy imposible) a la autoridad magisterial. Tal vez el arma más eficaz para luchar esta causa perdida-ganada es no renunciar a la contemplación de la Belleza y difundirla, mostrarla, proponerla, confiando en que Ella por sí misma es más eficaz que nuestro esfuerzo.
Rechazo, no sin dificultad, la tentación de responder a muchos comentarios que, a mi juicio, requieren varias precisiones, sobre todo algunos con afirmaciones absolutas sobre temas prudenciales y complejos. Pero basta, sobre todo por ser la primera vez.

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