El Nacimiento y Encarnación de nuestro Salvador son un hecho que demuestra, por así decirlo, el comienzo de nuestro nacimiento al Espíritu. Pues resulta ser una imagen, una promesa o incluso una garantía de nuestro nuevo nacimiento ya que nos otorga lo que promete. Del mismo modo en que Él nació, nacemos nosotros; y ya que Él nació, también nacemos nosotros. Del mismo modo en que Él es por naturaleza Hijo de Dios, nosotros somos Hijos de Dios por la gracia, y es Él quien nos ha hecho de ese modo. Nos lo dice el texto sagrado: Él es el «Santificador», nosotros los «santificados». Más aún: Él y nosotros, continúa la Escritura, «somos un todo». Dios santifica a los ángeles, pero en ese caso Creador y criatura no son un todo. Sin embargo el Hijo de Dios y nosotros somos de una misma naturaleza, pues Él se ha convertido en «el primogénito de toda criatura», se ha encarnado en nuestra naturaleza, y en ella y por ella nos santifica. Es hermano nuestro en virtud de su Encarnación, y, según explica la Escritura, «no se avergüenza de llamarnos hermanos» y habiendo santificado nuestra naturaleza en sí mismo, la comparte con nosotros.
San John Herny Newman
Sermones parroquiales 5/7; 25 de diciembre de 1839.